La tormentosa relación de la Academia Sueca con la literatura española está plagada de sorpresas y desencuentros. Solo cinco de nuestros autores (seis, si incluimos al hispano-peruano Mario Vargas Llosa) han obtenido el premio Nobel de Literatura desde que en 1904 lo conquistara José de Echegaray, y ya entonces su elección resultó controvertida.
Unamuno, Azorín, Pío Baroja y Valle-Inclán, entre otros, criticaron con dureza el premio al "viejo idiota", al que consideraban un representante del sector más rancio del país.
Después vendrían Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977) y Camilo José Cela (1989), además del ya citado Vargas Llosa.
Son, pues, casi cuatro décadas (o quince años, si consideramos a Vargas Llosa español) sin que el premio literario más célebre del mundo reconozca el talento, la originalidad y la valentía de un autor o autora nacido en España, dejando en el camino nombres como los de Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Pío Baroja, Antonio Machado, Unamuno, García Lorca, Valle-Inclán, Jaime Gil de Biedma, Carmen Laforet o Javier Marías, entre tantos otros. Mucho, demasiado tiempo para comprender o aceptar este silencio.
Mientras la Academia Sueca delibera ahora el próximo ganador del premio, El Cultural ha pedido a ocho escritores españoles de diversas generaciones que se anticipen y elijan sus ganadores españoles, explicando las razones de sus candidaturas. Y el Nobel español de Literatura 2025 es....
Antonio Muñoz Molina o Angélica Liddell
Por Alana Portero
Por más vueltas que le doy no consigo decidirme entre dos, aunque aún se me ocurren más candidatos y candidatas.
Supongo que muchas personas coincidiremos en Antonio Muñoz Molina. Su literatura se construye sobre una concepción híbrida que me resulta fascinante, la estructura narrativa y el modo en que usa la gramática es casi gongorino, pero el lenguaje y los temas son puros, sencillos, sin aristas. Hay una experiencia de la libertad y la melancolía en lo que hace que me resulta conmovedora y única. Su estirpe es la de Auster o Coetzee.
Mi segunda opción sería Angélica Liddell. Su teatro es ruptura formal, arrebato, poesía, riesgo, retorcimiento y sangre. Un lenguaje sencillo puesto al servicio de la creación de imágenes y experiencias que hieren. Escribe sin piedad. Hay escritoras descomunales cuyas propuestas mueven la tectónica cultural de su tiempo. Jellinek, Müller, Tokarczuk, Schweblin, Enriquez. Liddell pertenece a esta genealogía.
Pere Gimferrer
Por Elena Medel
Más de sesenta años de escritura rigurosa, enhebrando ética y estética, belleza y realidad, desde el conocimiento hondo de la tradición –las de sus lenguas de vida, catalán y castellano, también las de sus lenguas de lectura– y la voluntad constante de mirar más allá, y decirlo. Un poeta en la genealogía de momentos brillantes del premio –Eliot, Perse, Aleixandre, Paz– y un prosista, pienso en sus dietarios, que nunca yerra.
Mercè Rodoreda
Por David Uclés
El próximo Nobel a un escritor ibero debería ser póstumo y honrar así al mejor escritor y a la mejor escritora del siglo XX de esta península: Mercè Rodoreda. Su obra es IMPRESIONANTE. Nunca antes nadie me había mostrado de forma tan precisa el filo del barranco de la muerte, de nuestra condición mortal y débil, de la triste existencia. Pero nació mujer, escribía en catalán y defendía la democracia y la libertad. Y la exiliaron. Así se haría justicia. Sus textos son mejores que cualquiera de los que estamos tejiendo los vivos.
Chantal Maillard
Por Sara Barquinero
Si tuviera que escoger una candidata hispana al Nobel, escogería a Chantal Maillard, en parte por su propia valía y en parte como resarcimiento porque nunca lo ganase María Zambrano. Maillard, en la estela de esta última, ha continuado una tendencia en la literatura en castellano por la que se intenta pensar desde la propia poesía.
En Matar a Platón o Hilos, Maillard llevó la experiencia del dolor y la conciencia de la muerte a una lucidez radical que no se quedaba en la mera confesión. En general su obra, merecedora del Premio Nacional de Poesía y el Premio de la Crítica en 2007, ha logrado reconciliar filosofía e intimidad de una forma singularmente original que bien merecería el premio.
José María Merino
Por Manuel Vilas
José María Merino es en estos momentos el maestro absoluto del cuento en español. Sus cuentos tienen una personalidad única, son complejas piezas de relojería que oscilan entre la paradoja filosófica y el humor kafkiano.
Pero también tiene una versatilidad fascinante como novelista, ha trabajado la novela histórica, la novela fantástica y la realista con una voz contundente y una prosa llena de fuerza y personalidad. Es un creador de ficciones ilimitadas y un defensor sabio de la compleja herencia cervantina. Destacaría dos grandes novelas: La orilla oscura y El río del Edén.
Antonio Soler
Por Elvira Navarro
Prefiero que el Premio Nobel me descubra a alguien a quien no conozco antes que a un autor o autora con fama internacional, pues estos últimos ya están descubiertos. Un nobel que sea más una reparación y una ampliación del campo de lectura.
Desde esta premisa, entre los escritores españoles que a mí me parecen sobresalientes, y que creo que merecerían mayor difusión ya no solo fuera de España, sino incluso en nuestro país, escogería al escritor malagueño Antonio Soler, que ha escrito algunas de las mejores novelas españolas de las últimas décadas, entre ellas la impresionante y magistral Sur (esta obra, por sí sola, ya merecería un Nobel).
Soler tiene un enorme prestigio crítico: Premio Nacional de la Crítica por Sur; Premio Herralde por Las bailarinas muertas o Premio Nadal por El camino de los ingleses. Sería estupendo que el Premio Nobel le convirtiera en un autor célebre, pues se lo merece.
Rodrigo Fresán
Por Agustín Fernández Mallo
No es el único ni la única, pero creo que un autor nobelable es Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), que lleva viviendo en España más de treinta años y que es creador de, sin duda, una de las literaturas en español más singulares, exigentes y bien armadas al mismo tiempo que asequible y, sobre todo, dotada de un elemento que considero imprescindible en cualquier narración de ficción, una fantasía que no sigue la norma de lo comúnmente fantástico.
En sus libros, tal ingrediente nunca es arbitrario, se trata de una fantasía exacta: partiendo de lo real se eleva a lo propiamente imaginativo, pero tal imaginación no se queda allí colgada, sino que desciende de nuevo a tierra, y es entonces cuando sus textos te perturban de un modo profundo. Tiene, además, un estilo propio, reconocible en cualquier página, esa identidad única y construida ad hoc que todo autor que pretenda permanecer debería poder crear.
Marta Sanz
Por Sara Mesa
Lo tengo clarísimo. Yo apostaría por Marta Sanz, básicamente porque es una escritora brillante, original y de una altísima exigencia literaria. Tiene obra más que suficiente como para merecerlo –novelas, poemas y ensayos– y coherencia estética entre sus distintos libros. Su escritura defiende en cada frase nuestra riqueza lingüística, lucha contra la homogeneización de la prosa, arriesga y desafía. Hay autoras de su edad que lo han ganado, así que cumple todos los requisitos.
