"Escribo para acercarme a los demás, para crear vínculos, para sanar mis heridas y las de los que se asoman a mis libros", explica Rafael Narbona (Madrid, 1963) a El Cultural, la cabecera que alberga sus textos desde hace años. Algunas ideas incluidas en las entradas de su blog semanal, Entreclásicos, han alimentado el grueso narrativo de Elogio del amor (Roca), su nuevo libro, el más personal y conmovedor de cuantos ha publicado hasta el momento.
Comenzó a escribirlo al inicio del tratamiento contra el cáncer al que se sometió su mujer, un hecho que coincidió con la promoción de su anterior libro, Maestros de la felicidad (2024), que ha vendido hasta el momento más de 20.000 ejemplares. La enfermedad es el hilo que atraviesa esta obra, una miscelánea de textos con distintas naturalezas: ensayos, semblanzas a modo de homenaje y relatos testimoniales. Los apuntes biográficos van desde la evocación de su infancia en el Parque del Oeste hasta la consigna de situaciones personales recientes. "La escritura me sacó de una depresión y me mantiene estable", reconoce en esta entrevista.
Como su vida, Elogio del amor está regido por estímulos literarios y cinematográficos. Comparten protagonismo los clásicos y el cine del Hollywood dorado, cuya presencia resulta determinante. Y es que la ficción es absolutamente crucial, pues "posee un poder balsámico", pero también las teorías filosóficas, que son las que han dado forma a una personalidad profundamente humanista.
Pregunta. Cuenta que en el momento de la promoción de Maestros de la felicidad se sintió "un impostor". ¿Cómo se encuentra ahora, en la parrilla de salida de su nuevo lanzamiento?
Respuesta. Con Maestros de la felicidad, tuve la impresión de ser un impostor porque mi mujer se enfrentaba a un cáncer y yo acababa de publicar un libro sobre el lado luminoso de la existencia. De repente, me veía obligado a hablar de la felicidad, cuando en realidad yo me sentía infeliz y abatido. Ahora mi mujer está bien, pero no han desaparecido los problemas de salud. Hace unos días me diagnosticaron una enfermedad coronaria. No estoy contento, pero ya no me siento un impostor. Elogio del amor expresa mi actual estado de ánimo y mis convicciones más profundas.
»El amor no es un afecto más, sino lo que da sentido y trascendencia a la vida. He cuidado a mi mujer durante la enfermedad y ahora ella me cuida a mí. El amor es el bálsamo que alivia todas nuestras heridas. Gracias a él, podemos soportar los peores cataclismos y afrontar el futuro con esperanza. Amar no es solo ilusionarse. Fundamentalmente, es adquirir un compromiso y compartir un proyecto de vida. En el caso de los hijos, amar es ayudar a crecer y madurar y, en el de los padres, acompañar, especialmente al final del ciclo vital.
P. ¿De dónde nace el propósito de hacer este libro?
R. Hacía tiempo que deseaba escribir un ensayo sobre el amor. Mis editoras, Lucía Luengo y Sara Esturillo, respaldaron el proyecto. Utilicé como hilo conductor la experiencia de la enfermedad y exploré las distintas formas de amar. Cuando se habla de amor, se piensa solo en el amor a la pareja, pero -como ya advirtió Erich Fromm- los objetos del amor son casi infinitos.
»Entre los principales, cabe mencionar el amor a los hijos, a los padres, a los amigos, a los animales, a la naturaleza, a la belleza, a Dios e incluso el paradójico amor a los enemigos. Mi mujer y yo carecemos de lazos familiares. Solo hemos podido contar con los amigos y, aunque ya lo sabíamos, el apoyo que hemos recibido de ellos ha corroborado la importancia que siempre hemos atribuido a los vínculos y los afectos. En cierta medida, Elogio del amor se ha escrito a cuatro manos, pues Piedad, mi mujer, se ha involucrado en el proceso de la escritura con sus comentarios y reflexiones.
»En cuanto al libro, solo un 30% del contenido procede de material ya publicado y, en cualquier caso, ha pasado por un proceso de reelaboración. Dedico un capítulo al amor homosexual y me pareció absurdo no utilizar el pequeño ensayo que había escrito sobre La muerte en Venecia, de Thomas Mann, que apareció hace años en Entreclásicos, mi blog de El Cultural. Llevo diez años publicando un ensayo semanal en ese blog. No son artículos o notas, sino pequeños ensayos muy elaborados.
