"En mis libros la vulnerabilidad corporal que se manifiesta en la enfermedad está siempre presente", aseguraba Olvido García Valdés en El Cultural hace un lustro. Autora de libros como Y todos estábamos vivos, reconocido con el Nacional de Poesía en 2006, acaba de proclamarse vencedora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

En general, su trayectoria contiene pasajes dedicados a las dolencias o las patologías, utilizando como símbolo a una polilla que aparece en toda su obra —su poesía reunida en 2008 recibe el nombre de Esa polilla que delante de mí revolotea (Galaxia Gutenberg)— porque "la aparición del animal señala la extrañeza que a veces se siente de estar vivo", aseguraba la poeta.

Exploradora de la corporalidad y el dolor a lo largo de trayectoria, García Valdés considera que "con la lengua pasa lo mismo que con el cuerpo: no pensamos en ella habitualmente pero a veces nos paramos a observar sus mecanismos y procesos".

Estos poemas o "mecanismos verbales complejos atravesados por la vida", según ella misma los definió en el "liminar" de Confía en la gracia (Tusquets, 2020), constituyen solo una mínima muestra de toda la profundidad que alberga su poética.

Otro país, otro paisaje,

otra ciudad.

Un lugar desconocido

y un cuerpo desconocido,

tu propio cuerpo, extraño

camino que conduce

directamente al miedo.

El cuerpo como otro,

y otro paisaje, otra ciudad;

atardecer ante las piedras

más dulcemente hermosas

que has visto,

piedras de miel como luz.

Del libro El tercer jardín (1986). En dentro del animal la voz (Antología 1982-2012), Cátedra, 2020

Este conocido temblor

de las hojas con la brisa y este verde

de abril como un vómito

en la luz. Suficientes

aún las antiguas palabras:

no percibe el cadáver

dulzura ni calor y sí, en cambio,

el silencio y el frío,

puesto que se percibe lo que se es.

Discontinua vivencia, porque todas

aquí somos iguales. Como mirlos

y mirlos esbeltos en el canto y en el negro

intercambian sonidos:

acepta la vida, el acorchamiento

de la vida, desecha

la vieja hybris, nada

pierde quien muere, nada gana

tampoco. Es nítido

el sonido tras la lluvia,

se percibe ahora el tren

con violencia veloz, el obsesivo

zureo de palomas.

Del libro Caza nocturna (1997). En dentro del animal la voz (Antología 1982-2012), Cátedra, 2020

El trajín de los grajos que se van y vuelven

como si hubieran errado. Nada

mejor que hacer que mirar pájaros,

si no es mirar árboles,

ahora que son ramas de grumos, materia

de luz tierna casi líquida,

vegetal y violenta, buena

para comer y morir. Casi aún líquidos

endulzan o hipnotizan curvas

de alimento y de náusea. Si

verde fueras, amor, muerte

serías. De la delgada

y de bajo tierra luz. Ahora que

casi es de noche brota el trino

del mirlo punteando en el aire

quieta lluvia imperceptible.

Del libro Y todos estábamos vivos (2001-2005). En dentro del animal la voz (Antología 1982-2012), Cátedra, 2020

Vienes de primavera

ahora que puedo oírte, bullir

aún invisible de pájaros que pían

vienes con la gran luz

y alguien

se detiene para que el sol lo envuelva

ahí, en la acera, levanta

la cabeza y gira el rostro

al recibirlo. Antes, sentado

arrastraba áspero un pie, casi

no perceptible, áspero y sordo

cuerpo solo de sí.

Con la garza

llegaste, sobre la hierba alta

y gris que dejó el hielo. Desde allí yo te traigo

un rumor de castaños y una taza de leche, como

cena los traigo, ahora que es febrero

y vuelve quieta a sonar esa música.

Del libro Lo solo del animal (2006-2011). En dentro del animal la voz (Antología 1982-2012), Cátedra, 2020

cazuela a fuego lento, lo que el temor

cocina se transforma o trasmuta y puede

convertirse en bondad, ver desde fuera, un tú

sin proyecciones, ay, si guardara calor aquella

lumbre prado verde, racheado, casi

sin luz, con flores de aligustres y cimas

de ciprés, había dos niñas, había entonces

más cipreses, dejar que todo vaya, ir

viéndolo pasar y que no haya

nadie y no haya nada

Del libro Confía en la gracia (2012-2019)

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