Deslenguado, sagaz, impertinente. Heterodoxo, lírico, brillante. Fallecido tal día como hoy hace quince años, los libros de Francisco Umbral (Madrid, 1932 – Boadilla del Monte, 2007) son su mejor carta de presentación. En ellos permanece toda su personalidad y su imaginario creativo. Es procedente, por tanto, una aproximación hacia los más reveladores. Algunos críticos han minimizado la calidad del conjunto de sus obras exclusivamente literarias en favor de su talento como columnista, si bien Mortal y rosa mantiene a todos de acuerdo. Es considerado su mejor libro por su potencia lírica y su dimensión testimonial: está dedicado a su hijo Pincho, que murió de leucemia con solo 6 años.

Las salidas de tono en algunas de sus apariciones públicas han desvirtuado la indudable trascendencia de su literatura. Desde su primer título, Tamouré, un compendio de relatos publicado en 1965, hasta el último que escribió en vida, Amado siglo XX (2007), su trayectoria como narrador supera cuatro décadas de actividad, hecho que lo acredita como un autor notoriamente prolífico. Más de un centenar de títulos completan su obra literaria, entre novelas, ensayos, crónicas, conjuntos de relatos y textos memorialísticos, sin contar las recopilaciones de artículos para prensa en numerosos volúmenes. Fue en lo que ahora denominamos autoficción, género del que fue pionero, donde el autor alcanzó las más altas cumbres: literatura de primera calidad.

De su decisiva contribución a la literatura española en la segunda mitad del siglo XX se desprenden reconocimientos tan prestigiosos como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1996, el Nacional de las Letras Españolas un año más tarde o el Cervantes en el 2000. Además, fue nombrado doctor honoris causa por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid en 1999. Respecto a los galardones por las obras concretas de las que fue autor, destaca el Premio Nadal con Las ninfas en 1975. Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo fue finalista del Premio Planeta en 1985.

[Francisco Umbral regresa al Café Gijón]

En 1990 fue propuesto para el ingreso en la Real Academia Española, pero finalmente fue elegido José Luis Sampedro, que ocupó el sillón F. La candidatura de Umbral fue apadrinada por Camilo José Cela, Miguel Delibes y José María Areilza. La amistad con el Nobel se remonta desde su llegada a Madrid en 1961, cuando comenzó a asistir a las legendarias tertulias del Café Gijón. Es el momento de su efervescencia como escritor.

Tres lustros después de su fallecimiento, proponemos estas 15 obras (una por cada año de ausencia) con el objetivo de acercar el foco a su producción literaria o, más concretamente, a su figura como autor de libros. Dispuestos cronológicamente por la fecha de su publicación, hemos considerado que estos son los más significativos. Amén de la ingente cantidad de títulos que a lo largo de su vida publicó (casi siempre en el grupo editorial Planeta), la selección entraña una dificultad mayor que se corresponde con el gran valor literario de muchos de ellos.

1. Tamouré (1965)

Es el libro que inaugura una trayectoria esencial en la literatura española. Se trata de una recopilación de 12 relatos, entre los que se incluye el que da nombre al libro, reconocido un año antes con el Premio de relatos Gabriel Miró en Alicante. Un joven observa desde su ventana cómo anochece en la ciudad. El expresionismo de esa imagen, sin duda poética, revela algunos rasgos del carácter de Umbral: bohemio, romántico, introspectivo. Tiene apenas 33 años y lleva poco tiempo en Madrid, pero este volumen ya sugiere todas las maneras propias de su estilo. Hace solo un año fue reeditado por el sello Austral de la editorial Planeta.

2. Larra, anatomía de un dandy (1965)

No fue precisamente prematuro en sus publicaciones, pero una vez aterrizado en el sector su actividad fue frenética. El mismo año que se lanza su ópera prima se publica este ensayo dedicado al más alto exponente del romanticismo español. Son, además, los primeros esbozos del ensayismo tan personal que practicó a lo largo de su carrera. Si Larra representa al escritor crítico que fue Umbral y la tendencia al pesimismo que lo sometió siempre, el dandismo fue determinante en su configuración de figura pública: la bufanda caída solo por un extremo, sus chaquetas abotonadas e impecables, el cigarrillo en la boca durante sus años como fumador, el cruce de piernas, su pose apoyando el codo en una de las mesas del Café Gijón… Además, el libro resulta ser un excelso repaso por la vida y la obra del autor de Vuelva usted mañana. Aparte de Larra, Umbral se acercó a escritores tan distintos como Valle-Inclán y García Lorca en volúmenes posteriores.

