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¿Son las palomas más inteligentes de lo que pensamos? ¿Cómo es posible que cientos de miles de pájaros puedan volar a cincuenta kilómetros por hora a pocos centímetros de distancia entre sí y logren mantener la formación a pesar de los cambios de viento y dirección? ¿Existe un gen que nos impulse a migrar? ¿Predicen los cuervos el tiempo o se puede entender la filosofía a partir de la vida de un perro?

Estas y otras curiosidades son algunas de las historias que nos cuentan algunos de los libros publicados recientemente sobre el reino animal.

Cuanto más estudiamos a las aves, sostiene Noah Strycker en Esa cosa con plumas (Capitán Swing), más similitudes encontramos entre sus comportamientos y los nuestros. “Características humanas distintivas, como bailar al ritmo de la música, reconocer el propio reflejo y la conciencia del yo, crear obras de arte e incluso la manera de sentir el enamoramiento y vivir el amor, se reconocen ahora también en las aves”.

En este singular libro, el ornitólogo estadounidense nos habla de la capacidad de las palomas de procesar información para volver a casa, de cómo la crianza cooperativa entre ratonas australianas puede ayudarnos a “ilustrar por qué los humanos suelen ser buenos con el prójimo” o por qué las gallinas domésticas tienen mucho que enseñarnos sobre las jerarquías.

En realidad, afirma, según señalan varias investigaciones neurológicas en humanos, “ciertos comportamientos podrían ser más instintivos de lo que pensamos, como consecuencia de eones de evolución y selección”.

Portada de 'Esa cosa con plumas', de Noah Strycker (Capitán Swing)

Del movimiento migratorio de los búhos nivales, por ejemplo, que cada cierto tiempo aparecen al sur de su hábitat natural —en 1916 se registraron más de mil apariciones de esta ave tan solo en Washington—, podemos deducir que, al igual que los hombres, su espíritu es nómada por naturaleza.

“Algunas personas son más propensas que otras a la vida errante —comenta al respecto—. La evidencia genética indica que el ser humano emigró de su lugar de origen en África para colonizar el mundo hace alrededor de 338.000 años”.

Lo curioso, mantiene el autor, es que es posible que en la inquietud de desplazarse intervenga un componente biológico. “Los científicos han identificado un anhelo en particular en nuestro gen DRD4, llamado 7R, que podía encajar en esta descripción; ha sido vinculado con el trastorno por déficit de atención, con hiperactividad o inquietud por lo novedoso, de donde deriva su apodo: gen del riesgo”.

Aunque nadie mejor que los colibríes para explicar al hombre moderno, ya que son seres particularmente solitarios y territoriales que son “esclavos de la velocidad”. Un ritmo de vida que tampoco ha conseguido asegurar su existencia. “Son tan solitarios que no forman pareja para criar una familia. Parece ser que tienen una tasa extraordinariamente alta de infartos y colapsos”, advierte.

Mao contra los gorriones

Casi en diálogo con el libro de Strycker, Salamandra publica Diez aves que cambiaron el mundo, de Stephen Moss, donde el naturalista defiende la tesis de que las aves “han provocado revoluciones sociales, han cambiado nuestra forma de ver el mundo y, en determinados momentos de inflexión, han suscitado cambios de paradigma social”.

Desde el cuervo al pavo —protagonista inevitable de las copiosas comidas del Día de Acción de Gracias en Norteamérica—, la historia de estos animales arroja luz sobre nuestra propia historia y quiénes somos.

Portada de 'Diez aves que cambiaron el mundo', de Stephen Moss (Salamandra)

Y no solo en lo bueno. Es ahí, donde, por ejemplo, Moss nos habla de la extinción del dodo de Mauricio, país insular del océano Índico, como consecuencia de la invasión humana y la depredación de los diversos animales que “los invasores” llevaron consigo durante el siglo XVII.

En este particular recorrido, el escritor se detiene a hablarnos del simbolismo del águila, el animal que más veces se ha representado en los escudos de las ciudades, Estados o países, desde los antiguos griegos y romanos hasta nuestros días. Asociada a la fuerza del imperio, los grandes dictadores como Hitler también la lucieron en sus emblemas.

