La mentira es una florLeopoldo María Panero

Huerga y Fierro. Madrid, 2020. 128 páginas. 14 €

En “Unas palabras para Peter Pan”, el poema que abría Por el camino de Swann (1968), la primera publicación de Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas de Gran Canaria, 2014), aparecía ya Wendy, otro de los personajes de la novela de J. M. Barrie. Ahora, este nuevo libro da a leer en el primero de sus versos: “Y Wendy le dijo cuál es tu nombre” —también ahora comparece Peter Pan y el lector encontrará otros elementos que anudan este libro al pasado—, con lo que el gesto inaugural regresa en esta escritura última —salvo que salgan a la luz otros textos— del poeta.

Y no es sólo que ese personaje reaparezca después de tantos años, sino que si en aquel texto se negaba la existencia de Peter Pan, es decir, la ensoñación, la fantasía, la posibilidad de otra realidad, de otra vida —sueño que acompañó siempre a Panero y sobre lo que teorizó en algunos de sus ensayos, por no decir que toda su obra responde a ello—, ahora el título del nuevo libro proclama una variación de aquel desencanto. Al afirmar que La mentira es una flor está dando noticia de la falsedad de la realidad: la flor es un ente real, y, como ésta es símbolo de la belleza y de la poesía, tal expresión desenmascara a una y otra.

Como el lector de Panero sabe bien —y no son pocos—, su vida y su obra estuvieron trazadas a contracorriente de todo, del orden social, el del franquismo en su juventud, el de todo lo que vino después, a contracorriente también de la psiquiatría y sus tratamientos. Su obra poética, que tomó impulso en el espíritu de las vanguardias y en todo tipo de heterodoxias, saberes esotéricos, creencias mágicas, etc., es una absoluta singularidad en la literatura española y no solo en ella. Una singularidad que, no sé si paradójicamente, hizo de un poeta un personaje público, favorecido por su participación en el excelente documental El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, el no menos excelente Después de tantos años (1994) de Ricardo Franco y no pocos otros documentos visuales, sin olvidar la excelente biografía El contorno del abismo de Benito J. Fernández.

Esa singularidad tiene unas marcas que en los poemas de esta nueva publicación no faltan. Una de ellas es la reflexión sobre el poema, sobre la escritura, tan en consonancia con buena parte de la literatura contemporánea, pero con el sello de la negatividad. Así, el poema es equiparado a “una oruga que repta”, es en el silencio donde “va a morir toda palabra”, “la escritura la barren los hombres / Como la sirvienta la cucaracha kafkiana” la presenta como basura, lo eliminable, y tantos otros pasajes que se podrían citar. Pero repárese que tales afirmaciones se hacen desde la poesía misma, así, poesía contra la poesía.

Otra: estar vivo es estar destruido o muerto, “cae al suelo mi cabeza y corre y rebota […] Ya menos que cadáver”, “la tumba del poema / Donde yace un hombre”, “Solo soy una muñeca sonrosada que gime de no existir”, etc. Si se quiere leer esto en clave biográfica, no sería sino el testimonio de aquel a quien se le negó la vida que soñó y pretendió vivirla, lo que acabó produciendo “el terror de existir”.

Como elemento compensatorio a esa voz que dice lo que nadie dice se puede interpretar la proliferación de la palabra del otro, preferentemente autores canónicos, Poe, Mallarmé, Pound, Eliot, entre otros. Como él mismo escribió, “tantas citas me valen para ser escuchado, y creído”. Así, ese reescribir, incluidas por supuesto citas de su propia obra anterior, sería otorgar una cierta aura de verdad a esa mentira que es la flor, que es el poema.

Libro póstumo —no hubiera estado de más que en los textos de presentación se hubiera indicado alguna datación— de quien, por declararse muerto, fue en vida poeta póstumo, cantor de la nada, ángel de la destrucción: Leopoldo María Panero.

XLII

Hay una hoguera en la calle y mis cabellos arden en ella

Quemados por la llama cruel de la locura

Que no se atiene a ningún ideal

Ni a ningún enunciado

Que no sea la sombra cruel del lenguaje

Porque si para Stalin la lingüística era una superestructura es

Por cuanto el lenguaje es mentira

Y la única existencia posible del lenguaje

Es cuando aquel habla de mí

Gloria in excelsis mihi, como dijera Bataille

Porque solo la oscuridad no miente y

Solo es verdad el cabello de un hombre que por las noches grita

Destruido por la poesía

¡Oh tú silencio en que termina el poema

En que termina la vida destruida por la poesía!

¡Oh tú Ezra Pound que llorabas, perseguido

Por los perros atroces de la nada!