Eloy Tizón. Foto: Isabel Wagemann

Eloy Tizón. Foto: Isabel Wagemann

Letras

Eloy Tizón vuelve al cuento después de una década: "Es imposible encontrar la satisfacción plena"

El escritor publica 'Plegaria para pirómanos', un libro en el que conserva su innegociable personalidad narrativa, aunque no renuncia a nuevos retos.

15 septiembre, 2023 02:50

Cada nuevo libro de cuentos de Eloy Tizón es un acontecimiento literario. Como si fuera un ritual, ha decido espaciar sus publicaciones por décadas. El éxito de Velocidad de los jardines, publicado en Anagrama allá por 1992, sigue resonando. Arrastra, desde entonces, la etiqueta de "cuentista de culto" en el paronama narrativo. Su nuevo libro, Plegaria para pirómanos (Páginas de Espuma), conserva la singularísma personalidad del autor, si bien apunta nuevas formas de renovación. Esta vez ha escogido a un personaje que comparece en la mayoría de los cuentos. Se trata de Erizo, que toma las formas de escritor, guionista, empleado de banca...

Los cuentos de Tizón —uno de ellos, "Mi vida entre caníbales", fue publicado antes (y en exclusiva) en las páginas de esta revista— están plagados de objetos que completan sugerentes imágenes, de impresiones detalladas que dan cuenta de la atmósfera, de expresiones que configuran un tono intransferible (cualquiera que sea el narrador escogido), y sin embargo siempre se presentan nebulosos, nunca del todo comprensibles, como perdidos en las ramas del misterio. Entre la multitud de registros que adopta —la perspectiva del narrador cambia repentinamente, los diálogos irrumpen para devorar el relato…—, destaca su capacidad para camaleonizarse en una infinita nómina de voces cuyo único denominador común es la convencida resistencia a la solemnidad, al maniqueísmo, a lo evidente. 

En este libro, además, la enumeración se revela como uno de los signos de su escritura, una técnica con la que se despliega hasta lograr jugosas descripciones o se torna en un recurso para hacer avanzar el relato y termina, sin abandonar la descripción, apuntalándolo. No es la única herramienta que le conecta con la poesía, de la que se siente un fervoroso admirador. En la conversación que sigue constata otras muchas inquietudes literarias.

['Mi vida entre caníbales', un cuento de Eloy Tizón]

Pregunta. ¿Hay un rito detrás del hecho de publicar un libro de cuentos cada diez años?

Respuesta. Hay un rito no buscado porque no es algo que yo haya premeditado hacer, pero de alguna forma mi ritmo vital consiste en ir escribiendo a lo largo de la década. Voy viviendo, tengo experiencias, viajes, amores… y todo se va condensando de modo que al final de la década tengo la necesidad de encapsular todo eso y publicarlo. Está claro que ya tiene que ver con mi propia biografía, es una especie de azar fatalista.

P. Es difícil pensar, en todo caso, que no perciba diferencias (o, al menos, una evolución) ante distancias tan dilatadas. ¿Cómo se ve a sí mismo en cada nueva publicación?

R. Por un lado, hay una línea de continuidad; por otro, hay algo nuevo que se añade. En el caso de este libro, es distinto a los otros en la medida en que he hecho algo que no había hecho nunca, y esto es darle mucha unidad a través de un personaje que aparece en distintos cuentos. Es algo que ya se había hecho en literatura, pero a mí me apetecía ese desafío. Creo que esto le da al libro un color distinto con respecto a los anteriores.

P. ¿Por qué Erizo asume tantas personalidades o comportamientos? O bien, ¿por qué muchas de estas están atribuidas a esa fórmula?

R. Hay una pregunta implícita en el libro sobre la identidad: quiénes somos. Erizo, efectivamente, parece que puede ser diferentes personas: tiene diferentes profesiones, diferentes relaciones sentimentales… Yo creo que nuestras biografías también son un poco así. Si escogemos un fragmento determinado de una época y lo comparamos con otro de otra época, son casi como vidas distintas. Me gustaba la idea de jugar con esa ambigüedad: ¿es el mismo personaje que atraviesa momentos muy distintos o son distintos personajes que se llaman igual? No quiero resolverlo para que cada lector saque su propia conclusión.

P. En “Grafía” este personaje puede interpretarse como una metáfora de su interés por las identidades múltiples, que a menudo se solapan en un mismo cuento. Pero ¿qué le ha prestado a Erizo?

R. Sí, ese cuento es un buen ejemplo. Hay una escritora que está formada por muchos escritores que están en la sombra. Sí hay algo de mí en Erizo, compartimos determinados rasgos, pero no es autoficción ni mucho menos una copia exacta.

"Cuando hablamos de literatura a veces nos ponemos un poco solemnes"

P. En este mismo cuento, “Grafía”, cita la “audacia transgresora”, pero con mucho cinismo: una obra “predestinada a revolucionar la historia de la literatura”.