“Cuando el general Franco se hizo con el poder en España tras la encarnizada guerra civil que asoló al país, puso el antiguo símbolo heráldico del Águila de San Juan (previamente asociada al escudo de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, en el siglo XV) en la bandera de la nación, mientras que otro dictador, Saddam Husein, eligió el Águila de Saladino, un símbolo del nacionalismo árabe ampliamente utilizado”, escribe Moss.

“Y en 1993, tras la repentina y acelerada desintegración de la Unión Soviética, la Federación Rusa resucitó el símbolo de un águila cuyo origen se remonta a finales del siglo XVI: hoy su escudo de armas representa un águila bicéfala dorada sobre fondo rojo”.

Aunque quizás, la más curiosa de estas historias sea la lucha del dictador chino Mao Zedong en 1958 contra el humilde gorrión molinero que, al alimentarse de distintos tipos de grano, llegó a poner en peligro, según el líder asiático, las cosechas anuales. “El resultado fue que se persiguió y dio muerte a cientos de millones de gorriones”, cuenta el naturalista.

Ironías de la vida, o de la naturaleza, varios años más tarde, China tendría que importar 250.000 ejemplares de gorrión de la Unión Soviética. “En junio y julio de 1959, la cosecha de arroz fue un auténtico desastre. Los rendimientos se desplomaron por una sencilla razón: aunque los gorriones se nutren de semillas y granos en otoño e invierno, durante la época de cría alimentan a sus hambrientos polluelos con incontables millones de insectos. Con la desaparición de los gorriones, esos mismos insectos no tuvieron ningún impedimento para arrasar las preciadas cosechas”.

Dijo el cuervo: “Nunca más”

Desde que Noé soltara el cuervo en su Arca —prosigue Moss—, “las aves han sido un componente esencial de las supersticiones, la mitología y el folclore humano”. Y, precisamente, de eso trata Los cuervos en la historia (Sexto Piso), del ensayista y poeta argentino Jorge Fondebrider.

Según este autor, estos curiosos animales a los que Edgar Allan Poe dedicó su más célebre poema, siempre han estado muy cerca de nosotros, algo que han demostrado recientes descubrimientos arqueológicos realizados en los yacimientos checos de Predostí, Pavlov I y Dolní Věstonice I, que datan de hace 30.000 años.

Portada de 'Los cuervos en la historia', de Jorge Fondebrider (Sexto Piso)

Sobre ellos ya escribieron Aristóteles, Ovidio, Plutarco o Séneca. También Virgilio en las Geórgicas, donde las presenta como aves capaces de predecir el tiempo, compuso: “También los cuervos su señal nos brindan: / son tres o cuatro límpidos graznidos / que emiten ahuecando la garganta; / llenos de no se sabe qué dulzura/ más de lo usual, alegre algarabía / arman en el follaje todos juntos / gozándose en rever tras la tormenta / los tiernos pollos y los dulces nidos”.

De su paso en la Edad Media por bestiarios y otros textos hasta nuestros días, Fondebrider cuenta que hoy se sabe que los cuervos “son capaces de transmitir datos de grupo en grupo, manteniendo las particularidades propias de cada uno. Entre otras cosas, también pueden resolver problemas complejos y comunicar esos resultados a terceros. Además, saben memorizar y reconocer el rostro de aquellos a quienes consideran enemigos y tienen la habilidad de pasar esa información a otros cuervos, para lo cual desarrollaron un lenguaje matizado”.

“Por extraordinario que parezca —continúa—, se muestran empáticos con el perdedor de una pelea y, ante los cadáveres de otros cuervos, cumplen con ciertos comportamientos que pueden ser asimilados al rango de rito”, algo que es frecuente en los animales, según nos contó ya la española Susana Monsó en La zarigüeya de Schrödinger.

