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¿Y si detrás de algunas de las obras maestras del Museo del Prado hubiera significados ocultos capaces de abrirnos puertas a otras dimensiones de la realidad? ¿Y si esos secretos fueran custodiados por una civilización más avanzada que alienta y vigila en secreto la evolución de la humanidad?

Eso es lo que propone el escritor y amante del misterio Javier Sierra (Teruel, 1971) en su nueva novela, El plan maestro (editorial Planeta). En ella combina arte, intriga y ciencia ficción en una trama que llevará al lector del Museo del Prado al del Louvre, a la Galería Uffizi, a la Casa Azul de Frida Kahlo en México, e incluso a cuevas con pinturas rupestres como la de Lascaux, en Francia.

Si hay algo que caracteriza especialmente a Javier Sierra es su entusiasmo por el conocimiento y la divulgación del arte, la historia y sus enigmas. El escritor superventas —ha despachado más de siete millones de ejemplares de sus novelas— y colaborador habitual de Iker Jiménez en el programa Cuarto Milenio lo demostró una vez más este lunes por la noche en el Museo del Prado, donde a puerta cerrada guio a un grupo de periodistas a través de sus salas para explicar los detalles ocultos de algunas obras de arte que aparecen en el libro.

“Cada cuadro es en realidad un libro mudo que precisa ser interpretado”, afirmó Sierra al comienzo de esta “experiencia inmersiva en el trasfondo de la novela”. Tras citar un estudio del Rijksmuseum de Ámsterdam en el que se demostró que los niños contemplan las obras de arte durante un tiempo cuatro veces mayor si alguien se las explica, dijo: “El arte no vale nada si no está acompañado de un relato. Hoy entramos en los museos con una perspectiva consumidora, con el objetivo de ver el mayor número de obras en el menor tiempo posible y llevarnos un recuerdo rápido de la experiencia. En el mundo antiguo, en una cueva con pinturas, había que esperar a que el chamán usara esas imágenes para contar una historia. Hoy voy a ser vuestro chamán y el Prado, vuestra cueva”.

Cuando el Bosco pintó a Dalí

Así, el escritor condujo al grupo hasta la sala del Bosco, autor de algunas de las pinturas más enigmáticas de la historia del arte. Frente a El jardín de las delicias, una obra que en su momento fue “una provocación, porque aparecen en ella más personas desnudas que en cualquier obra del mundo clásico”, explicó que el lago central simboliza el ojo de Dios y que por eso "muchos visitantes y algunos vigilantes de la sala dicen sentirse observados cuando pasan por aquí".

Javier Sierra, este lunes ante 'El jardín de las delicias' (El Bosco, h. 1500-1505) en el Museo del Prado. Foto: Javier Ocaña

Cuatro siglos más tarde Dalí contemplaba la obra durante horas porque pensaba que el Bosco “lo había profetizado a él”, representando su perfil afilado en la roca que aparece en la tabla izquierda del tríptico, la del Paraíso.

Detalle de 'El jardín de las delicias', del Bosco. A la derecha, roca en la que Dalí creía ver su cara de perfil.

Sierra también aludió a La primavera de Botticelli —que se encuentra en la Galería Uffizi—, donde los claros del bosque supuestamente representan dos pulmones humanos cuyos alveolos serían las ramas de los árboles. Todo ello en un momento en el que "hacer autopsias estaba prohibido y se consideraba pecado de necromancia", por lo que Sierra cree que Botticelli debió de presenciar alguna autopsia clandestina.

Sandro Botticelli: 'La primavera', h. 1477-1478. Galería Uffizi, Florencia.

Continuando por los pasillos del Prado, Sierra se detuvo frente a la Virgen del pez, de Rafael Sanzio, una obra del tipo "conversación sagrada" entre la virgen, el niño y otras figuras, en este caso, San Jerónimo, Tobías y el arcángel Rafael. Según Sierra, el artista tomó como modelo de San Jerónimo a Pietro Bembo, cardenal y humanista de mente abierta que mandó traducir textos heréticos, mientras que en el arcángel plasmó el rostro de Giovanni Pico della Mirandola, conocido por ser el introductor de la cábala en la Roma del Renacimiento. Por tanto, “Rafael disfrazó de conversación sagrada” un cuadro que en realidad sería un homenaje a dos personas completamente alejadas de la ortodoxia de la Iglesia de su época.