»Creo que mi trabajo no ha recibido la atención merecida y sé que esos textos, al cabo de muy poco tiempo, quedan sepultados en los estratos más profundos de la galaxia digital. Dado su grado de elaboración, su lugar natural es el libro y no un simple blog. En cualquier caso, el 70% de la obra es inédito y no hay nada malo en hacer libros con artículos ya publicados. De hecho, todos los libros de Ortega y Gasset, incluida La rebelión de las masas, son fruto de recopilaciones.
P. ¿En qué medida la cultura —la experiencia de la lectura, el paseo por las exposiciones, el visionado de series y películas…— contribuye al alimento del amor?
R. Leer es un acto de amor. Puede decirse lo mismo de contemplar un cuadro o de la experiencia de sumergirse en una buena película o un buen concierto. El amor es una forma de comunicación y una manera de vivificar lo que se encuentra dormido u olvidado. Al leer un poema de San Juan de la Cruz o Rilke, advertimos que el ser humano no es nada sin el otro. El amor es el puente que nos acerca a los demás y nos saca de nuestro aislamiento. Solo vivimos al amar, es decir, al crear vínculos. El hombre tranquilo, de John Ford, una de mis películas preferidas, nos revela la trascendencia de la vida en comunidad.
»No debemos ser gregarios, pero sí solidarios. En Elogio del amor, hablo de mis películas favoritas: Jennie, de William Dieterle, Capitanes intrépidos, de Victor Young, Matar a un ruiseñor, de Robert Mulligan, ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, Up, de Pixar. Todas ellas alimentan el amor. Amor a la belleza, amor a la familia, amor a la pareja. También dedico muchas páginas a Las cosas del campo, de José Antonio Muñoz Rojas, La casa encendida, de Luis Rosales, Guía espiritual de Castilla, de José Jiménez Lozano y Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes.
»Muñoz Rojas nos transmite amor al campo andaluz, Jiménez Lozano nos revela la secreta seducción del paisaje castellano, Luis Rosales, que escribió La casa encendida desde el dolor que le produjo la muerte de su amigo Juan Panero, nos muestra que la esperanza de la eternidad es la forma de amor más perfecta y Miguel Delibes nos enseña que al amor trasciende la muerte. También aprendemos mucho del amor contemplando un cuadro de Vermeer o Caravaggio. Vermeer nos educa la mirada para amar lo terrenal y Caravaggio nos impulsa a amar lo sobrenatural.
P. Es curioso cómo de su apego por la belleza, los entornos naturales y la vida equilibrada se desprende también un enorme interés por las figuras malditas y los ambientes sórdidos. ¿Qué le aportan esas personalidades atribuladas?
R. Mi interés por las figuras malditas ha disminuido con los años. Sigo leyendo a Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Artaud o Cioran, pero ya no me fascinan. Al revés, su sufrimiento me produce una enorme consternación. Imagino que mi atracción por esas figuras nace de mi experiencia del dolor. Perdí a mi padre a los ocho años, mi hermano mayor se suicidó, he pasado por una depresión. Actualmente, prefiero tomar como referencia a figuras como Etty Hillesum, Viktor Frankl o el cineasta Frank Capra.
»El optimismo me parece mucho más inteligente que el pesimismo. Se ha especulado mucho sobre cómo sería el infierno, en caso de que exista. Yo creo que el infierno se llama desesperanza. No imagino nada más aterrador. Hillesum, Frankl o mi admirado Francisco Javier Irazoki, son creadores luminosos y yo intento seguir sus pasos.
"Intento ser atento y solidario, pero sé perfectamente que soy frágil y vulnerable. Y muchas veces, la angustia me desborda"
P. "Ni el paciente ni los familiares deben plantearse la enfermedad como una lucha, sino como algo que ha sucedido y que debe afrontarse racionalmente", vino a decir la psicóloga de Piedad en pleno trance de la enfermedad. Esto es interesante, ¿qué resulta más útil: la fortaleza que te permita encarar una situación como esta o la serenidad?
R. La fortaleza y la serenidad están muy bien, pero no se eligen. Es una forma de ser. Los que poseen esas características son afortunados, pero nadie debe avergonzarse de ser débil o experimentar angustia. El carácter solo se puede modelar hasta un punto determinado. El resto es fruto del entorno, de la familia en la que hemos crecido y de nuestras experiencias en la niñez y la adolescencia. Yo no soy una persona fuerte ni serena. Creo que soy amable e intento ser atento y solidario, pero sé perfectamente que soy frágil y vulnerable. Y muchas veces, la angustia me desborda. Al menos, me conozco a mí mismo y no alardeo de cualidades de las que carezco.
