De lo más curiosa, efectiva y divertida resulta Queridos miembros de la Junta (2014), de la escritora Julie Schumacher (Delaware, 1958), profesora a su vez de la Universidad de Minnesota donde da clases de escritura creativa, lo cual se nota, y mucho, como veremos.
Con esta obra ganó el Premio Thurber y piensa uno que, sí, que al gran James Thurber le hubiera encantado esta novela epistolar (unidireccional) tan original, construida a base de cartas de recomendación escritas por un desquiciado y desencantado profesor universitario.
El tal Jason Fitger, profesor también de escritura creativa en una pequeña universidad estadounidense, se nos presenta como una suerte de Ignatius J. Reilly rebelado esta vez contra la burocracia académica. Quien haya leído La conjura de los necios y recuerde las hilarantes misivas que este enviaba a los clientes y proveedores de Levy Pants se podrá hacer una idea bastante cabal del tono de muchas de las cartas aquí incluidas, excusas todas ellas para hablar de tantas otras cosas.
Queridos miembros de la Junta
Julie Schumacher
Traducción de Alberto Moyano
Piel de Zapa, 2025
206 páginas. 21 €
A pesar de su estructura fragmentaria, Queridos miembros de la Junta contiene una historia lineal que se va revelando ante nuestros ojos por acumulación, a medida que vamos leyendo las a veces muy divagantes cartas que lo componen, también e-mails (en los que va en copia vete a saber quién), otrora fallidos formularios electrónicos (que se quedan siempre a medio enviar, pues sus casilleros no permiten frases de más de equis caracteres), a través de los cuales iremos descubriendo las precariedades propias del supuesto alto profesorado así como las corruptelas del aparentemente más prestigioso sistema educativo (incluido el plagio, y hasta aquí podemos leer).
Pero más allá de una singular novela de campus (que es lo que es, por encima de todo), a lo que asistiremos es al fino dibujo de un personaje maravillosamente odioso, por ególatra, como perfectamente reconocible, por patético. Baste señalar que el susodicho llega, en última instancia, a justificar sus múltiples meteduras de pata por la cantidad de cartas de recomendación que tiene que redactar, pobrecito, cada año.
“Me disculpo por haber escrito una carta tan larga; no he tenido tiempo de hacerla más corta”, afirmaría con brillantez en su día Blaise Pascal. Y amparándose en esta máxima, que bien conoce, Fitger aprovechará sus escritos (con los que no solo trata de colocar a sus alumnos aventajados en los lugares más peregrinos, sino también pagar favores a otros colegas de profesión) para ir deslizando sus tristes dramas personales (por todos, su divorcio con otra profesora universitaria, a la que martiriza constantemente) así como sus pobres anhelos profesionales (básicamente su insignificante carrera literaria, que trata sin éxito de dar a conocer), evidenciando por el camino una vida de lo más amargada e insatisfecha. Pero con pocas novelas tan desoladoras nos hemos reído tanto. Y, a pesar del innegable cinismo que supuran sus páginas, hemos encontrado en ellas la más encendida defensa de los estudios literarios, con guiños directos al maestro Herman Melville y cameos involuntarios del enorme William Gass.
Consciente de que tan ingeniosa propuesta da para lo que da, Schumacher decide con buen tino cortar por lo sano justo en el momento en el que todo podría empezar a aburrir, por repetitivo, introduciendo un par de giros importantes en la trama, cerrando la historia con rotundidad y sorprendente coherencia para una novela que si bien en un principio puede parecer una gracieta, un mero experimento formal nacido en el seno de uno de tantos programas de escritura creativa, termina, por humanidad, trascendiendo en su propuesta.