Raquel Lanseros

Visor. Madrid, 2018. 110 páginas. 19 €

Tras Esta momentánea eternidad, volumen que reunía en 2016 su obra poética, que ha tenido desde sus comienzos una muy buena recepción crítica y no menor acogida por los lectores –es elocuente que la mencionada recopilación tuviera una segunda edición al año siguiente–, Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1973) publica Matria, libro al que se le concedió el Premio de la Crítica de 2018, reconocimiento que venía a unirse a varios otros más.

Así, las expectativas ante Matria no eran pocas y su lectura viene a colmarlas. Y es que se trata, queda dicho ya, de un libro excelente. Un libro que desde el título propone un concepto que, si es antónimo de “patria”, es también su complemento. Los poemas surgen de la memoria, no en vano se dice que “Nos llamamos memoria, sol, infancia. / Nos llamamos semilla. / Nuestro nombre es la casa / donde nace la madre”. Otro nombre para eso mismo: matria. Una matria que no puede entenderse en un sentido

limitado a la memoria del sujeto, a su biografía –a fin de cuentas “Las cenizas que, para consolarnos, llamamos biografía”–, sino que se extiende a la de toda la especie.

En “Cielo arriba”, un poema que habla del descubrimiento del mundo en la niñez se lee “Y qué fascinación la del principio / por descubrir el barro originario”, que, aunque hace referencia a un charco con ranas, la expresión “barro originario” cabe entenderla también como una variante de “caldo primordial” que es como nombró A. I. Oparin a la materia que dio origen a la vida. Sobre la unidad de todo trata también “El arquetipo”. De este modo, la memoria supera lo individual y se hace global y los poemas de Matria hablan del yo y a la vez de todos.

Y si habla de todos y de todo, no podría darse una temática reducida. Y en efecto, los poemas abordan lo político, la historia de la mujer en la Historia, “europa”, así, con minúscula, “des / membrada y cosida” –con palabras que se fragmentan y dicen la falta de unidad que se anhela– habla de alambres de espino, del Mediterráneo como sepultura de migrantes, “europa / ¿dónde has plantado todos tus cadáveres?”, etc. La desaparición de las luciérnagas en un paraje en el que deslumbraron durante la niñez remite a la desaparición de especies que se está produciendo ante nuestros ojos. Se recuerda la guerra española –la guerra, nombrada como “esa flor maligna / que brota solamente de los suelos muertos”–. La maternidad, el amor, el desamor y otros asuntos más encuentran aquí su voz.

Puesto que se habla de todo y de lo que a todos incumbe, la lengua de Matria huye de la dificultad con su léxico sencillo, igual que su sintaxis. Uno de los poemas lo declara: “El lenguaje […] se despoja de ropajes viejos / armoniza al concierto del cosmos / su respiración” –ritmo del verso, armonía universal–. Eso sí, el decir es poético. Ya he citado la guerra como flor y para expresar el deseo que despierta el cuerpo de un bañista, figurado como Poseidón, al verlo alejarse “arde dentro de mí como un beso del mar”.

¿De dónde nace la voz poética de Matria? “Para qué la poesía” da la respuesta. La palabra poética ha de ser la que dice la verdad: “¿qué será nuestro escudo / frente a la mentira dominante? / ¿Quién sino la Poesía […]?” Ahora bien, esa palabra-verdad ¿de dónde viene? Se evoca allí el encuentro entre Petrarca y Laura y se dice “Bendito sea el día […] en que nació” Como es obvio, lo que en aquel momento nació fue el amor. Así, Poesía o Amor.

Amor, un Amor que es también el que se da entre las palabras y lo poético: el lenguaje “es dios del país de la idea / y reencuentra el calor de su amada / por fin, la poesía”. Es ese Amor, a las cosas, al mundo, a lo humano, a la palabra y a la poesía, ese Amor al Amor lo que da nacimiento a los excelentes poemas de Matria.


Fuego mutilado

Me prometo a diario descuidarte

pues me corre el pesar por cuenta ajena

tan extensa trinchera abrió esta pena

que muero porque vivo para amarte.

Tu piel es la membrana de una estrella

no te logro alcanzar por más que intento

se multiplica el ansia del momento

y malvendo mi fuego en la querella.

Tan caras tus caricias por goteo

agridulce suplicio de mi antojo

tan lejano tu puerto a mi deseo

tan vuelva usted mañana, trampantojo.

Alíviame esta cruz, mi cireneo

o firma del amor mi desalojo.