»Nuestra libertad es limitada. Nadie elige deprimirse, pero sucede a menudo. Yo creo que lo más útil es contar con el afecto de los demás. Si estás rodeado de cariño, todo resulta más sencillo. Susana, la psicooncóloga que nos ha ayudado (yo también he recurrido a sus servicios), nos ha prestado un apoyo impagable. Y, por supuesto, nuestros amigos, entre los que incluyo a antiguos alumnos como Damián Sánchez Torres, ginecólogo oncológico, y Silvia Nieto, profesora y periodista. Los conozco desde hace veinte años y no ha escatimado gestos de generosidad y afecto en los momentos más difíciles.
P. ¿Cree que el estoicismo, tan en boga actualmente, está siendo malinterpretado? ¿Se ha confundido la sobriedad emocional y la firmeza para encarar situaciones delicadas con el individualismo?
R. Pienso que vivimos en una sociedad muy poco estoica. Es paradójico que se compren tantos libros sobre Séneca, Epicteto, Cicerón o Marco Aurelio. Por cierto, los estoicos y los epicúreos sostienen teorías similares: serenidad ante el infortunio, austeridad, autodominio. Los epicúreos no exaltan los placeres materiales, sino los placeres intelectuales y en eso coinciden con los filósofos de la Stoa. Quizás la mayor diferencia entre unos y otros reside en su actitud ante los asuntos de la polis. Epicuro aconsejaba el retiro en un jardín y los estoicos animaban a salir al ágora para participar en la vida pública.
»Se interpreta mal a los estoicos cuando se los utiliza para justificar el individualismo. Marco Aurelio solía repetir la frase atribuida a Publio Terencio Africano: "Nada humano me es ajeno". Y Séneca afirma que el hombre es sagrado para el hombre. A los dos les repugnaba el individualismo.
"Antes de la aparición de las vacunas, los antibióticos y la cirugía más moderna, la muerte estaba más presente. Ahora se evita hablar de ella"
P. Desde hace un siglo hemos olvidado la lección de "la precariedad de la vida", sostiene. ¿Podría señalar el momento más o menos concreto en que empezamos a olvidar esto? ¿Por qué ocurrió?
R. Creo que ese fenómeno comienza partir del declive de las religiones. Los avances científicos y tecnológicos nos han hecho creer que podremos alcanzar la inmortalidad mediante el progreso material, supuestamente indefinido. Sin embargo, es bastante improbable. Antes de la aparición de las vacunas, los antibióticos y la cirugía más moderna, la muerte estaba más presente en el día a día, algo que por desgracia sigue sucediendo en los países menos desarrollados. En la Edad Media, las referencias a la muerte salpican la literatura, la música, el arte, la pintura. Ahora, en cambio, se evita hablar de ella.
»Que la ignoremos no significa que no siga estando ahí. Somos finitos y vulnerables. Nos cuesta trabajo aceptarlo. No creo que haya que torturarse pensando en la muerte a diario, como recomendaba Montaigne, pero sí es necesario afrontar ese hecho y asignarle un significado. Algunos escritores y filósofos exaltan la finitud. Borges afirma que no anhela la inmortalidad, que desea morir en cuerpo y alma. Esa postura me produce estupor y me parece un poco frívola. Yo me siento más cerca de Miguel de Unamuno o de Elias Canetti.
»La muerte me parece odiosa y obscena. Si no hay nada más allá del tiempo, el espacio y la materia, el universo está abocado a la extinción. La muerte térmica del cosmos borrará todo: Beethoven, Rembrandt, Shakespeare. Prefiero albergar la esperanza de la inmortalidad. Julián Marías decía que la inmortalidad está más allá de la razón, pero no contra ella.
P. La penúltima vez titulamos su entrevista en El Cultural con esta luminosa declaración: "Antes o después, la democracia será una realidad irreversible". ¿Lo sigue suscribiendo, a tenor de los tiempos que corren?
R. A pesar de todo, sigo siendo optimista. La presidencia de Donald Trump nos ha llevado a una situación similar a la del macartismo, pero los indicadores económicos de Estados Unidos comienzan a ser nefastos por culpa de las agresivas políticas arancelarias y el mundo se ha vuelto más inseguro e inestable. La Unión Europea ha decidido hacer frente a Rusia y a EE.UU. incrementando sus presupuestos de defensa. Ha entendido que debe ser un poder real y no un simple socio del "amigo americano". Es desolador que figuras como Milei, Orban o Meloni gobiernen en sus países, pero a la larga las sociedades se rebelan contra los que atentan contra sus derechos y libertades.
