Decía Antonio Machado en su célebre poema que no había camino, que el camino, en todo caso, se hacía al andar. En el caso de Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955), ni lo uno ni lo otro.
El camino que sigue el autor de Luna de lobos (1985) en su nuevo libro, El viaje de mi padre (Alfaguara, 2025), ya estaba preestablecido. Lo recorrió, como adelanta el título, su progenitor casi 90 años antes, cuando fue llamado a armas durante la Guerra Civil por el ejército sublevado.
Tampoco hizo Llamazares el camino andando ni mucho menos: viajó en su coche para poder llegar así a todos los puntos a los que su padre fue arrastrado por los vaivenes de la contienda cuando apenas tenía 18 años.
Pero el hecho de que el escritor empleara el coche para poder moverse por todos estos lugares es revelador de algo más. Su padre llegó a la mayoría de sus destinos en tren, pasando por estaciones de la España interior que en el presente, tal y como pudo ver Llamazares cuando las visitó, están abandonadas y en desuso.
Así, el trayecto que realiza el hijo para seguir los pasos del padre en el episodio que más marcó la vida de este y toda su generación se transforma en algo más a las pocas páginas de comenzar El viaje de mi padre. Es, aparte de un esfuerzo por mantener vivo el recuerdo familiar, un suspiro en homenaje a la España vacía, vaciada, o como se quiera llamar.
Portada de 'El viaje de mi padre', de Julio Llamazares (Alfaguara, 2025).
Pregunta. ¿Qué término cree que es más adecuado, España vacía o vaciada?
Respuesta. Da igual como lo llamemos. El caso es que está despoblada y sobre todo sus habitantes bastante olvidados y marginados. El viaje sigue los pasos de mi padre desde que salió de su pueblo hasta sus diferentes destinos como soldado en la guerra. Salvo Zaragoza y Castellón, casi todo el camino va por esa espina de la España interior que es seguramente la zona más despoblada del país. Fue una casualidad pero es lo que me encontré.
P. ¿Algún punto del itinerario que recuerde con especial afecto?
R. Fue llamativo que todos los paisajes estuvieran tan cambiados. La memoria se ha ido diluyendo en estos lugares. Si fue especial para mí, fue por lo que significaron para mi padre. Recuerdo las eras de Caminreal, que es donde llegaron de madrugada en un tren de ganado y se instalaron en tiendas de campaña y en las parideras y corralizas. Es donde mi padre recordaba haber pasado más frío en toda su vida, y eso que era de León. Hay que recordar que la batalla de Teruel se libró a casi 20 grados bajo cero, con lo cual murieron muchos por congelación.
»También recuerdo sitios como las trincheras de Cerro Gordo, desde las que se avista ya Teruel y donde recibían fuego de artillería. Allí me contó mi padre que había visto su primer muerto. Mi padre era un soldado de 18 años, casi un adolescente, como la mayoría de los que lucharon allí.
P. ¿Cómo se contaba la Guerra Civil en su familia?
R. Se hablaba poco porque, como sucedió con muchas familias, la guerra les fracturó. En la familia de mi padre tres hermanos lucharon en un bando y dos en el otro. Unos por ideología, sobre todo los que eran de izquierdas, y otros dos porque les tocó por estar en zona sublevada.
"En Teruel es donde mi padre recordaba haber pasado más frío en toda su vida, y eso que era de León"
»Incluso se da la circunstancia de que mi padre se enteró más tarde de que su hermano Ramiro, socialista que acabó en la cárcel y más tarde se marchó a Argentina, estuvo también en la batalla de Teruel. Eso es una guerra civil, una guerra entre hermanos. La mayoría de ellos son llevados allí por las circunstancias, ni por ideología, ni por nada.
P. ¿Qué percepción tenía usted de las historias que le contaba su padre?
R. Mi padre, como la mayoría de gente que vivió la guerra, hablaba poco. Los que pudieron volver quedaron muy tocados. En mi casa además era un tema especialmente delicado, con familiares luchando en el bando contrario. De esos dos tíos míos que estaban en el ejército republicano, como he dicho, uno acabó en el exilio, y el otro todavía está sin localizar en alguna cuneta anónima de España, porque no volvió a aparecer.