Rafael Sanzio: 'Sagrada Familia con Rafael, Tobías y San Jerónimo', conocida como 'Virgen del pez', 1513-1514. Museo del Prado

Yo ya no veo cuadros, veo novelas. Cada cuadro es un libro que merece ser contado y que requiere tiempo. Estamos acostumbrados a pasar por delante de ellos y no nos enteramos de nada”, señala el escritor, y lo compara con el tiempo que perdemos en redes sociales como Instagram: “Después de una hora haciendo scroll, si te preguntan qué has visto te das cuenta de que no te has quedado con nada. No cometamos ese error. Mi libro es un alegato para pulsar el botón de pausa delante de las grandes pinturas y aguardar a que nos hablen”.

Un maestro misterioso

Todo comenzó en 1990, cuando Javier Sierra tenía 19 años y estudiaba en la Universidad Complutense de Madrid. A menudo acudía al Museo del Prado, que consideraba “un refugio”. Un día, frente a La perla, una espléndida Sagrada Familia pintada por Rafael, se topó con un desconocido que le enseñó a interpretar el cuadro, desentrañando el significado de la luz, de cada gesto y de cada mirada.

Javier Sierra frente a 'La Perla' (Rafael Sanzio, 1518-1520) en el Museo del Prado. Foto: Javier Ocaña

Tras iniciarle en la contemplación atenta de algunas joyas del Renacimiento, aquel maestro misterioso desapareció. “Regresé muchas veces al museo pero nunca volví a encontrarlo, y su ausencia generó dentro de mí un impulso mítico”, confiesa el escritor. Como no pudo localizarlo, años más tarde decidió convertirlo en un personaje literario, lo llamó Luis Fovel y lo convirtió en un personaje central de su novela El maestro del Prado (2013).

En el libro, el doctor Fovel, que parece poseer un conocimiento profundo y secreto de las pinturas del museo, se convierte en el guía y mentor del propio Sierra, que también se incluyó a sí mismo como personaje, y le muestra cómo algunas de las obras más icónicas del Prado, como las de Rafael, Tiziano, El Bosco y El Greco, contienen mensajes ocultos y claves sobre la espiritualidad, la historia secreta de la humanidad y la conexión entre el arte y lo divino.

A medida que avanza la trama, el protagonista se sumerge en una búsqueda del conocimiento que lo lleva a cuestionar la historia oficial del arte y a descubrir una corriente de pensamiento místico que ha sido silenciada a lo largo del tiempo.

Ahora Javier Sierra presenta la continuación de aquella novela, El plan maestro, donde ata los cabos que dejó pendientes y resuelve el misterio de unos versos que Fovel dejó a Sierra en la novela anterior. “Durante años, los lectores me han enviado sus propias teorías acerca de ese enigma, y hasta Alberto Chicote, el famoso cocinero, que es un ávido lector de mis novelas, me dijo que sabía quién era el doctor Fovel en la vida real y que él mismo lo conocía. Seguí su pista, pero no era él”, explica el escritor.

Entrenar la "segunda visión"

En esta segunda parte, además de Sierra, aparece su familia. La trama comienza en el verano de 2013, el año en que publicó la primera parte de la historia. “Tuve una promoción extenuante, con más bolos que los Rolling Stones”. Al terminar, decidió llevar a sus hijos pequeños a visitar las cuevas rupestres de Cantabria, con el objetivo de hacer un experimento con ellos: comprobar qué captaban con su percepción infantil aún no afectada por la poda sináptica, ese proceso natural ligado al aprendizaje y que provoca que se vayan perdiendo determinadas conexiones neuronales. Por eso los niños a menudo tienen ideas y establecen relaciones cognitivas que sorprenden a los adultos. “Me quedé estupefacto, y también los guías, con todo lo que eran capaces de ver en cada sombra, cada trazo y cada estalactita”.

El escritor decidió incorporar aquellas visiones de sus hijos en la segunda parte del libro, como ejemplo para ayudar a los lectores a entrenar lo que él llama “segunda visión”, la capacidad de ver más allá de lo obvio al contemplar una imagen.

“El arte debe ser explicado, es nuestra asignatura pendiente como sociedad”, continúa el escritor. “Hoy se tiene una visión supremacista de las asignaturas STEM [ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés], pero necesitamos a esa gente valiente que transita la terra incognita que estudian las humanidades. El ser humano tiene alma exploradora y el arte nace de ese impulso. Debemos alentar las vocaciones en ese campo”.