La magnitud de Marcel Proust como escritor está directamente relacionada con la fragilidad de su salud. Más allá del asma, son conocidas las inseguridades en el plano psicológico. Su carácter introspectivo determinaría el proceso de escritura de su monumental En busca del tiempo perdido, que comenzó dos años después de la muerte de su madre, sumido en una profunda depresión.

Jeanne Weil Proust, cuya biografía fue escrita por Evelyne Bloch-Dano con el título de Madame Proust (Algaba, 2005), veló tanto por su hijo que lo convirtió en un ser dependiente, caprichoso. “Para ella todavía tenías cuatro años”, le diría una monja en el momento de la muerte de su madre, según cuenta George D. Painter, su biógrafo. Y es que su accidentado nacimiento –a punto estuvo de morir tras el parto– motivó la sobreprotección.

Gracias a su dominio del inglés, Jeanne Weil ayudó al autor a traducir la Biblia de Amiens, de John Ruskin, que publicaría en 1904. En general, alienta todos sus proyectos literarios, se muestra comprensiva con su homosexualidad, lo aconseja sobre cuestiones de toda índole… “Querido pobre lobito”, lo llamaba, aunque sus cartas revelan momentos de discordia. Inspira, en cualquier caso, el personaje de Madame Santeuil (en la novela Jean Santeuil, inacabada) y los de la madre y abuela del narrador en la Recherche.

[Marcel Proust: la vida como literatura]

“Lo bonito de nuestra relación era que a veces yo me sentía como si fuera su madre, y otras como si fuera su hija”, reveló Albaret

Céleste Albaret fue otro de los personajes reales que se pueden encontrar en la obra de Proust. Los nombres de la doncella y el de su hermana Marie Albaret son los únicos que aparecen citados literalmente. Céleste prácticamente sustituye a su madre, aunque fuera irremplazable, dado que aparece poco después de su muerte. Llegó a su vida a través de su marido, que en algún momento fue chófer del autor, y comenzó como recadera llevando ejemplares de Por el camino de Swann a sus amigos, hasta que acabó por convertirse en su criada, pero también su más fiel confidente.

Fue testigo excepcional, incluso participante, en la fase final de escritura de la Recherche. Se encargaba de adosar los textos adicionales al manuscrito original sobre el que Proust trabajaba, hasta que los papeles alcanzaban grandes dimensiones. Hacia el final de su vida, publicó el libro Monsieur Proust (Capitán Swing, 2013) para “restablecer la imagen” del autor, que a menudo se vio degradada por múltiples rumores. “Lo bonito de nuestra relación era que a veces yo me sentía como si fuera su madre, y otras como si fuera su hija”, revelaría.