Ángel González
Publicada

Dánae

La tarde muere envuelta en su tristeza.

Paisaje tierno para soñadoras

miradas de mujer, exploradoras

de su melancolía en la belleza.

Dánae apoya en sus manos la cabeza.

El ambiente que el sol último dora

es una leve, dulce y turbadora

caricia que la oprime con pereza.

Un pajarillo gris, desde una vana

rama, canta a la tarde lenta y rosa.

Oro de sol entra por la ventana

y Dánae, indiferente y ojerosa,

siente el alma transida de desgana

y se deja, pensando en otra cosa.

Otro tiempo vendrá

Otro tiempo vendrá distinto a éste.

Y alguien dirá:

«Hablaste mal. Debiste haber contado

otras historias:

violines estirándose indolentes

en una noche densa de perfumes,

bellas palabras calificativas

para expresar amor ilimitado,

amor al fin sobre las cosas

todas».

Pero hoy,

cuando es la luz del alba

como la espuma sucia

de un día anticipadamente inútil,

estoy aquí,

insomne, fatigado, velando

mis armas derrotadas,

y canto

todo lo que perdí: por lo que muero.

¿Cómo seré yo cuando no sea yo?

¿Cómo seré yo

cuando no sea yo?

Cuando el tiempo

haya modificado mi estructura,

y mi cuerpo sea otro,

otra mi sangre,

otros mis ojos y otros mis cabellos.

Pensaré en ti, tal vez.

Seguramente,

mis sucesivos cuerpos

-prolongándome, vivo, hacia la muerte-

se pasarán de mano en mano

de corazón a corazón,

de carne a carne,

el elemento misterioso

que determina mi tristeza

cuando te vas,

que me impulsa a buscarte ciegamente,

que me lleva a tu lado

sin remedio:

lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos

-qué importa que no sean estos ojos-

te seguirán a donde vayas, fieles.

Cumpleaños

Yo lo noto: cómo me voy volviendo

menos cierto, confuso,

disolviéndome en aire

cotidiano, burdo

jirón de mí, deshilachado

y roto por los puños.

Yo comprendo: he vivido

un año más, y eso es muy duro.

¡Mover el corazón todos los días

casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario

morirse muchas veces mucho.

Muerte en el olvido

Yo sé que existo

porque tú me imaginas.

Soy alto porque tú me crees

alto, y limpio porque tú me miras

con buenos ojos,

con mirada limpia.

Tu pensamiento me hace

inteligente, y en tu sencilla

ternura, yo soy también sencillo

y bondadoso.

Pero si tú me olvidas

quedaré muerto sin que nadie

lo sepa. Verán viva

mi carne, pero será otro hombre

-oscuro, torpe, malo- el que la habita...

Porvenir

Te llaman porvenir

porque no vienes nunca.

Te llaman: porvenir,

y esperan que tú llegues

como un animal manso

a comer en su mano.

Pero tú permaneces

más allá de las horas,

agazapado no se sabe dónde.

... Mañana!

Y mañana será otro día tranquilo

un día como hoy, jueves o martes,

cualquier cosa y no eso

que esperamos aún, todavía, siempre.

Milagro de la luz

Milagro de la luz: la sombra nace,

choca en silencio contra las montañas,

se desploma sin peso sobre el suelo

desvelando a las hierbas delicadas.

Los eucaliptos dejan en la tierra

la temblorosa piel de su alargada

silueta, en la que vuelan fríos

pájaros que no cantan.

Una sombra más leve y más sencilla,

que nace de tus piernas, se adelanta

para anunciar el último, el más puro

milagro de la luz: tú contra el alba.