R. Claro (risas). Es que cuando hablamos de literatura a veces nos ponemos un poco solemnes, así que no está mal inyectar ciertas dosis de ironía en las cosas que contamos. En las tres figuras de este cuento hay ironía. Tanto en la escritora de bestseller como en el escritor de culto Xavier Serio, idolatrado por un grupo de seguidores que casi tienen que relacionarse con mafiosos en un submundo de ediciones clandestinas. También en el propio narrador, que ama profundamente la literatura, ha escrito algo y no sabemos si va a seguir escribiendo o no. Es una suerte de kamikaze de la literatura.

Son tres figuras que me despiertan un sentimiento entrañable y a veces también un poco ridículo. Por la manera en que el narrador describe su obra, efectivamente parece que se cree un transgresor que va a cambiar la historia de la literatura. Son esas cosas que a veces suceden en la adolescencia o en la primera juventud, que uno idealiza el campo literario hasta ese extremo.

P. En el siguiente cuento, “El fango que suspira”, sus lectores advertirán de nuevo cierto tono burlón cuando se pregunta “con qué moraleja se pueden rematar estas páginas” porque usted no cree que un cuento deba, necesariamente, tener una moraleja. Incluso “ningún cuento está completo si no le falta algo”, ha defendido siempre.

R. Obviamente, yo huyo de las moralejas y el cuento cerrado, sí. Son pequeñas bromas que me lanzo a mí mismo, que me divierten y me distancian un poco del personaje para que en ningún momento se confunda conmigo. Yo me esfuerzo todo lo que puedo para que el cuento no termine con una moraleja ni una interpretación moralista, sino que quede abierto y en manos del lector, para que haga con el cuento lo que quiera.

P. Para llevar a buen puerto esta personalidad tan disruptiva de escritura, que genera siempre misterio o extrañamiento, uno debe tener muy claro lo que está haciendo.

R. Quizás es menos claro de lo que piensas (risas). Para mí el cuento es un campo de pruebas: intento cosas que a veces salen y otras no, pero me parece que estamos obligados a probar cosas. No tiene sentido repetir fórmulas que ya se han usado y, aunque han producido efectos maravillosos, tenemos derecho a intentar escribir otro cuento, desafiando las estructuras clásicas. Sobre el cuento, no sé por qué, pesan muchísimo las normas, los decálogos, lo que se puede hacer y lo que no. A la hora de escribir, hay que olvidarse de eso y tratar de encontrar espacios de libertad, llevar la contraria y desobedecer ese tipo de mandamientos. La idea es realzar la vitalidad del género, que no es de museo, sino que está vivo y podemos hacer cosas con él.

"Tenemos derecho a intentar escribir otro cuento, desafiando las estructuras clásicas"

P. Ustedes, los cuentistas, son muy militantes. ¿Existe una pulsión general de reivindicar un espacio de privilegio que aún no se ha conquistado?

R. Es verdad que eso ocurre. Creo que venimos de una situación algo desfavorecida con respecto a la novela que, afortunadamente, se va equilibrando en los últimos años gracias, por ejemplo, al trabajo de editoriales como Páginas de Espuma. Tal vez la falta de reconocimiento que ha tenido durante tanto tiempo puede justificar esa vehemencia a la hora de defender el cuento. Digamos que lo que la sociedad literaria escatimaba a veces los propios cuentistas lo poníamos sobre la mesa, a veces con una actitud un poco beligerante. Creo que es inevitable defender un terreno que amamos y nos parece esencial. Tratamos de ponerlo en el mismo plano en el que están otros géneros literarios, ni más ni menos.

P. ¿Y no le tienta volver a la novela?

R. Si me surgiera la idea de una novela, la escribiría. Sigo amando la novela, lo que ocurre es que últimamente mi cerebro se empeña en escribir cuentos. Es un tipo de escritura muy acorde con mi manera de ver el mundo. Como tiendo más a la síntesis, el cuento me permite esa cierta concentración. Incluso como lector entro con cierta dificultad a las novelas muy extensas.

P. Es interesante también cuando se detiene en el proceso de escritura. ¿Cómo es el cuaderno de campo de un autor que publica cuento cada diez años? ¿Cómo se relaciona con las ideas que le sobrevienen, lo que no es la escritura directa?

R. Tengo un archivo de notas en el ordenador que es el caldo de cultivo del que surgen los cuentos. Ahí anoto todo lo que se me ocurre: sueños, ideas, posibles frases… Todo eso genera un suelo fértil a partir del cual se va armando el cuento. En mi caso, suelen construirse por capas, es decir, tengo un núcleo del cuento (una síntesis, un resumen) y voy tirando de hilos que me parece que se pueden desarrollar. Es como una criatura viva que va desarrollando sus tentáculos. Te diría que más que escribir cuentos, los persigo. Los tengo que buscar, los asedio, los espero, los sueño… Es un trabajo de paciencia, de escucha, de dejarle tiempo. Por eso mis plazos de publicación son tan dilatados.