"Es desolador que figuras como Milei, Orban o Meloni gobiernen en sus países, pero a la larga las sociedades se rebelan"
»El nazismo solo duró doce años. Doce años que devastaron el mundo, sí, pero no los mil que auguró Hitler. Quizás lo que más me preocupa es el giro reaccionario de los más jóvenes. Respeto el conservadurismo inteligente de figuras como Raymond Aron, Popper o Isaiah Berlin, pero no siento el más mínimo respeto por las ideas intolerantes y populistas. Muchos adolescentes del sexo masculino se sienten amenazados por el feminismo y su respuesta ha consistido en rescatar posturas misóginas. Espero que esa patología colectiva se diluya con el tiempo.
P. En su libro, incluso en sus blogs, se advierte un claro posicionamiento a favor del cine clásico de Hollywood respecto al cine actual. ¿Cuáles son las principales diferencias? ¿Qué hemos perdido por el camino?
R. El cine actual es mucho más mediocre que el cine clásico de Hollywood. Hay directores de indudable talento, como Clint Eastwood, Spielberg, Martin Scorsese, Coppola o Christopher Nolan, pero se trata de casos aislados. Durante la edad dorada de Hollywood, un período comprendido entre mediados de los años 30 y principios de los 60, surgieron grandes figuras como John Ford, Howard Hawks, George Cukor, Fritz Lang, Orson Welles, Frank Capra, Billy Wilder, Joseph L. Mankiewicz, Chaplin, Elia Kazan, Hitchcock, Lubitsch.
»En el prodigioso 1939 se estrenan Lo que el viento se llevó, La diligencia, El joven Lincoln, El Mago de Oz, Solo los ángeles tienen alas, Ninotchka, Las cuatro plumas, Cumbres borrascosas, Beau Geste, Adiós, Mr. Chips, Los violentos años 20. No se ha vuelto a ver nada semejante. No quiero dejar de mencionar a los grandes maestros del cine japonés: Mizoguchi, Ozu, Kurosawa, Naruse o al sueco Bergman y al director ruso Tarkovski.
»La causa del declive del cine se debe a que se ha concedido prioridad al espectáculo sobre la trama. Se descuidan los guiones, los directores se limitan a realizar un trabajo funcional, los actores carecen del glamur de figuras como Vivien Leigh, Bogart, James Stewart o Marlon Brando, capaces de mezclar seducción y genio interpretativo. Al igual que la literatura, el cine se conforma con entretener. Está infantilizando al público con historias banales. Ya no hay películas como Carta a tres esposas o El fantasma y la señora Muir, ambas de Mankiewicz. Afortunadamente, de vez en cuando surge joyas como Sin perdón, Cadena perpetua o Tierras de penumbra.
"Sin la ficción, enloqueceríamos o, en el mejor de los casos, llevaríamos una existencia miserable"
P. Habla también de la ficción como un ingrediente necesario para sobrellevar la realidad. ¿Qué puede reportarnos?
R. Sin la ficción, el ser humano sufriría mucho más. Gracias a la ficción podemos escapar de las frustraciones de la vida cotidiana y experimentar realidades que están fuera de nuestro alcance. Como refiero en Elogio del amor, volver a ver Lo que el viento se llevó en la habitación de un hospital ayudó a que mi mujer y yo pudiéramos aligerar nuestro malestar.
»La imaginación es un poderoso mecanismo de la mente para preservar el equilibrio. Además, mejora nuestra comprensión de la realidad y nos revela aspectos de nosotros mismos que no lograríamos vislumbrar de otro modo. Me atrevo a aventurar que sin la ficción, enloqueceríamos o, en el mejor de los casos, llevaríamos una existencia miserable.
P. Siendo la suya una personalidad tan volcánica, como reconoce en el capítulo dedicado a Fernando Aramburu, ¿cómo ha logrado llegar a una literatura tan sanadora?
R. Busco en la literatura la serenidad que me falta. Para mí no es una mera actividad profesional o lúdica, sino algo tan necesario como respirar. Además, escribir me ayuda a ser mejor persona. Es un camino de perfección, una forma de trascender las miserias del ego y abrirme a los demás. Admiro mucho a Shakespeare, pero no creo que la vida solo sea ruido y furia.