»Las cicatrices duraron para siempre y por eso yo he querido hacer este libro: es un homenaje a mi padre y a todos aquellos que lucharon en una guerra que fue una auténtica locura y les marcó para siempre. Al comienzo lo dejo claro: está dedicado a los perdedores de la guerra de uno y otro bando.
P. ¿Qué significa para usted el concepto memoria histórica?
R. Tiene una acuñación que es un tanto reiterativa en sí misma pero define muy bien una situación, que es la necesidad de no olvidar a toda esa gente. Mi propio libro forma parte de la memoria histórica. Es la necesidad del recuerdo y de curar las cicatrices de la guerra. Unas cicatrices que no se curan ocultándolas, sino haciendo como con las heridas físicas: limpiándolas y tratándolas.
»En el caso de los muertos que siguen sin ser encontrados hay que recuperar sus restos y darles una sepultura digna. Me admira que mucha gente que se dice católica esté en contra de esta idea de recuperar los restos cuando el Evangelio dice que hay que enterrar a los muertos dignamente.
»Un país no puede ser normal con 100.000 muertos fuera del cementerio, no es cristiano. Mientras no se supere esa página, la Guerra Civil no habrá terminado, por lo menos en el imaginario de los españoles. No hay más que leer las noticias para darse cuenta de que la guerra sigue planeando como una sombra sobre nosotros. Seguirá así mientras no normalicemos su recuerdo.
"Después de lo que vivimos en el siglo XX es increíble que tanta gente esté utilizando lenguaje bélico con esa ligereza"
P. ¿Podría repetirse a día de hoy algo como lo que vivió su padre?
R. Ojalá que no, pero no pintan bien las cosas. Ni en España ni en Europa. Después de lo que vivimos en el siglo XX es increíble que tanta gente esté utilizando lenguaje bélico con esa ligereza y esa alegría. Sobre todo gente joven, que precisamente debería ser la que más luchara por no repetir la historia pasada.
P. ¿Por qué volver al viaje de su padre justamente ahora?
R. Cuando eres joven no prestas atención a lo que piensan o dicen tus padres. Sueles pensar que la única vida interesante es la tuya. Luego te das cuenta de que no.
»El libro que se fue formando poco a poco en mi conciencia, sobre todo después de que mi padre desapareciera. En ese momento piensas: "Joder, ¿por qué no presté más atención?". Se queda una especie de cargo de conciencia de no haber escuchado más.
P. ¿Qué opina de la forma en la que se representa la Guerra Civil en la literatura reciente?
R. Siempre en España hemos tenido un complejo de culpa con nuestro pasado. Hemos estado continuamente en una lucha entre los que dicen que no hay que mirar atrás y los que afirman que hay que recordar las cosas para superarlas. La literatura no es una excepción.
E»ste año se ha cumplido 40 años de mi primera novela, Luna de lobos, que habla de los huidos de la posguerra y los maquis. Cuando se publicó el libro, la pregunta que hacían siempre los periodistas era: "¿Por qué seguir dándole vueltas a la guerra?".
»Bueno, pues 40 años después la novela que más se está leyendo en España es La península de las casas vacías de David Uclés, que está siendo un fenómeno editorial escrito por un chico de 35 años y es una especie de pandemónium literario sobre la Guerra Civil.
P. Volviendo al tema de la despoblación, ¿cuáles cree que son los motivos?
R. Es un problema que, como la Guerra Civil, planea sobre nuestro país. Hay dos Españas, una que crece, tanto económica como demográficamente, que es la triunfadora del tiempo, y otra menguante, que se va constriñendo hasta desaparecer. Este es un país con dos velocidades, y lo reflejo en mi libro.
P. ¿Se puede hacer algo para evitarlo?
R. Corregir el rumbo de la historia es muy complicado. Y más teniendo en cuenta la idiosincrasia de este país. Cada comunidad lucha por sí mismo sin importarle que el de al lado se desvanezca. Es un sálvese quien pueda.