P. Como en el propio proceso de su escritura, en sus cuentos prevalece lo fragmentario. ¿Hay una vocación de atrapar esa verdad ineludible que tiene la vida cotidiana del escritor y pasa por la imperfección?

R. Claro. La sensación que tengo es que la verdad está en la fisura. En el bloque no está la verdad. Se trata, entonces, de ser capaces de atrapar esos destellos o epifanías que, tal vez, es más fácil que ocurran en esa escritura fragmentaria de diarios, de notas, de cartas… Esos alrededores de la escritura nos ofrecen la posibilidad de encontrar hallazgos que quizás no encontraríamos en una escritura más formal. Yo defiendo esa escritura de la imperfección. Ni el poema ni el cuento deben ser perfectos. De hecho, hay que evitar esa excesiva esfericidad, cuando todo está tan en su sitio que da miedo moverlo. A través de la imperfección, el cuento respira. Incluso el lector puede entrar en el cuento por esos espacios.

"En el escalafón literario, para mí lo más alto es la poesía"

P. En todo caso, el desorden de su escritura es proporcional a la devastación que deja. A lo que no se resiste es a indagar en las pulsiones humanas más incómodas.

R. La escritura es un caos controlado para mí. Hay una pulsión que viene del inconsciente, sí, pero hay que canalizarlo. Lo que puede dar sentido a la tarea de dedicar una vida a escribir es tratar de cercar algún aspecto de la naturaleza humana. No creo que la literatura sea un mero juego formal o una cuestión ornamental. Lo que justifica la escritura es el estudio de determinados comportamientos que no están a la vista pero todos podemos sentir. Tratar de iluminar ese rincón oscuro justifica la inversión de tiempo y energía que implica la escritura.

P. Siguiendo con las imperfecciones, ¿en el cuento “Agudeza” pretendía dejar constancia de las fallas de la memoria y, en consecuencia, de la alteración del relato?

R. Totalmente. Cualquier persona que se interesa por la narrativa en algún momento se plantea hasta qué punto un relato responde a la fidelidad o a los caprichos de la imaginación. Detrás de cada historia, siempre late la pregunta de si sucedió realmente así. Lo vemos constantemente en la prensa, en opiniones políticas, en crónicas… Es muy difícil encontrar una verdad única, así que es inevitable poner en tela de juicio la autoridad del que lo cuenta. Hay que recordarlo porque es parte de la propia historia de la literatura.

P. Incluso hay fisuras en la interpretación de nuestros propios recuerdos.

R. Y también hay invención. La memoria no es un dato monolítico. Reescribimos nuestros propios recuerdos, los modificamos. Realmente, esa es la base de la ficción.

"Hay una necesidad casi animal que te lleva al escritorio"

P. La poesía es crucial en su escritura. ¿Qué relación mantiene con ella? ¿El cuento es más cercano a la poesía que la novela?

R. Como lector, mi relación es de admiración absoluta. En el escalafón literario, para mí lo más alto es la poesía. He aprendido mucho de los poetas. No solo por el trabajo con el lenguaje y la mirada, que es lo más evidente, sino también por cómo organizan los libros de poemas. No suele ser una suma al azar, se van engarzando según una lógica interna. Leyendo a los poetas, he aprendido también el manejo de la enumeración, una figura literaria muy importante para mí [el cuento “Dichosos los ojos” de Plegaria para pirómanos es, precisamente, una enumeración]. Y sí, estoy de acuerdo en que el cuento ocupa un territorio extraño entre la pura narratividad de la novela y la belleza formal y la indagación moral de la poesía. Además, puede aprovechar lo mejor de ambos mundos.

P. ¿Se reconoce en la etiqueta de autor canónico del cuento en español?

R. Por una parte yo agradezco que un libro que se escribió hace 30 años todavía suene, es casi un milagro. Por otro lado, tengo que olvidarme de esas etiquetas para seguir haciendo mi camino con cierto margen de libertad, sin sentirme encorsetado. Teniendo esto presente sería imposible escribir nada.

P. Por cierto, ¿por qué escribe?

R. Creo que hay una necesidad casi animal que te lleva al escritorio. Te hace sentir bien, te equilibra, te ayuda a entender ciertas cosas y a enunciar la pregunta de una forma más clara. Y también escribo para reflexionar con los otros. No lo veo como una actividad solipsista, sino que tengo en cuenta que va a haber un interlocutor. No se trata de complacerlo, pero me gusta pensar que alguien va a recibir mi grito y me va a responder con un eco. De alguna forma, esto cumple también una función social y comunicativa. La literatura no debe ser un ejercicio narcisista.

P. “Lo propio de la literatura es dejarnos levemente insatisfechos”, reza una frase de este libro. ¿Es así?

R. Sí. Desde el punto de vista del creador, es imposible encontrar la satisfacción plena. Si lo alcanzáramos, abandonaríamos la escritura porque habríamos llegado a esa perfección de la que hablábamos y es tan temible. Ese punto de insatisfacción es sano. De alguna manera, la figura está siempre incompleta, aunque todos añadamos algo a esa criatura infinita que es la literatura.