3. Travesía de Madrid (1966)

Es la primera de sus novelas largas y el primer contacto en sus ficciones con la capital española, que a la postre sería un escenario imprescindible en su obra. A pesar de pertenecer a su bibliografía más temprana, es considerado uno de sus mejores libros. Posiblemente inspirada en La colmena de su admirado Cela, Travesía de Madrid también apuesta por un relato colectivo donde cientos de personajes comparten un protagonismo similar y las escenas suceden al mismo tiempo. Sin embargo, la de Umbral tiene una vocación más vanguardista en lo formal. El lector descubrirá en este libro, una suerte de crónica generacional, cómo fue su llegada a la capital, sus primeros escarceos amorosos y otras anécdotas curiosas. En la serie de Televisión Española Esta es mi tierra, el propio autor aparece leyendo algunos fragmentos de la novela. También ha sido reeditado por Austral este mismo año.

4. El Giocondo (1970)

La noche madrileña del Umbral más libérrimo. Esta novela urbana, que narra la historia de un homosexual en busca del amor puro y verdadero, tuvo problemas con la censura, pero las principales críticas llegaron después. A muchos les pareció que el enfoque sobre el protagonista no era moralmente adecuado. En todo caso, es interesantísima la fauna que sobrevive entre el Lawrence (trasunto literario del verdadero Oliver, propiedad de Adolfo Marsillach) o el Bus, locales míticos, el mercado de la Puerta de Toledo o la chocolatería de San Ginés, centro neurálgico de la nocturnidad en aquellos años. Los poetas más excéntricos, las actrices lesbianas y los chaperos son retratados con una pluma exquisita en esta novela.

5. Memorias de un niño de derechas (1972)

En este título convergen tres rasgos cruciales en la figura de Francisco Umbral, tanto en lo que tiene que ver con su vida como con su obra. Es la primera vez que introduce el término “memorias” en uno de sus títulos (a la postre, lo haría en otras cinco ocasiones) aunque, como ya se ha destacado aquí, los apuntes biográficos atraviesan toda su obra desde el inicio. Lo que sí es significativo en este volumen es que se trata del primer viaje, aunque de retorno, que realiza hacia la infancia en Valladolid, territorio fértil a lo largo de su producción literaria. Y, por supuesto, la alusión ideológica (“de derechas”), que tiene mucho más que ver con el contexto espacial de sus primeros años de vida que con su estricta filiación política en los años de la publicación del libro. La autoficción se erige como punta de lanza de su inconfundible estilo con el pretexto del retrato de un niño vallisoletano, él mismo, que empieza a descubrir el mundo en la etapa más cruda de la posguerra. “Mi primer libro logrado, aparte del de Larra”, habría dicho el propio autor.

6. Diario de un snob (1973)

La pertinencia en la inclusión de este libro se debe a dos motivos. El primero: es una recopilación de textos para prensa, cuando Umbral aún no había labrado su fama como articulista (recordemos que El País, diario que catapultó su firma al estrellato, no se fundaría hasta tres años después), pero su éxito ya se estaba fraguando. El segundo: de nuevo aparecen dos referencias concretas en uno de sus títulos a su propia identidad. Aunque quizás en un sentido menos estricto que lo que el propio término revela, el diario sería muy recurrente en su obra. La propia naturaleza del género (oportunidad de recuento, consigna, apunte) conecta con la voluntad memorialística que lo ha acompañado siempre. Por otro lado, el esnobismo para Umbral era una especie de pedigrí muy propio de la gente como él. Sin contradecir su voluntad de proyectar una imagen clásica y elegante, su concepto de modernidad no pasaba necesariamente por el comportamiento “progre”, que diría él, sino por la condición intelectual y estética. En estos textos, cargados de cinismo, se vislumbra una posición moral que no abandonaría.

