En 1967, las casetas de la Feria del Libro de Madrid llegaron por primera vez al parque del Retiro. Llegaban para quedarse aunque la feria había nacido ya 34 años atrás en el paseo de Recoletos de la capital. Pronto aquel entorno verde de árboles en mitad del centro de Madrid se convirtió en un marco que, casi por derecho, pasó a formar parte indiscutiblemente de aquella estampa de libros, cultura y naturaleza. La feria, como reivindicó Sara Morante en El micro de la feria hace unos días, tenía ya "el tacto del césped y de los árboles del Retiro".

Ya lo dijo su director, Miguel Gil, en el inicio de su actual edición: "La Feria del Libro de Madrid es el Retiro". Muchos han sido desde entonces los que se han sumado a esa reivindicación ante el temor de que, por motivos medioambientales, el evento cultural cambiara de lugar. "Este es un enclave que está muy enraizado en la memoria sentimental de los que hemos conocido el parque desde niños", afirma Eloy Tizón. Memoria, recuerdos, como el de la académica y escritora, Soledad Puértolas que cuando llegó a Madrid, con 14 años, ya visitó la feria en el parque.

Fuente de inspiración literaria para muchos escritores españoles contemporáneos, el Retiro es uno de los "lugares de la capital que con más frecuencia aparecen en las novelas que tienen a la ciudad como escenario", analiza el escritor Javier Sierra, que estará mañana firmando ejemplares en una de sus casetas. "Es el alma literaria de Madrid. El epicentro de los libros libres". Allí, y "desde hace cien años", se reúnen también los libreros de la cuesta de Moyano.

Como ellos, quien también recuerda vivir la feria en el Retiro desde niño es Carlos Pardo. Autor, lector y librero, su historia en el recinto del parque durante la celebración del evento literario es una historia de "muchas vidas". "Creo que es su lugar natural –defiende -. Si los espacios de la ciudad tienen también su tiempo, su temporalidad, su historia, su manera de usarlos y leerlos, son impensables tanto el Retiro sin la Feria del Libro como la Feria del Libro sin el Retiro".

Impensable pero no imposible. Solo una vez, recuerda Karina Sainz Borgo, se ha movido este evento del recinto del parque, desde que se mudó por primera vez, para instalarse en otro lugar. Ocurrió en 1979, en Casa de Campo, y fue un fracaso de asistencia. "Se dieron cuenta de que no funcionaba. De que era una manera de quitarle personalidad y de alejar aún más el libro. La feria no puede salir del Retiro", sostiene la periodista, autora de la exitosa La hija de la española.

Aunque es una habitual del recinto, tanto en lo personal como en lo profesional, para ella es su primera experiencia como autora en este evento, un momento que está viviendo con especial ilusión. "Esta es la única feria creo yo, no solo en España sino en Iberoamérica, cuyo espacio natural es un parque –opina-. Sant  Jordi nos maravilla y es verdad, porque es un día en la calle. Pero esto es un enclave donde los libros realmente forman parte del entorno", matiza Sainz Borgo.

Otras ferias como la de Lisboa en el Eduardo VII, a donde viajó hace un par de semanas María Dueñas, también se celebran en un parque. "Esto no es único pero sí  muy especial –sostiene-. No se hace en todas partes pero aquellos sitios en donde se hace se mima y contribuye enormemente2. La escritora de El tiempo entre costuras, ha participado esta mañana en un acto en el parque del Retiro junto a otros 39 autores de Planeta, entre los que figuraban el propio Sierra y Luz Gabás, para fomentar la lectura y reivindicar el actual emplazamiento de la feria.

Sin embargo, incide Pardo, "nuestra feria del libro tiene una cosa que es envidiable y que otras no tienen, que es lo popular. Y toda esa vida que tiene no la podría tener en otro sitio". Desde el orden de las casetas, su disposición, la estructura del paseo hasta su ubicación y el mismo espacio, hacen posible que, además, esta sea una feria literaria de gran concurrencia.

"¿Cuántos acontecimientos librescos -presentaciones, mesas redondas- no son de una tristura glacial en lo que a concurrencia se refiere, con sus cuatro lectores, sus tres familiares y algún despistado que enseguida comienza a bostezar?", se plantea Elvira Navarro en esta misma línea. Para la escritora, que publicó el pasado enero La isla de los conejos, es tan simple como que "cuando vamos a la feria, vamos también al Retiro. Confinarla en un agobiante pabellón donde Cristo perdió el gorro haría que dejara de ser un evento popular", advierte.

Cualquier otra opción, coincide con ella Andrés Trapiello, "no se le ocurre ni al que asó la manteca, que dicen los castizos". Para el autor del ensayo sobre El Rastro, otro lugar emblemático de Madrid, este es el marco ideal para que se produzcan muchas historias y reencuentros inesperados. "Unos y otros son impagables. Y, claro, la ocasión de saludar a algunos amigos a los que sólo podemos ver allí y, claro, a los amigos mirlos y demás población volátil".

Es, de hecho, el equilibrio perfecto entre naturaleza y cultura, en palabras de Trapiello. Incluso, "visualmente es difícil incluso imaginar la feria sin el fondo de los árboles del Retiro –añade Tizón-, sin el ajetreo que hay de niños, de la gente que va a mirar, a curiosear o a pasear".

Sin duda, como defience Puértolas, hay algo de "ritual" en esta feria. "Una tradición que está en el centro de la vida de la ciudad". La académica que es poco amiga de los espacios concurridos, reconoce, eso sí, que a veces hay demasiada gente. "En la feria se vive como en todo, muchos momentos, momentos felices, con público, es agradable. Pero otras veces no pasa nadie y te miran con esas miradas un poco opacas que a veces tienen los paseantes cuando miran a los escritores. La Feria del Libro no es lo mismo como persona. Para mí cambió radicalmente cuando fui a firmar a una caseta", comparte.

Como lector, claro está, es otra historia.  "Hay algo de 'festivo' en el modo en que los madrileños disfrutan de la feria –opina Miguel Ángel Hernández-. El paseo, la expansión, el encuentro con los demás… Algo que tiene sentido que ocurra en un parque o en un plaza, y no en un pabellón en las afueras de la ciudad".

"Es que es una fiesta en todos los sentidos", remarca María Dueñas. Algo que permite "hacer ver a la sociedad que el libro es algo participativo, democrático, no excluyente y no elitista". En este sentido, la feria contribuye a “elevar el espíritu” del parque, en palabras de Javier Sierra. Más allá de los juegos de los niños en los columpios o las bicicletas de los domingos, explica el escritor, le aporta un contenido intelectual.

Es otro punto de vista, enuncia Luz Gabás. Para la autora de Palmeras en la nieve, sin sus casetas y sus libros, "parece que los parques son solo lugares para estar a la sombra de un árbol y son mucho más". La Feria del Libro de Madrid es una ocasión que, de alguna manera, concluye Pardo, "lo que hace es abrir al Retiro a una especie de mundo más rico que está ahí siempre y que se ha convertido en una de sus rutinas más felices". Por suerte, promete Manuel Gil, parque y libros seguirán unidos otros 52 años más.

@mailouti