Poco antes de su viaje a la India, el escritor estadounidense Allen Ginsberg, autor del célebre poema Aullido y uno de los santos patrones fundadores de la Generación Beat, conoció a Pupul Jayakar, una activista india amiga de Indira Gandhi. "Pese a su pobreza —reflexionaba durante la cena el poeta norteamericano— los indios siguen buscando a Dios".
Es fácil imaginar un mohín de disgusto en la cara de la mujer. La del poeta era una postura frívola y fundamentada en prejuicios eurocéntricos, que seguía la línea que más tarde describiría Edward Said en su ensayo Orientalismo (1978). "Los estadounidenses buscáis respuestas en la India, pero los jóvenes de la India las buscan en Occidente", contestó Jayakar, harta de idealizaciones que no hacían otra cosa que simplificar hasta el absurdo la complejidad de su país.
Pero la activista no iba a hacer entrar en razón al poeta, que estaba obcecado con encontrar a Dios o alguna otra verdad profunda del universo viajando por el subcontinente asiático. El punto álgido del encuentro, de hecho, vendría a continuación, con una pregunta de Ginsberg que terminaría de descolocar a la escritora india: "¿Me ayudarías a encontrar un gurú gay? No quiero parecer codicioso, pero creo que es esencial que encuentre a Dios a través de un gurú al que pueda amar". Para quitar hierro al asunto, Peter Orlovsky, pareja del autor de Aullido, aclaró: "Nosotros somos como niños. Necesitamos orientación y ayuda".
Ciertamente como niños es como retrata Deborah Baker a Ginsberg, Kerouac y compañía en La generación Beat en la India (Fórcola, 2025). Muchachos desubicados que, sin tener respuestas, las buscaban en viajes por carretera o por mar, experimentando con una extensísima nómina de drogas, o en el espiritualismo oriental.
Ginsberg, de hecho, tenía una relación muy especial con "las verdades profundas" desde que en 1948, mientras leía unos poemas de William Blake, sufrió una epifanía espiritual por la que, dijo más tarde, escuchó la voz del poeta. Fue aquella una experiencia tan fuerte para el estadounidense que lo llevó a pasar ocho meses en un hospital psiquiátrico. Desde entonces, lo trascendental pasó a ocupar un lugar privilegiado en la ideología y la concepción del mundo del beatnik.
Portada de 'La Generación Beat en la India', de Deborah Baker (Fórcola, 2025).
Poco después de aquel encuentro con la activista india, Ginsberg viajaría a la antigua joya de la corona del Imperio Británico. Le acompañarían en ese primer periplo Orlovsky y el matrimonio formado por Gary Snyder y Joanne Kyger, ambos poetas. De los cuatro, Snyder era el que en más profundidad había estudiado las tradiciones orientales, siendo considerado, incluso, una suerte de gurú entre los beatniks. Kerouac, de hecho, publicaría Los vagabundos del Dharma poco después de En el camino basándose en su relación con el poeta.
La admiración de las diferentes doctrinas religiosas orientales fue uno de los pilares sobre los que más firmemente se sostuvo la generación Beat. Muchos, sin embargo, han tachado ese interés de ingenuo y superficial.
Fuera esta admiración ignorante o fundamentada en un conocimiento más o menos profundo de la cultura de la que la Generación Beat se quiso empapar, lo cierto es que no todos sus integrantes mantuvieron esa actitud devota una vez pisada la supuesta "Tierra prometida".
En estos términos se refiere a los locales Joan Kyger en una de sus cartas enviadas desde la India: "Lamentablemente no te entienden cuando les dices que quiten sus mierdosas y repugnantes zarpas de tu maleta y se vayan al carajo (...). Y cuando no intentan abrillantarte los zapatos mientras caminas o meterte un bebé en los morros a través de la ventanilla del tren o pisotearte hasta la muerte (...), se comportan como chusma insoportable y te preguntan de qué parte de los 'estados' eres, y te vienen con lo de su espiritualidad de los cojones y con que en su familia tienen dos transistores".