Pero quizás lo más interesante de este libro, no obstante, sea el repaso que hace de la existencia de este animal en la mitología y folclore, a lo largo de todas las culturas. Por ejemplo, “en los autores griegos, tanto la referencia a la longevidad de los cuervos como la tendencia a conservar su pareja a lo largo de toda la vida, se volvieron una constante, de hecho, comprobada por los egipcios quienes, cargando las tintas, convirtieron a estas aves en símbolo de la viudez. En consecuencia, la visión de un cuervo solitario se volvió un mal presagio”.

Ave oracular en los mitos griegos, era habitual verle acompañando a varios titanes y dioses como Cronos, Apolo o Atenea. Sobre ellos escribió Esopo es sus fábulas. Para la cultura celta el cuervo era el animal de la guerra y la destrucción. Fue asociado a las profecías y a la brujería y en el folclore escocés era habitual elegirlo como figura heráldica de familias y clanes.

Si el águila era símbolo de algunos imperios, para los vikingos era común llevar un cuervo en sus estandartes. “Hay quien atribuye el principio de esta práctica al legendario Ragnar Lodbrok, rey de Noruega, Suecia y Dinamarca”. Gracias a ellos, cuenta la tradición noruega, el vikingo Flóki fue capaz de encontrar Islandia.

Del mar a la tierra

Portada de 'El evangelio de las anguilas', de Patrik Svensson (Libros del Asteroide)

Los misterios de la naturaleza no tienen fin. En el año 2020, Patrik Svensson nos sorprendía con el magnífico ensayo El evangelio de las anguilas (Libros del Asteroide), en el que trataba de desvelar esa gran incógnita que, durante siglos, habían compartido tanto científicos como filósofos como Aristóteles o Freud de manera casi obsesiva.

"Sigue siendo un misterio por qué se dirige únicamente al mar de los Sargazos —escribía el autor aquí—. Son muchos los animales que migran para reproducirse, pero muy pocos los que hacen un viaje tan largo y penoso como la anguila, y ninguno se empecina en ir a un solo lugar, siempre el mismo, situado a miles de kilómetros; y tampoco hay ninguno que lo haga una sola vez en la vida, antes de morir".

Portada de 'La felicidad de los perros', de Mark Rowlands (Seix Barral)

En la misma línea, el filósofo Mark Rowlands extrapola en La felicidad de los perros (Seix Barral) su experiencia con estos animales caninos a las ideas de Sócrates, Hume o Sartre. “Creo que, por lo general, la vida de los perros tiene más sentido que la nuestra —escribe—. Este libro pretende averiguar por qué esto es así; por qué ha de ser así, de hecho”.

Conocido por El filósofo y el lobo, una especie de autobiografía donde narraba la década que pasó viviendo y viajando con un lobo, en esta ocasión a partir, particularmente, de las reacciones de su pastor alemán, Shadow, explora conceptos como el autoconocimiento, el sentido de la vida y el mito de Sísifo, la libertad o la moral.

Portada de 'La morera de Jerusalén', de Paola Caridi (Errata Naturae)

Ahora que el hombre se autocomplace con retratos impostados de Instagram, buscamos en la naturaleza, no solo animal, respuestas. Incluso allí, donde no queda espacio para la lógica ni para lo humano. Ese es el curioso enfoque de La morera de Jerusalén (Errata Naturae), de Paola Caridi. Una historia de la guerra y la resistencia en Palestina y Oriente Próximo contada a través de los árboles.

“Antes había muchísimos sicomoros. Los viejos hablan incluso de bosques de sicomoros, como si Gaza, dentro de Palestina, se hubiera convertido con el paso de los siglos y de los milenios en el lugar privilegiado para un árbol, en cierto modo, singular”. Como con los dodos, también los vacíos de la naturaleza tienen mucho que decir de nosotros.

Ya lo escribe María Sánchez en uno de los poemas de Fuego la sed (La Bella Varsovia): “La historia también será / algún día / de todos aquellos que ardieron / pero el futuro lo devora otro / al que nunca designasteis como fiera / ¿dónde descansará / la hierba que hoy no nace?”.