Si algo nos enseñó James Joyce hace justo ahora cien años es que en el campo de la novela no existen reglas. Y así visto, nadie debería extrañarse de que, justo cien años después, alguien se descuelgue con una novela de mil doscientas páginas de monólogo sin interrupciones aparentes. Que no haya reglas no quiere decir lógicamente que cualquier cosa que se escriba funcione, pues para ello debe existir, además de algo de talento, una cierta coherencia existencial entre forma y fondo, lo que no se da en la afamada Patos, Newburyport de Lucy Ellmann (Evanston, 1956).

Patos, Newburyport

Lucy Ellmann

Traducción de Enrique Maldonado

Automática, 2022

1.272 páginas. 36 €



Debe primero advertirse que el claim de que esta novela está escrita con una única frase no es más que, eso, publicidad. Más de diecinueve mil “el hecho de” permiten así interrumpir la lectura de manera natural en casi cualquier momento. La expresión, que la autora emplea hasta el hastío para atar todo su disperso discurso, termina rápidamente, por arte de magia, desapareciendo de la mente del lector, como si fuera algo superfluo, lo cual da que pensar.

No puede olvidarse además que el largo monólogo se entremezcla con otra narración alternativa, un tanto sentimentaloide, sobre una leona de montaña que pierde a sus crías y termina sus días en el zoo. No queda claro al final del libro quién escribe esta historia, pero su moralina sí que parece evidente: trazar un burdo paralelismo entre esa leona madre que acaba entre rejas y la vida “encerrada” de la narradora.

Con todo, qué duda cabe de que la forma aquí empleada no es gratuita. Resulta fácil comprender lo que ha pretendido Ellmann al decidir construir su historia así, tomando la decisión de meterse en la cabeza de una anónima ama de casa estadounidense (madre, enferma de cáncer, etc…) para explorar las contradicciones cotidianas de su siglo XXI, esto es, el transcurrido tanto dentro como fuera de las paredes de su hogar.

El ocho mil aquí escalado por la autora es, sobre el papel, fastuoso. La prosa que hila todo (en espléndida traducción, todo sea dicho) es elegante y sinuosa, por más que se abuse de cierto chisporroteo narrativo (esas alocadas pero muy cerebrales listas de nombres y lugares, con sus respectivos juegos de palabras…).

Ellmann logra su objetivo al haber firmado la gran novela sobre el vacío de su tiempo, que es el nuestro

Ocurre al final que Ellmann termina incluyendo demasiadas cosas en esa cabeza, muchas de las cuales no casan con el tipo de vida que, según nos cuenta, ha llevado el personaje, ni siquiera estirando el chicle del aquí ya muy estirado pacto de ficción. La protagonista reflexiona así, con aparente conocimiento de causa, sobre muchísimos topics (la portada es, en este sentido, de lo más elocuente), pues la novela, ya hemos dicho, es ambiciosa. ¿Cómo sabe tanto la narradora?, se preguntará algún lector, no siendo importante la respuesta pero sí el hecho de que el texto permita que cualquiera pueda hacerse semejante pregunta.

En las últimas páginas se nos revelará al menos un hecho violento a modo de justificación del caos mental que arrastra la protagonista, en un giro de guion sin duda coherente si bien terriblemente pedestre.

Llama por eso tanto la atención que, al final, el narrador gaste más páginas en analizar su mundo exterior que su interior, decisión más chocante aún desde el punto de vista literario si tenemos en cuenta que estamos ante un sujeto anodino (y como tal retratado) cuya valoración de la historia poco nos debería importar, siendo aquí quizás donde resida todo el sentido de esta novela (el chascarrillo final así lo da a entender), en cuyo caso no habría empacho alguno en afirmar que Ellmann ha logrado su objetivo al haber firmado la gran novela sobre el vacío de su tiempo, que es el nuestro. Un tiempo ya irremediablemente perdido.