Dolores Reyes

Sigilo Ed. Buenos Aires/Barcelona, 2019. 176 páginas. 18 €. Ebook: 8,99 €

Es imposible conseguir en España el libro colectivo Recuperemos la imaginación para cambiar la historia, publicado por Proyecto Num en Buenos Aires hace dos años. Esta antología nació al amparo del movimiento feminista #niunamenos, y trata de responder múltiples preguntas en torno al feminicidio y su representación artística: sus esfuerzos persiguen encontrar el modo exigente, preciso, útil y legítimo de cruzar la imaginación con la cruda realidad de los asesinatos sistemáticos que se cobijan bajo una trama clasista, racista, machista. ¿Son preguntas literarias o políticas? Ambas. Va a ser difícil que ningún vocero de la belleza lujosa nos convenza de que no son pertinentes.

Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978), que no aparece en esa publicación, las respondió a su manera, cargando con una biografía periférica y una formación literaria a destiempo, forjada en talleres de escritura que compaginaba con la docencia y los cuidados de siete hijos. Cometierra ha sido un fenómeno en su país, y ahora aparece en España de la mano del mismo sello que apostó por la novela en Argentina. Quisiera detenerme en la portada, obra de la ilustradora Jazmín Varela (Rosario, 1988), una joya que se disfraza de exotizante para jugar con la simbología desplegada en el texto, frutos y llanto y flores que podrían responder al tópico eterno de lo femenino, pero aquí se liberan gracias a una paleta de colores estudiadísima: pura reapropiación imaginativa feminista que nos recuerda el carácter colectivo, colaborativo, de la imaginación.

Cometierra es una novela implícitamente política, pero cuya preocupación explícita es construir una voz en primera persona y contar su historia. Esa voz es la de una chica de madre muerta y padre ausente que tiene el poder de conectar con la conciencia de otros cuando come un poco de tierra que haya estado en contacto con sus cuerpos. Es capaz de descubrir si una chica desaparecida murió violada, o es retenida por un viejo que la esclaviza, etc. La Cometierra no disfruta de ese manjar, que solo le reporta la burla o el miedo de otros, el deterioro de su sistema digestivo y el terror de hacerse una con las víctimas. Y es que el camino hacia el reconocimiento y el compromiso con la experiencia de otras es doloroso y áspero: “Lástima de todas juntas. Una tristeza enorme”. Pero ella lo recorre, en medio de un escenario social de creciente sordidez que no excluye la aparición de la ternura o el amor.

Cometierra es emocionante y sutil, pese a ciertas limitaciones propias de libro “menor”. No es un reproche, casi al contrario

La escritura de Reyes presenta una simplicidad sofisticada que evoca mucho y, simultáneamente, hurta interpretaciones unívocas. Su narradora suena transterrada, avanza en frases breves, se nutre de argentinismos que probablemente deban algo a su maestra Selva Almada. La trama avanza con solidez, con momentos desasosegantes (pienso en los sueños que protagoniza una maestra asesinada), entregando algunas pinceladas aforísticas. Por ejemplo: “Olvidaba porque podía. Nunca sería una madre. No quería”. O bien: “La palabra ‘isla’ no, no me gustaba para nada: necesitabas de otros para poder irte de una isla”. En paralelo, sabe detenerse en acciones que, de pronto, merecen una descripción morosa, a cámara lenta: una escena de sexo que contribuye a llenar de complejidad y belleza la relación entre la protagonista y su amante; o los intercambios cotidianos entre hermano y hermana, en un hogar sin padres. La masculinidad es retratada en toda su diversidad y complejidad.

Cometierra es emocionante y sutil, pese a ciertas limitaciones propias de libro “menor”. No es un reproche, casi al contrario: su tono contenido y la intensiva concentración en un mundo pequeño favorecen una lectura que parece responder a una pregunta de la crítica Laura A. Arnés, recogida en Recuperemos la imaginación: “¿Puede la literatura dar voz a la muerte?”. Puede la Cometierra, y puede Cometierra. Y lo puede en un contexto muy concreto, el argentino, que el lector puede rimar con otros muchos, sí, pero hará bien en no olvidar. Hay una especificidad histórica en esta escritura (un arraigo, ya que la tierra es su metáfora central) que la completa.