Hoy, en nuestra sección "Escritores que no sabemos muy bien de dónde salen y mucho menos cómo han llegado hasta nosotros (cosa que por otro lado no nos importa en verdad demasiado)", tenemos la inmensa suerte de contar con la presencia de la australiana Jen Craig , psicoterapeuta a su pesar (y se nota) que en 2015 publicó su muy impactante e insólita segunda novela, Panthers y Museo del Fuego, que cuenta con uno de los títulos más perfectos jamás visto, por puramente atractivo y (al menos, hasta que no se sepa lo pedestre de su origen, de lo más) misterioso. Se trata esta de una obra que atesora la friolera cifra de ciento catorce reseñas en Goodreads, lo que podría indicar que no la ha leído casi nadie ni siquiera en su país de origen.

Panthers y Museo del Fuego

Jen Craig

Traducción de José Luis Amores. Pálido Fuego, 2022. 213 páginas. 18,90 €

Suerte entonces para nosotros, pobres españolitos, de poder disfrutar de la que seguramente sea la mayor sorpresa literaria traducida del año, por lo excelsa, fascinante y sinuosa que resulta su lectura, una auténtica virguería narrativa construida sobre una suerte de falso monólogo interior desplegado en lo que vendría a ser un no muy largo paseo en cuyo devenir se contienen numerosas capas de narración interpuestas (en la calle, en un instituto, en un velatorio, en una cena, en una cafetería…), que se van mostrando y ocultando ante nuestros ojos con ánimo de maravillosa continuidad (ocurriendo cada una en un momento temporal bien distinto), ofreciendo lo anterior por el camino un gozo lector insólito, hasta el punto de que pocos serán capaces de terminarla sin empezar inmediatamente a leerla de nuevo, aunque solo sea por tratar de descorrer ligeramente la cortina para verle al menos los pies al mago de Oz (en este caso a la maga) que ha obrado semejante triunfo.

[Douglas Stuart en 'Un lugar para Mungo': ser gay es mucho más duro cuando, además, eres pobre]

Se dará uno así cuenta, si lo hace (y lo hará), que ya en las primeras páginas de la novela, Craig avisaba de lo que iba uno a encontrarse en Panthers y Museo del fuego, cuya trama (por así llamarla) gira de hecho en torno al impacto que le supone a su protagonista (una frustrada escritora, entre otras cosas) la lectura de un manuscrito (que no debía haber leído y por eso se encuentra en ese momento camino de devolverlo) escrito por una fallecida amiga de la infancia (a la que, siendo honestos, no recuerda con especial cariño), pero sobre el que confiesa: "Lo terminé a las dos y media de la mañana y volví a empezarlo por el principio. Estuve embelesada, en un estado de euforia literal durante esas largas y tranquilas horas (…), cuando todo quedó claro. Al principio me alivió descubrir que el manuscrito no era nada –incluso ahora no parece nada– y sin embargo lo leí con el cerebro contenido".

Pocos serán capaces de terminarla sin empezar inmediatamente a leerla de nuevo, aunque solo sea por tratar de descorrer ligeramente la cortina

Y ahí está todo, la verdad más absoluta sobre Panthers y Museo del Fuego revelada en sus primeras páginas, sin trampa ni cartón, metaliteraturizándose así la lectura en la que uno se verá enfrascado sin remedio.

Consciente de que todo esto suena a experimentación, a alambicado juego de voces, a compleja estructura narrativa, es ahora cuando toca confesar que la novela de Craig se lee como quien se merienda una delicada milhoja artesana, saboreando cada una de sus capas con los ojos cerrados, sin necesidad de irse preguntando de qué está hecha, y menos cómo, aceptando el todo como un cúmulo de triunfos (narrativos, reflexivos…), terminándolo inevitablemente con las comisuras impregnadas en harina, pues su lectura mancha.

Y ahí está la fastuosa clarividencia con la que la protagonista nos hablará acerca de su pasada anorexia (Craig es una estudiosa experta en la materia y aquí se desdobla) mientras nos confiesa sus celos, y, al mismo tiempo, oculta a los que la rodean, a sus seres queridos, sus verdaderas intenciones, y hasta aquí podemos leer también su manuscrito.