Esteban González Pons lleva chaqueta con camisa, camisa sin corbata, quizá como un signo de coquetería levantina que creímos haber advertido en los cantantes de la tierra (Francisco) y que no parece una vestimenta de escritor de las que se estilaban en los saraos de El Retiro (cuando los había). O sea, que González Pons no se viste de escritor porque no quiere o porque no sabe. Pero he ahí su camisa blanca sobre la americana que da, también, título a una autobiografía suya: 'Camisa blanca'. Y así le gusta posar.

González Pons figura también aquí, saliéndose de horma, por dos hitos que hay que apuntar desde el principio: es político dado a la novela y dado a la socarronería. Por eso, como eurodiputado abonado a las sonrisas, suele arreglar lo que otros abonan de miasmas en esa Babel que es Europa y que necesita de más literatos con camisa blanca y sonrisa seductora.

Es verdad que Ellas, esa última novela venteada por las redes y por algunos pasajes de alto votaje lírico/erótico, parecía llamada a ser tendencia en un público, el de las novedades editoriales, más bien mojigato. Y entonces cayó la pandemia, el secuestro civil, y el libro que iba a consolidar a González Pons por encima de las tentativas memorialísticas, va y se queda en puerto seco aunque vaya ya por una segunda edición y porque el público pida que aún se salgan más de horma los escritos que nos vaya dando. ("Ellas se quedó sin promoción y ferias por la peste, pero yo sigo presentándola donde puedo y como puedo. Y a base de pequeños esfuerzos ya va por la segunda edición. No es fácil para un político que le tomen en serio escribiendo ficción y yo me he puesto ya con otra novela.").

Pero centrémonos en Ellas que, como Últimas tardes con Teresa en Marsé, nos sirve para dibujar un mundo muy especial. Tan especial que, a la luz de los compartimentos estancos y las calificaciones, uno es incapaz de definir 'Ellas' -y lo que el autor ha puesto en su obra- sin obviar el humor y la historia del último medio siglo de una ciudad, Valencia, que ha capitalizado los aciertos y desaciertos que afectaban a todo el país. ("La novela quiere retratar una ciudad que, frente a Madrid, Barcelona o Sevilla, no se considera muy literaria. Una ciudad bastante ignorada por las novelas del siglo XX. Parece como si Blasco Ibáñez ya hubiera escrito cuanto cabía escribir sobre Valencia. Yo he querido presentar mi ciudad al mundo. La Valencia de Ellas es la Valencia de verdad, la de los valencianos (...), aquella Valencia de la Copa América, fanfarrona, derrochadora, exagerada, igual que un ninot de falla gigantesco. Los valencianos no nacemos, renacemos. Como las fallas precisamos quemarnos constantemente para renacer constantemente. Yo necesitaba quemar aquella Valencia del esplendor para volver a mirar con amor a mi Valencia de la luz sin sombras y la sillita de enea en la puerta de casa para ver pasar la vida con una banda de música detrás").

Habría que preguntarse que por qué esa persistencia en lo escrito de González Pons, especialmente después de haber dado a la imprenta un libro de poemas esbozados desde un antiguo teléfono móvil, y dos capítulos más bien autobiográficos del político levantino que ve más allá de la poltrona. Y ve tan allá que lo justifica con razones sustanciales: "Hasta el franquismo, literatura y política se implicaban. Los autores románticos y realistas pasaron todos por la política. Lo mismo sucede con la Generación del 98, por no hablar de la II República y la guerra civil (en ambos bandos). A nadie le extrañaba antes que un político compatibilizase su función pública con la literatura. Es a partir de Franco cuando los políticos empiezan a cambiar su perfil humanista por otro más técnico, más ingenieril. En la transición los escritores ya sólo podían ser ministros de Cultura. Hoy hemos degradado tanto el oficio de la política que nadie espera de un diputado que sepa escribir y mucho menos que tenga imaginación suficiente para hacerlo. Literatura y política están tan alejadas en España que la política no existe ni como tema literario. En Reino Unido o Francia, sin ir más lejos, la ficción política es casi un género. Aquí ni Dios escribe esos libros."

En su caso, "no podría ser político sin literatura".

En lo literario y en lo político, a la vista de lo escrito, González Pons hace gala de una libertad envidiable. Y no hay elemento más libre que el humor, que nuestro autor aplica a las facetas posibles e imposibles de su vida.

Del político gris al político sin corbata, en González Pons hay una predilección por el humor para entender la vida -relatada en 'Ellas'- de un oficinista gris y revivido mediante una relación epistolar e idealizada en la infancia. ("Mi generación contempla el mundo desarmada y triste. Somos obedientes, el software cerebral nos lo instalaron durante el franquismo. Nuestros padres hicieron la Transición, nuestros hijos el 15-M, nosotros cantamos 'Del Barco de Chanquete no nos moverán' y soñamos con tener el coche fantástico. No dimos más de sí.  Resulta que debemos la educación sexual a un cura  -un tipo que, en teoría, jamás usaba el sexo-, pero hemos acabado buscando al penúltimo novio o a la penúltima novia en Tinder, un salto de millones de años entre lo uno y lo otro... Primero los curas y luego el sida nos robaron la libertad sexual, hemos tenido que esperar a después del divorcio para practicar sexo sin complejos. Mi generación es muy inocente y jamás olvida a su primer amor. El primer amor es uno de nuestros mitos generacionales.")

A estas alturas, ya podremos convenir en lo cachazudo del personaje, en su capacidad para ironizar, para entrar y salir -en lo literario- de esa 'beautiful people' que nos regaló una Valencia muy particular y que nuestro autor retrata con látigo y ternura. ("Hay mucho cachondeo contenido en el modo como pinto la Valencia de la Copa América y mis personajes relacionados con la política valenciana de entonces (yo mismo entre ellos) son ninots de falla, caricaturescos, porque mi intención no es deconstruir, ni siquiera organizar un auto de fe, sino quemar una falla enorme. Sobre la "belle époque” de la Valencia de Rita Barberá escribo como lo haría un fallero, tirando petardos y burlándome de los poderosos.")

González Pons, por ser escasamente fiel a las hormas, quiso una novela generacional y se le trufó de humor y surrealismo. Es la magia de la literatura, de escribir sin corsé, sin horma, sin corbata. Con el humor como una de sus divisas.

@pica_nieto