Publicada

Pocos escritores consiguen hacernos tan conscientes del cambio brutal de paradigma que trajo consigo el paso al siglo XXI como Francesco Pecoraro (Roma, 1945), cambios en las ciudades (no en vano es arquitecto y urbanista) pero, sobre todo, en nuestra manera de vivir, pensar, trabajar o relacionarnos.

Lo único que importa es el verano

Francesco Pecoraro

Traducción de Carmen Torres. Periferica, 2025. 208 páginas, 19 €.

Ya en otra de sus obras, La avenida, con su septuagenario y lúcido protagonista en la atalaya de su bloque de viviendas, nos alertaba de una nueva caída de Roma, que en el fondo era nada menos que el progresivo desplome de la cultura occidental y de cualquier posibilidad de rebelión real de una verdadera izquierda obrera consciente.

Nos manejan poderes muy oscuros y estos han sabido desactivar y anestesiar los viejos ideales que tenían por intocable el bien común, la existencia digna o el Estado del bienestar.

En Lo único que importa es el verano, retrocede Pecoraro hasta esos días terribles del caluroso julio 2001 en los que se celebraba la cumbre del G8 en Génova, cuando Berlusconi —a través de Fini y Pisanu— ordenó reprimir de forma salvaje las manifestaciones del movimiento antiglobalización, usando de forma desproporcionada toda la fuerza policial y la violencia de Estado para erradicar cualquier posibilidad de protesta.

"Es el poder en su manifestación más pura, la posesión de los cuerpos y la facultad de infligir dolor de manera impune". El resultado fueron centenares de heridos y un joven fallecido, Carlo Giuliani, al que un carabinero disparó de lleno cuando lo vio aproximarse a uno de los furgones. Pronto llegaría el 11-S.

Pecoraro nos cuenta la historia desde el ángulo de cuatro treintañeros inseparables que iniciaron su amistad en tiempos compartidos de instituto. Se designan como GEF (Giacomo, Enzo y Filippo) y la musa y amor de todos ellos es Biba. Un cuadrado amoroso más que un triángulo, que ha perdurado y evolucionado a lo largo de los años.

Sus profesiones abarcan desde profesor de filosofía a diseñador gráfico o mecánico de bicicletas, pero tienen en común la desorientación vital y la perplejidad ante un mundo que cada vez se vuelve más tóxico y sin salida.

Francesco Pecoraro.

La excursión de los tres amigos a bordo de un Toyota hasta la costa para comer pescado e ir a la fiesta de una prima junto al mar simboliza bien el reducido alcance de su mundo, pero a la vez da lugar a un hermoso y lúcido testimonio coral.

Subyace una gran pregunta de fondo, si aún es posible evitar el conformismo y la adaptación a las circunstancias cuando ya ni se sabe qué es la clase obrera o en qué consiste "el vago sentimiento" de ser aún de izquierdas, cuando los ciudadanos ya ni piensan en la posibilidad de una realidad alternativa porque han sido reconducidos al liberalismo "como gatitos que se salen de la caja de cartón donde han nacido".

Pecoraro deslumbra con el análisis sociológico de una época como la nuestra, tan incomprensible como asfixiante

Qué poderoso es el capítulo dedicado a Biba en el interior de aquellas manifestaciones tan terriblemente sofocadas, que nos sitúa de lleno ante el hiperpoderoso y escurridizo enemigo del postcapitalismo.

Leer a Pecoraro supone el disfrute de entrar en su mundo y dejarse llevar en calma. Como en La avenida, también aquí la ciudad como organismo (los barrios, las carreteras de costa, con todas sus transformaciones) cobra estatuto de personaje y hasta de protagonista. También el mar, la costa, lo que supone y proyecta aún "el sagrado Tirreno", poderoso y poético, sobre los habitantes.

Pecoraro reúne a sus cuatro personajes y nos hace partícipes del decurso tragicómico de sus vidas, de la bella raíz que los une, y, a la vez, deslumbra con el análisis sociológico de una época como la nuestra, tan incomprensible como asfixiante y contradictoria.