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A las afueras de Ohrid (Macedonia del Norte), Isabel —como el príncipe de El Idiota de Dostoievski— se encuentra aislada entre la noche tupida de Europa Central y la tela sintética de su tienda de campaña. Lleva varios meses de pedaleo y aun así la línea de meta que marca el horizonte, en su caso Teherán, no le interesa lo más mínimo. A la joven ciclista le alienta más bien la "gran inquietud", el misterio de lo que no ha visto, no ha leído, todo lo que aún no ha conocido...

Sin otra idea en mente que irse lejos, Isabel del Real (autora y protagonista del cómic Y llegué a Teherán, publicado por la editorial Hachette), arrancaba en febrero de 2021 su travesía en una bicicleta construida desde cero por ella misma. Durante 15.000 kilómetros pasaría por España, Italia, Albania, Eslovenia, Turquía... hasta llegar a Irán.

Esta es una aventura que brota de la cabeza de una estudiante de derecho desorientada que decide peregrinar desde Plouër (Francia) libre de cualquier premisa, mucho menos de escribir una novela gráfica. Pero así como la amistad, la reflexión y el miedo se abren paso en un viaje como este, también lo hace la literatura. Quizás como un homenaje a los reencuentros en el Éufrates, una huella de las noches en el Cáucaso o una manera de aprender a recorrer el camino.

Entre las más de 1.000 viñetas en blanco y negro en las que se fragmenta la historia de Isabel, uno podría pensar que la soledad es una de sus compañías principales. Pero, a medida que la autora y ciclista francesa deja atrás kilómetro tras kilómetro, consigue la amistad de nómadas italianos, ingleses o alemanes como ella. Personas que también se han lanzado a la carretera en busca de nada en particular.

A lo largo de su imprevisible ruta a dos ruedas se topará con Maxi, Simon, Fritz, Clemence, Antoine y, los más importantes, Jérémy y Louis. Con este último vivirá las dificultades que separan Estambul de Georgia y sus últimas zancadas en Teherán.

Viñeta del cómic 'Y llegué a Teherán', de Isabel del Real (Hachette Graphic)

Isabel, Louis y Jérémy serán expulsados por el mouhkhtar (jefe) de un pueblo, atacados por una jauría de perros Kangales de orejas cortadas, acosados por los marineros pelirrojos del mar Negro, los circasianos. Y como en toda buena road movie seguirán unidos, eso sí, hasta sobrepasar las nieblas de los Balcanes.

En las sinuosas montañas del Cáucaso el espacio, el tiempo y el ritmo del mundo se paralizan. Ahí, en ese limbo escarpado, la ciclista se permite tener dudas. De la pausa laten sus miedos. En contra de la inercia de la ciudad, el sinfín de cordilleras que ante ella se alzan, le hacen sentirse perdida; le obligan a reconsiderar su propósito, su lugar, su vida. La obra de Isabel del Real también reivindica esto, el saberse perdido para luego tomar la dirección correcta.

Página de 'Y llegue a Teherán'. Foto: Hachette Graphic

Pero en un viaje por Europa no todo iba a ser drama, de hecho sucede lo contrario. Desde pícnics improvisados en la Anatolia junto a una familia turca y sus "deliciosos intestinos ahumados con boñigas" hasta un grupo espontáneo de música eslava que toca Wild World (Yusuf/Cat Stevens) entre copas de licor de resina de pino y anécdotas de la Segunda Guerra Mundial.

En Italia, por ejemplo, la joven de 23 años coincide con Sebastiano, otro ciclista como ella. Durante su paseo por las bóvedas de Venecia, Isabel y Sebas miran al cielo estrellado, piensan y hablan con nostalgia, como si ese encuentro fuese ya parte del cómic. Esos momentos previos al amanecer terminan como el primer filme de la trilogía de Linklater, con una promesa; solo que esta vez es en forma de carta.

Viñeta de 'Y llegué a Teherán', de Isabel del Real (Hachette Graphic)

Sobra explicar que para abrirse camino en bicicleta a lo largo de 15.000 kilómetros no solo se necesitan piernas dispuestas al castigo, sino la hospitalidad de sus residentes. Una amabilidad en el recibimiento que, al menos en la novela gráfica de Isabel del Real, parece ser igual o más abundante en lugares como Turquía, Georgia o Irán —no tan amables en cuanto a la libertad de las mujeres— que en otros países de Europa. 

La travesía de la autora pasa por Europa y Oriente Próximo y a lo largo de ella emergen de entre la tierra y las gentes de ambos continentes algunas de sus heridas recientes, como las masacres de la guerra de Yugoslavia contadas por Magda, una mujer croata, o los vestigios de los conflictos entre Irán y Estados Unidos ya arraigados en su cultura. 

La novel gráfica de Isabel del Real deja claro que no todo viaje tiene que planearse a base de un mapa de papel y estrictas chinchetas. No todo es una busqueda de destino, propósito y significado, pues mucho más valioso es vivir todos los tramos intermedios, los márgenes y entender cómo la vida se abre paso alrededor de todos y cada uno de los caminos que uno recorre, bien sea andando, en bici o alfombra mágica.