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El Diario de un perdedor, del ruso Eduard Limónov (1943–2020), es para muchos —incluido su "biógrafo" Emmanuel Carrère— la mejor de sus obras. Limónov fue uno de esos escritores enfant terrible, que se esforzó en hacer de sí mismo un personaje: un transgresor infatigable, un exhibicionista, una figura heroica que buscaba derrocar el orden de valores establecido por los cánones burgueses y civilizados.

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Diario de un perdedor

Eduard Limónov

Traducción de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea. Fulgencio Pimentel, 2025. 256 páginas. 24€

No sorprende que ya en las primeras páginas de este "cuaderno secreto" —escrito en Nueva York en 1977 y no publicado en Rusia hasta 1991—, al que sus seguidores consideran casi un "libro de profecías", Limónov declare que su único trabajo es él mismo: analizarse, hablar de su yo.

Ese es el núcleo de Diario de un perdedor: sus andanzas mientras malvive en un hotel de mala muerte neoyorquino y, luego, en un piso compartido. Intenta, sin éxito, que Macmillan y otras editoriales publiquen su Soy yo, Edichka. Sobrevive a base de subsidios, favores, trabajos ocasionales como albañil, cocinero, mayordomo o pintor.

Dos impulsos —radicalmente freudianos— mueven el libro: el deseo sexual y el impulso de muerte. Narra con detalle su día a día entre penurias económicas y un desfile de experiencias sexuales con mujeres y también con hombres. Se autodefine como "grandísimo hijo de puta", presume de su falta de compromiso y de su aversión a cualquier vida estable, porque —dice— "lo bueno me ahuyenta".

Más allá de pasajes poéticos, brilla su capacidad descriptiva, el uso afilado de la ironía y el humor, todo puesto al servicio de la autoobservación de un hombre que, con treinta y cuatro años, dice estar de vuelta de todo. Se llama a sí mismo "tóxico, venenoso, perro rabioso…" y reivindica su incomprendido talento mientras desprecia a Tólstoi, Nabokov, Solzhenitsyn o Mailer.

Limónov se esforzó en hacer de sí mismo un personaje, un transgresor infatigable, un exhibicionista

Otro hilo constante es el dolor por el abandono de su esposa Yelena, a quien estuvo a punto de estrangular. Muchos fragmentos resultan hoy inaceptables: las mujeres son tratadas como objetos, el sexo se presenta como "venganza de clase" y el texto contiene fantasías de violación y pederastia, con pasajes donde se describe la atracción por niñas o adolescentes.

Limónov alterna reflexiones sobre comprar tulipanes con confesiones sobre haber agredido a su mujer con un cuchillo. Su imaginario incluye disparar, robar, torturar y hacer la revolución. Idealiza figuras como el Che Guevara o la banda Baader Meinhof. Tener sexo en una iglesia es una de sus fantasías.

Asegura que ama la violencia, y que su "gran descubrimiento" fue que incluso los poderosos se someten si uno es suficientemente brutal. Pistolas, cuchillos, venenos, el dolor y la muerte están en el centro de su visión.

Sabemos que apoyó a los serbios en la guerra de Yugoslavia, admiraba a Karadzic y hay imágenes suyas disparando una ametralladora contra posiciones croatas en Sarajevo.

Al regresar a Rusia en 1991, quiso cumplir lo que ya anunciaba en el Diario: convertirse en el "camarada Z". Fundó un periódico extremista y el partido nacional-bolchevique. Fue opositor de Putin y pasó años en prisión acusado de terrorismo.