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Un filósofo que incomodaba. Un filósofo que aborrecía los centenarios. Un ensayo que irritó a artistas, confundió a lectores y, sin embargo, se convirtió en un clásico. En 1925, José Ortega y Gasset publicaba La deshumanización del arte e Ideas sobre la novela, una obra que abrió una grieta entre el arte y el público, y que hoy, cien años después, sigue generando preguntas. ¿Debe el arte emocionar o desafiar? ¿Qué lugar ocupa lo humano en una era donde las máquinas también crean?

El centenario de este libro, organizado por la Fundación Ortega-Marañón, no pretende ser una conmemoración académica al uso. "No queremos simplemente hablar de lo que Ortega dijo en 1925, sino sumergir de nuevo al clásico en la actualidad", explica el catedrático de filosofía Domingo Hernández Sánchez, coordinador de las actividades del centenario, en la presentación celebrada en Madrid esta mañana.

La celebración ha sido planteada como un gran proyecto nacional que combina exposiciones, congresos, conciertos, lecturas dramatizadas, talleres para niños y hasta espectáculos de danza contemporánea. "Queremos diversificar los públicos, los formatos y los espacios. No se trata de hacer un centenario encerrado en Madrid o en la universidad", señala Hernández.

Habrá actos en Salamanca, Palma de Mallorca, Málaga, Soria y otras ciudades. También colaboraciones con instituciones como el Círculo de Bellas Artes o la Universidad de Salamanca.

Uno de los momentos clave será en septiembre, con la inauguración de la exposición 1925-2025: Cien años de La deshumanización del arte, en el Edificio Arniches de Madrid. Una muestra comisariada por Azucena López Cobo que sacará a la luz material inédito del archivo personal de Ortega. Manuscritos, cartas, fotografías, artículos, ediciones raras y objetos que dibujan al filósofo como lo que también fue: un apasionado del arte.

Esta celebración forma parte del "Proyecto Interdisciplinar de Innovación Tecnológica aplicada a la Investigación, Difusión y Transferencia del Legado de José Ortega y Gasset" y está organizado por 5 entidades que incluyen la UNED, la Complutense y la universidad de San Pablo.

Un ensayo incómodo

Lo que Ortega escribió en 1925 no dejó indiferente a nadie. "Este no es uno de sus temas más conocidos, ni tampoco uno de los más sencillos", reconoce Ignacio Blanco Alfonso, catedrático de periodismo en la Universidad CEU San Pablo y director del Centro de Estudios Orteguianos. Pero sí fue uno de los más polémicos. En sus páginas, Ortega defiende un arte nuevo que se aleja de la emoción, del sentimentalismo, del "hombre" como protagonista. Propone un arte que juega, que se intelectualiza, que exige una minoría preparada para entenderlo.

El resultado fue inmediato: malentendidos, críticas, desconfianza por parte del mundo artístico. "Muchos creyeron que Ortega venía a despreciar la modernidad. En realidad, estaba describiendo un fenómeno, no condenándolo", explica Domingo Hernández. Ni siquiera su discípulo, Guillermo de Torre, quedó conforme. Ese mismo año publicó Literaturas europeas de vanguardia, donde le agradecía a Ortega su contribución, pero también lo acusaba de no entender del todo el arte que analizaba.

Cien años después, el concepto de "deshumanización" se ha convertido en una herramienta útil para pensar el presente. Y no solo en lo artístico. La inteligencia artificial, el transhumanismo, el arte generado por algoritmos o el cine sin actores plantean preguntas que Ortega, sin saberlo, anticipó.

Ignacio Blanco y Domingo Hernández presentando el centenario en la fundación Ortega-Marañón Gabriel Lavao

"El libro sirve para hablar no solo de arte y novela, sino también de lo humano y lo no humano, del lugar del espectador, del sentido de la creación", declara Hernández. De hecho, uno de los ejes del centenario será una reflexión abierta sobre la deshumanización en clave contemporánea, con un número especial de la Revista de Occidente y con actividades que cruzan filosofía, ciencia, estética y política.

Una de las grandes preguntas del centenario es si Ortega sigue diciendo algo relevante. Y todo apunta a que sí. "Cuando uno no entiende una obra de arte y reacciona con rabia diciendo ‘esto lo pinta un niño’, está repitiendo exactamente el gesto que Ortega describe en su ensayo", apunta Blanco. La incomprensión del arte moderno, la fractura entre minorías cultas y mayorías desconectadas, la tensión entre lo figurativo y lo abstracto: todo eso sigue ahí.

Pero hay más. "El problema hoy ya no es solo entender el arte, sino entender quién lo crea. ¿Una inteligencia artificial puede hacer arte? ¿Dónde queda lo humano en todo esto?", se pregunta Hernández. La reflexión ya no es estética, sino ontológica.

Pensar desde el archivo

La exposición de septiembre quiere dejar claro que Ortega no escribió desde el púlpito, sino desde el diálogo con su época. En sus cartas, en sus reseñas, en sus críticas musicales y teatrales se percibe un interés genuino por entender el arte de su tiempo. Fue socio de la Sociedad Nacional de Música, asistía a los Ballets Rusos en el Teatro Real, escribía necrológicas que eran auténticos manifiestos. A la muerte de Galdós en 1920 le dedicó un texto en El Sol que marcó el fin de una era.

El Ortega que emerge del archivo no es un dogmático, sino un observador agudo, contradictorio y a veces incómodo. Y esa es quizá su mayor vigencia. No tanto lo que dijo, sino lo que provocó. "Lo importante es que genera efectos, que pone en marcha cosas. Es un libro que invita al debate", resume Hernández.

En última instancia, el centenario sirve para volver a una idea esencial: el arte no está para confirmar lo que ya sabemos, sino para interrumpirlo. "El arte debe remitir a lo que no hay, a lo que podría haber. Tiene un sentido utópico, crítico, debe hacernos ver de otro modo", afirmaba el coordinador.

Esa es, quizá, la mejor manera de celebrar a Ortega. No con estatuas ni homenajes vacíos, sino abriendo grietas en los discursos planos, incomodando al lector, haciendo que vuelva a mirar una obra sin entenderla del todo. Y en esa incomodidad, encontrar algo parecido a la belleza.