A veces, una sola fotografía —o toda una colección— puede cambiar el destino de un pueblo. Así ocurrió en los albores del siglo XX, cuando la modernidad y el progreso parecían abrirse paso. Fue entonces cuando una pareja de misioneros británicos, Alice Seeley Harris (1870-1970) y su esposo, John Hobbis Harris, viajó al Congo Libre sin sospechar el horror que la cámara Kodak Brownie de Alice estaba destinada a revelar.
A finales del siglo XIX, Europa ignoraba en gran medida las atrocidades que se cometían en el llamado Estado Libre del Congo, un territorio que no era oficialmente una colonia, sino la posesión privada de Leopoldo II, rey de los belgas. Lejos de la imagen civilizadora que el monarca proyectaba en sus discursos —prometiendo "atravesar las tinieblas de la barbarie y asegurar en África Central la bendición de un gobierno civilizado"—, el Congo funcionaba como una vasta finca personal destinada a enriquecerlo con caucho, marfil y diamantes.
Fuera del alcance de la ley y la mirada pública internacional, la tortura, las mutilaciones, el maltrato y la brutalidad ejercida por los agentes europeos no solo se toleraban, sino que eran el fundamento mismo del sistema de explotación que sostuvo el régimen de Leopoldo II.
El mundo solo empezó a conocer la magnitud de estos crímenes cuando activistas como Alice Seeley Harris difundieron fotografías devastadoras y diplomáticos como Roger Casement —protagonista de El sueño del celta de Mario Vargas Llosa— denunciaron públicamente el sistema de terror instaurado bajo el reinado de Leopoldo II. Hasta entonces, la llamada "bendición de la civilización" no había sido más que una coartada para una de las explotaciones humanas más atroces de la era moderna.
Como relata Amador Guallar en Kodak en el Congo (RBA), la misionera inglesa comenzó a fotografiarlo todo en cuanto desembarcó del SS Cameroon, el 4 de agosto de 1898, tras tres largos meses de travesía: el bullicio del puerto, las mujeres machacando mangos y preparando sopa, los paisajes inquietantes y exuberantes, las miradas desconfiadas —casi hostiles— de los lugareños... Sí, escribe Guallar, "Alice sintió la necesidad de fotografiarlo todo, arrastrada por la dulce danza de luces, posturas, momentos, miradas complacientes o desconfiadas. Cada vez que apretaba el disparador, desaparecía hasta perder el mundo de vista".
Portada de 'Kodak en el Congo', de Amador Guallar (RBA, 2025).
El matrimonio de misioneros no tardó en enfrentarse a una primera y brutal revelación de la violencia belga: guiados a través de la selva rumbo a la Estación Misionera de Ikau, cerca del río Lulonga, se toparon con lo que quedaba de una aldea destruida por soldados europeos. El suelo, cubierto de huesos humanos y restos calcinados, dibujaba el paisaje de una inmensa fosa común a cielo abierto.
Según narra Guallar, fueron los propios guías congoleños quienes les explicaron la magnitud de la tragedia: "A los que no mataron se los llevaron como esclavos", y añadieron que aquello no era una rareza, sino parte de una lógica de terror extendida: "A lo largo del río hay muchas más aldeas como esta".
Fue solo el primer aviso, porque lo peor aún estaba por llegar. Alice Seeley no tardó en descubrir que no se trataba únicamente del uso constante del chicote —un látigo de piel de hipopótamo—, sino de la extrema crueldad infligida a los congoleños. Si tras dieciocho horas de trabajo extenuante no lograban recolectar la cuota de caucho impuesta por los agentes del rey Leopoldo, les aguardaban brutales castigos: azotes, secuestros, ejecuciones, asesinatos y el castigo más cruel, la mutilación de manos y pies.