7. Mortal y rosa (1975)

Es su libro más aclamado. Considerada como su obra maestra, su escritura estuvo motivada por una gran tragedia biográfica, la muerte a los seis años de su hijo Pincho, habido de su matrimonio con María España, que modifica para siempre su carácter, volviéndolo más taciturno. Umbral esgrime un testimonio sobrecogedor acerca de los sentimientos de un padre en ese trance. Pese a que el duelo y la pérdida son protagonistas ineludibles, el texto evoca con enorme sensibilidad los momentos que pasó junto a su hijo desde su nacimiento hasta su muerte. En su momento más inspirado, el autor hace gala de un lirismo que se desata en expresiones prodigiosas, además de un despliegue técnico y de vocabulario al alcance de muy pocos. El volumen está enriquecido con poemas que posteriormente formaron parte de la antología Crímenes y baladas (publicado en Seix Barral, uno de sus pocos “deslices” más allá de Planeta) y relatos como “La mecedora”, incluido en el volumen Teoría de Lola y otros cuentos (1977). 

8. Las ninfas (1976)

Galardonado con el Premio Nadal, constituye uno de sus primeros éxitos rotundos. En Las ninfas Umbral relata en primera persona los últimos años de su adolescencia en Valladolid hasta su llegada a la capital. Son inolvidables algunos episodios en los que recuerda, fascinado, cómo fue el descubrimiento del sexo y la literatura. Es la primera vez que Francesillo, alter ego del Umbral niño, aparece en una de sus novelas. De nuevo la infancia se presenta como un rasgo esencial de su obra, por cuanto fue determinante en su vida. Las aventuras con los amigos y los primeros contactos amorosos se funden en las noches de verano castellanas con asombrosa sensualidad. Una prosa fresca, equilibrada, que empezaba a rozar con los dedos el olimpo de los mejores escritores españoles de la segunda mitad del siglo XX.

9. La noche que llegué al Café Gijón (1977)

Solo un año después, desplaza el plano temporal de su adolescencia al momento en que su vida cambiaría para siempre. La noche que llegó Umbral al Café Gijón determinará al personaje que todos recordamos. En aquellas famosas tertulias donde comenzó a acudir cuando era corresponsal de El Norte de Castilla, Cela y José García Nieto custodiaron al joven recién llegado a principios de los años 60, ofreciéndole protección e incubando su pasión por la literatura. A propósito del título, podemos desgranar una anécdota que atañe a Fernando Lázaro Carreter. Al parecer, el lingüista señalaría que faltaba la preposición “en” después de “noche”. La polémica quedó en una nimiedad. No en vano, “creo que es el mejor libro de Paco Umbral”, confesó después Lázaro. En efecto, a día de hoy es uno de los más celebrados, acaso por contener unas crónicas divertidas y reveladoras sobre el elenco de escritores más importantes del Madrid de entonces.

10. Los helechos arborescentes (1982)

Umbral siempre fue un gran titulador. No solo de sus columnas y artículos; también en sus libros logró transmitir, por un lado, un mensaje directo y elocuente, y otras veces un estallido eufónico. Los helechos arborescentes (casi huelga explicarlo, aunque se recomienda pronunciar en voz alta) atesora una sonoridad majestuosa que, además, confluye con la naturaleza poética de los términos: helechos, arborescentes. Como no podía ser de otra forma, el autor mantiene el pulso lírico también en este libro. Esta vez, el travieso Francesillo contempla la realidad española durante los años de la dictadura desde un burdel. No son pocas las alusiones a la idiosincrasia de un país sometido al hambre que albergaba escasas esperanzas de futuro. 

11. El hijo de Greta Garbo (1982)

Es el libro que dibuja con mayor contorno a su madre, figura clave en su vida y a la que estuvo muy anclado. La trama de esta novela, otra más de la serie de Francesillo, se sitúa en la ciudad de León. A su madre, soltera, corresponde el honor de personificar a la Greta Garbo del título. La explicación está en los recuerdos que de ella conserva, cuando de niño la acompañaba al cine, otro de sus grandes intereses. Este volumen ambiciona ser una biografía novelada de su madre —“la imaginación es la forma lírica de la memoria”, diría Umbral—, pero también ha sido considerado como un extenso poema de amor filial. Además, las descripciones del marco en el que transcurrió la vida de aquella mujer conducen al relato hacia el género histórico, pues se remonta hasta los primeros compases del siglo XX y se extiende hasta la posguerra. De nuevo la narración más primorosa de Umbral se abre paso entre la historia, haciendo que el lector dude sobre si es más fascinante el argumento o el estilo.