»Muchos lectores me han comentando que mis libros les proporcionan paz, consuelo y esperanza. No pretendo sermonear, ni adoctrinar, pero intento seguir el ejemplo de Etty Hillesum, que anhelaba ser una esclusa para el dolor ajeno. Sin la escritura, mis demonios internos me arrojarían al abismo de la depresión y la angustia. Las palabras son el faro que propaga luz en mi interior. Y una cosa más: creo que es más ético e inteligente escribir a favor de la vida que denigrarla con un tono sombrío.
"Los libros de autoayuda son soberanas tonterías. Banales, mal escritos, llenos de bobadas. Mis obras no pertenecen a esa categoría"
P. A propósito de la literatura sanadora, si escuchara que sus dos últimas obras, Maestros de la felicidad y Elogio del amor, son libros de autoayuda, ¿le ofendería o pensaría que solo han leído los títulos?
R. Los libros de autoayuda son soberanas tonterías. Banales, mal escritos, llenos de bobadas. Maestros de la felicidad y Elogio del amor no pertenecen a esa categoría. Eso sí, intentan buscar las claves de una buena vida. Vivir mejor es una aspiración de la filosofía. Es lo que pretendieron Sócrates, Aristóteles, Séneca, Marco Aurelio o Montaigne. No pretendo compararme con ellos, pero sí intento moverme en la misma línea.
»Escribo de una forma accesible y cuido el estilo para llegar al mayor número posible de personas, pero estoy muy lejos de las guías de autoayuda. Eso sí, tampoco me gustan los autores herméticos que solo escriben para el mundo académico. Ortega y Gasset es uno de mis modelos, lo cual no significa que suscriba todas sus opiniones. Octavio Paz también es otra de mis referencias. Antes de escribir, suelo leer fragmentos de sus obras.
P. La polémica acerca del libro de Luisgé Martín en el que José Bretón reconoce el asesinato, El odio, está en las antípodas de Elogio del amor, que en la página 117 alude a villanos como el Joker o Hitler, que tuvieron traumas. Sin embargo, el caso del asesino que mató a sus hijos parece más cercano a "la banalidad del mal", según apunta el autor en su libro, por tanto resulta más indefendible si cabe. ¿Qué le parecería su publicación?
R. Al principio, pensé que Truman Capote había hecho algo parecido con A sangre fría, pero luego reflexioné y llegué a la conclusión de que el planteamiento es completamente diferente. Capote exploró el mundo interior de Perry Smith, uno de los asesinos, y llegó a experimentar cierta simpatía por él, pero también se adentró en la psique de sus víctimas y ofreció una perspectiva múltiple del asesinato de la familia Clutter. No siempre actuó de una forma ética. De hecho, anhelaba la ejecución de los asesinos para poder concluir su libro y publicarlo. Luisgé Martín descartó hablar con Ruth Ortiz, la madre de los niños asesinados por Bretón.
»No he leído su obra. No creo que en ningún caso justifique o excuse a Bretón, pero no ha obrado con la delicadeza que exigía el tema. Personalmente, yo jamás escribiría nada que pudiera incrementar el dolor de las víctimas de un crimen. La libertad de expresión es un valor fundamental, pero está sujeta a ciertos límites. No soy abogado y desconozco si hay argumentos jurídicos de peso para impedir la publicación de El odio, pero me parece sensato que la editorial haya paralizado su aparición.
P. Últimamente ha crecido su figura como escritor. ¿Cuál es hoy su principal motivación?
R. No sé si ha crecido mi figura como escritor. Es cierto que me han hecho más entrevistas, pero aún soy un autor poco conocido. Ignoro si eso cambiará en el futuro, pero no me preocupo demasiado. Fernando Aramburu me comentó que el éxito de Patria le había convertido en algo que no deseaba ser: un hombre famoso.
»Yo escribo porque lo necesito. Sin la rutina de enfrentarme al papel -bueno, a la pantalla del ordenador- me sentiría perdido. También escribo porque soy un perfecto inútil en el resto de los aspectos de la vida. En una ocasión fui presidente de mi comunidad de vecinos y casi sufro un motín. Perdía los recibos, olvidaba las fechas de las reuniones que yo mismo convocaba, no lograba cuadrar las cuentas. La escritura es mi lugar en el mundo, el único espacio donde soy capaz de hacer algo de provecho.