Además, los agentes del monarca actuaban con total impunidad. Así había sido desde que el rey belga se apropió del país, y nada parecía que fuera a cambiar mientras la demanda mundial de caucho —imprescindible para los neumáticos inventados por John Dunlop en 1887— continuara en auge. Sin embargo, Alice Seeley Harris estaba allí. Decidió documentarlo todo con su cámara, y esas imágenes acabarían por cambiar el mundo.
Solo un ejemplo: una de las fotografías más elocuentes, tomada en 1904, muestra a Nsala, un hombre sentado frente a la casa de los misioneros. Su mirada está fija en unos pequeños objetos que descansan sobre la mesa. Solo al observar detenidamente, comprendemos el horror: se trata de una mano y un pie diminutos, todo lo que queda de Balii, su hija de apenas cinco años, mutilada y asesinada junto a su madre por centinelas de la Compañía Abir Congo (ABIR) como castigo por no haber entregado la cuota de caucho exigida.
Al principio, las fotografías de Alice Seeley aparecieron en Regions Beyond, la revista de la Misión Congo Balolo, sin que trascendieran demasiado, pero en 1902 los Harris regresaron temporalmente a Gran Bretaña y no dudaron en mostrarlas a amigos, políticos y gente influyente, marcando el inicio de una ofensiva mediática e institucional que tuvo gran repercusión.
Además de trabajar desde 1906 para la Asociación para la Reforma del Congo de Morel, ese mismo año Alice realizó una gira por Estados Unidos en la que presentó sus imágenes en cientas de reuniones celebradas en medio centenar de ciudades mediante proyecciones con linterna mágica. El éxito fue tal que, en diciembre, el diario New York American utilizó durante una semana completa las fotografías de Harris para ilustrar artículos sobre las atrocidades en el Congo.
El impacto causado por el periódico americano conmocionó a la opinión pública internacional y aumentó la presión sobre las autoridades belgas y europeas, marcando un punto de inflexión en la denuncia del régimen de Leopoldo II.
El clamor mundial ya era imparable: en 1908, ante la presión internacional, Leopoldo II se vio obligado a ceder la administración del Estado Libre del Congo al gobierno belga, dando así origen al Congo Belga y poniendo fin a una de las etapas más oscuras de la colonización africana.
Sin embargo, la labor del matrimonio no terminó ahí. En abril de 1910, ambos asumieron la secretaría organizativa de la Sociedad Antiesclavista y de Protección de los Aborígenes. Poco después, Alice renunció a su cargo oficial, pero nunca dejó de colaborar con su esposo hasta la muerte de este en 1940.
Los Harris regresaron al Congo entre 1911 y 1912, tras la entrega del territorio a Bélgica. Observaron una mejora en el trato a los nativos y posteriormente publicaron un libro, Condiciones actuales en el Congo, ilustrado con fotografías de Alice. Poco después, cientos de fotografías documentales africanas de Alice se exhibieron en una exposición en la Institución Colonial.
Madre de cuatro hijos, en 1933, Alice Seeley se convirtió en Lady Harris porque su marido fue nombrado caballero, pero se hizo célebre su frase: "¡No me llames Lady!". Olvidada por la sociedad durante décadas, falleció el 24 de noviembre de 1970, seis meses después de cumplir cien años. Poco antes de morir, concedió una entrevista a la BBC para el programa Women of Our Time (Mujeres de nuestro tiempo).
Leopoldo II de Bélgica, por su parte, murió el 17 de diciembre de 1909, víctima de una hemorragia cerebral. Pese a su inmensa riqueza, no dejó herederos varones legítimos al trono: su único hijo, el príncipe Leopoldo, murió siendo niño. El trono belga pasó entonces a su sobrino Alberto I.
Aun hoy, no se sabe cuántas personas fueron masacradas en el Congo mientras existió el Congo Libre. La cifra más conservadora habla de cinco millones de muertos, pero las más recientes estimaciones aseguran que pudieron superar los diez millones, aunque el historiador congoleño Isidoro Ndaywel è Nziem eleva la cifra hasta los 13 millones de muertos.