12. Trilogía de Madrid (1984)

Vuelve a aparecer en este volumen la referencia a las “memorias”, aunque ahora en el subtítulo. Lo más significativo que tiene la consigna de estos recuerdos, que datan desde de su llegada en 1961 hasta el momento de la escritura del libro, 1983, es el protagonismo de Madrid. Pese a que incide mucho más en los apuntes biográficos que corresponden a la primera década en que empieza a publicar (1965-1975), lo cual no deja de ser un retrato de los últimos años del franquismo en la capital, el texto irradia literatura por los cuatro costados. Desde un tono irónico muy característico, vuelve a hacerse muy presente el ensayismo de Umbral, canónico para las generaciones venideras.

13. Un carnívoro cuchillo (1988)

Escatológico y bronco. Iracundo, sexual. Diríamos que Umbral se habría abandonado al realismo sucio, que entonces comenzaba a aflorar en la literatura española, si no fuera porque los escenarios de esta novela no son precisamente urbanos. Este texto se encuadra más en la violencia que ha estigmatizado siempre los relatos rurales. El autor regresa a los recuerdos de su juventud vallisoletana para construir un elenco de personajes marginales que se la juegan en una ciudad de provincias. Crímenes, robos, dos chaperos… Un clima de baja estofa que encontró acuñación en un verso de Miguel Hernández para el título. “Un carnívoro cuchillo / de ala dulce y homicida”, reza el inicio del poema. Una vez más, Umbral da cuenta de su preocupación por los títulos. Si el de Los helechos arborescentes destilaba una delicadeza casi cursi, justificada por el estilo de la propia obra, este resulta ser mucho más potente, también acorde a su contenido.

14. Leyenda del César Visionario (1991)

Pertenece a la serie de Francesillo y es también considerada como una de sus grandes novelas. Fue galardonada con el Premio de la Crítica. La guerra y la posguerra son el atrezo de esta historia en la que su alter ego infantil es testigo directo de cómo se fraguó la contienda civil en 1936. Francesillo sigue los pasos de Francisco Franco y sus gerifaltes en su ascenso hacia el poder definitivo. Burgos y Salamanca son las ciudades donde se desarrollan los acontecimientos principales, aunque el verdadero interés desde el punto de vista literario reside en la gran dosis de verismo que logra imprimir el autor sobre aquella “cotidianeidad”. También está presente la visión de los intelectuales que, como Unamuno, se desengañaron con el régimen.

15. Un ser de lejanías (2001)

Al Umbral más aguerrido ya no le quedan tantas fuerzas para seguir en la lucha con el mismo brío. Su escritura se ha vuelto más reflexiva y melancólica, a tenor de los acontecimientos que han marcado su vida. Una vida que se apagará seis años después de la publicación de este libro. Un ser de lejanías es, por tanto, un autorretrato intimista y crepuscular. Sus intenciones son esencialmente líricas, así como su título, extraído de una frase que habría pronunciado Heidegger. Decide incluir en este volumen un cuento, “Domingo de invierno”, que había aparecido un año antes en una antología de varios autores: De Madrid… al cielo.

Advertíamos de la dificultad en la selección de los títulos, pero sería más complejo incluso tener que categorizarlos. Algunos son realmente inclasificables, aunque casi todos están marcados por lo confesional desde lo poético. La historia, la política, la niñez y la figura de la mujer (enfocada tantas veces en su madre) son algunos de sus grandes temas, mientras que sus escenarios predilectos fueron Valladolid, tierra donde pasó su infancia, y Madrid, la ciudad de su vida. En cualquier caso, su narrativa tiene un ingrediente común que caracteriza a la mejor literatura: los asuntos cotidianos e individuales se convierten en trascendentes y universales.

Tal vez el hecho de que fuera tan prolífico desembocó en que también fuera reiterativo en alguna ocasión (no dejaron pasar la oportunidad de afeárselo), pero explotó como nadie la exclusividad de su estilo y de su mundo personal. Quince años después de su desaparición, el esperpéntico, el satírico, el distorsionador, el ácido, el lírico, el tierno, el violento, el provocador y el malabarista Francisco Umbral sigue generando debate. Su obra está viva.