Para desgajar con la máxima rigurosidad los pormenores del viaje de Ginsberg y compañía, Baker no se reduce a un análisis de la correspondencia que estos viajeros intercambiarían con otros beatniks como Cassidy, Kerouac o Gregory Corso. Ella misma puso rumbo al subcontinente para seguir los pasos del grupo y ver de primera mano lo que quedaba de cada uno de los rincones que visitaron.
Esta curiosa expedición capitaneada por Ginsberg, toda una rockstar por aquel entonces gracias al éxito de Aullido, se detiene en varias ciudades a lo largo y ancho del país, todas ellas relevantes tanto para la cultura como para el espiritualismo hindú. De Bombay a Calcuta, pasando por Benarés, Jaipur y Delhi, el poeta busca una respuesta última al sentido de la vida.
Un nirvana fast food
Pero esta verdad tenía que cumplir ciertos requisitos. Como ya le había comentado a Jayakar, tenía que venir de la mano de un gurú homosexual del que se pudiera enamorar. Para colmo, Ginsberg no podía invertir toda una vida en esta búsqueda: quería obtener respuestas de forma rápida, que le facilitaran un atajo. Un nirvana fast food que, creía él, podría alcanzarse gracias a las drogas psicodélicas que recientemente estaba popularizando —y distribuyendo— Timothy Leary.
Ninguno de los guías espirituales que visitó satisficieron las, por otro lado desorbitadas, expectativas de Ginsberg. En aquella visita de aproximadamente un año la troupe llegó a conocer en Dharamsala al mismísimo Dalai Lama, en aquel entonces un joven de apenas 27 años.
Tampoco el líder tibetano complació al poeta. Ginsberg, obsesionado con conocer la relación entre los efectos de las drogas y los estados espirituales resultantes de la meditación, insistía en conocer la opinión del Dalai Lama sobre el asunto. Este, sin embargo, no mostraba el menor interés. Consideraba que no eran más que una distracción que no abordaban de ningún modo el problema del ego, fuente de toda angustia.
De este encuentro, Joanne Kyger, presente también en aquella entrevista, opinaba en su correspondencia con un amigo de Estados Unidos: "Allen quiere iluminarse de golpe y no puede ni quedarse sentado. Vino a la India en busca de un maestro espiritual, aunque me parece que cree que ya lo sabe todo, solo que desearía que ese conocimiento lo hiciera sentirse mejor".
La Generación Beat era, después de todo, nihilista sin querer serlo. Sí, efectivamente Dios había muerto, pero no querían creerlo. De ahí que no pudieran estarse quietos ante el vacío vital. Como las respuestas a sus preguntas ya no podían encontrarlas en las religiones monoteístas de la tradición occidental, trataron de hallarlas en algún otro sucedáneo de Dios.
Y las buscaron hasta debajo de las piedras: algunos en la carretera, en un viaje perpetuo hacia ninguna parte; otros, en las nuevas fronteras de la percepción que establecían las drogas psicodélicas. Las tradiciones orientales también podían ofrecer una alternativa atractiva. Ginsberg y compañía trataron de aunar viaje, drogas y orientalismo en aquel periplo.
Como suele suceder con estas cuestiones, Ginsberg no encontró lo que buscaba. La miríada de tradiciones espirituales que existe en la India no están hechas para amoldarse a los deseos de un occidental que demanda respuestas instantáneas sin, a cambio, realizar los sacrificios pertinentes.
Pero, después de todo, no se iba con las manos vacías. Llegó a esa conclusión en el barco que le llevaba desde Calcuta a Kyoto. Entonces recordó las voces de todos aquellos gurús que, pacientemente, habían escuchado sus preocupaciones. El recuerdo de aquella paciente dulzura le embriagó. Tal y como le contó a Kerouac en una carta, todas esas memorias le hicieron llorar. India, concluía Ginsberg, se marchaba con él y le acompañaría durante el resto sus días.
