Roberto L. Blanco Valdés. Foto: USC

Especial: Lo mejor del año

El catedrático y constitucionalista publica Luz tras las tinieblas. Vindicación de la España constitucional (Alianza) una lúcida y enfática defensa de nuestro sistema político y social que, sin evitar comentar los aspectos mejorables, desmiente los ataques, interesados o ingenuos, a la que define como la mejor España que podemos recordar.

"Esta es, sin duda alguna, la mejor España que ha existido nunca en todos los sentidos: político, económico, social y cultural". Así de rotundo se muestra el catedrático y constitucionalista Roberto L. Blanco Valdés (La Estrada, Pontevedra, 1957), que en su libro Luz tras las tinieblas. Vindicación de la España constitucional (Alianza) articula una lúcida y enfática defensa de nuestro sistema político y social y de su primera piedra, la Constitución de 1978, "ese gran pacto histórico que permitió alumbrar un Estado moderno, con una democracia estable y con el mayor grado de bienestar de la historia de nuestro país".



Pregunta. Defiende que las últimas décadas han visto la mejor España de la historia, ¿qué supusieron la Constitución y el sistema político acordado entonces para nuestro país?

Respuesta. La Constitución del 78 supone un gran pacto histórico para alumbrar un Estado democrático y para construir un Estado moderno, en donde se reconozcan ampliamente los derechos universales, de carácter social, con un moderno sistema fiscal, un Estado descentralizado que da un paso extraordinario hacia la igualdad en todos los sentidos: jurídico, político, de sexos... Una España que se moderniza en todos los aspectos. Esta es sin duda alguna la mejor España que ha existido en todos los sentidos: político, económico, social y cultural. No hay precedente comparable en la historia. A veces se compara con la Segunda República, pero esto es un disparate, en cualquiera de los baremos que usemos para comparar, la España del 78 está a una distancia sideral de aquella.



P. En los últimos años la Constitución y el regimen del 78 han sufrido ataques cada vez más furibundos, ¿qué mentiras se vierten sobre nuestro sistema político?

R. Los españoles tenemos gran capacidad para abrirnos en canal y un autoodio colectivo que se pone de relieve en la falta de aprecio a la obra de estos últimos 40 años, lo cual es profundamente injusto. El proceso que conduce a la desvalorización de estos logros ha tenido tres grandes hitos. El primero, la política de la memoria histórica, basada en la gran mentira de que ha habido un pacto por el olvido, cuando en realidad se acordó no utilizar el pasado con fines políticos. Todo el mundo recuerda lo que pasó y quedó absolutamente claro que Franco dio un golpe de Estado y fue un dictador. No hay un pacto de silencio, sino un pacto para no utilizar el pasado en las batallas del presente, algo inédito en nuestra historia. Esto saltó por los aires con la Ley de memoria histórica, la primera ruptura de los grandes consensos de la Transición. El segundo es la irrupción de Podemos, que introdujo el discurso de que la Transición fue una traición y el régimen del 78 una continuación del franquismo. Y el tercero, la deriva secesionista en Cataluña, basada en una estrategia absolutamente delictiva que equipara de forma ofensiva a individuos en prisión provisional y fugados de la justicia con los presos políticos y exiliados del franquismo. Todo esto nos ha conducido a una situación insólita. Cuando se habla de la Constitución del 78 se dice que no hay nada que celebrar. Es decir, que 40 años de democracia, avance en los derechos y el Estado social, de paz, de descentralización, de reconciliación nacional no son para celebrar. Un disparate.



Una constitución sólo se reforma cuando hay un problema que se puede resolver únicamente así, y cuando existe consenso"

P. La mayoría de las democracias occidentales tienen constituciones más antiguas, ¿por qué la nuestra está tan cuestionada?

R. Porque se cree falsamente que cada cierto tiempo las constituciones se cambian para ponerlas al día. En ningún lugar del mundo ocurre algo así. Los estadounidenses, que tienen una del siglo XVIII, o los italianos, alemanes y franceses, que las aprobaron tras la Segunda Guerra Mundial nunca las han actualizado, sino que las han reformado para resolver problemas. Una constitución sólo se reforma cuando hay un problema que se puede resolver únicamente así, y cuando existe consenso. Si no se cumplen estas condiciones hacerlo es un disparate. Por eso reformar la Constitución hoy en España sería un suicidio.



P. La gran espina actual es el problema territorial, ¿podría solucionarlo una reforma constitucional?

R. España tiene un diseño territorial antiguo que todavía no se ha adaptado a la realidad federal de hoy, pues es obvio que nuestro Estado ya es federal de facto. Y sería bueno recoger esto de iure para mejorar las competencias, la financiación, la cooperación política... Sin embargo, no se puede mentir a la gente diciéndole que esto resolvería el problema catalán. No sólo no lo haría, sino que agravaríamos el conflicto, pues los nacionalistas no quieren mejorar el funcionamiento del Estado autonómico, sino destruirlo.



P. Más allá del problema territorial, ¿qué reformas serían indispensables y capaces de generar consenso político?

R. Hay dos reformas que sí se comentan en los círculos de expertos, la de la preferencia del varón sobre la mujer en la jefatura del Estado, que estoy seguro de que se reformaría llegado el caso porque choca frontalmente con la igualdad en la que los españoles creen mayoritariamente, y la de incluir como derechos fundamentales algunos derechos sociales como la vivienda, lo que sería muy complejo y peligroso. Quitadas esas materias no parece que haya urgencia de reformas, salvo la comentada modificación territorial, siempre y cuando hubiese acuerdo sobre qué se quiere hacer. Y estando dispuestos a prescindir del consenso y a dejar fuera a los nacionalistas y a Podemos, que plantea dos temas innegociables como el derecho a la autodeterminación y la república. Pero pienso que forzar un acuerdo que bajaría el índice de aceptación del 98% al 60 o al 70 sería una absoluta irresponsabilidad.



A corto e incluso medio plazo, deberemos lidiar con esta inestabilidad política peligrosa para la democracia"


P.¿Este clima global de cuestionamiento de las instituciones pasará a corto plazo o debemos acostumbrarnos a la inestabilidad?

R.La polarización de la vida política y la crisis de los sistemas de partidos tradicionales, que empezó ya a finales de los años 90 en países como Italia, de forma evidente, Francia, con el auge de la extrema derecha, o Gran Bretaña, con el inicio del euroescepticismo, sufrió un golpe decisivo con la crisis económica de 2008. Y además, la inmigración ha generado un discurso racista que se ha instalado en buena parte de las opiniones públicas y ha exacerbado lo que denominamos populismo. Esta inestabilidad es un peligro serio para la democracia, como vimos en las grandes democracias del periodo de entreguerras, que terminaron en un naufragio terrible debido a ella. ¿Viene para quedarse? Se puede afirmar que los partidos democristianos y socialdemócratas han entrado en crisis y de cara al futuro, a corto e incluso medio plazo, deberemos lidiar con esta inestabilidad política capitalizada por movimientos que aparecen de la noche a la mañana como el de Macron o el 5 Estrellas de Italia, y que también desparecen rápido pues no tiene una gran base.



P. Recapitulando, ¿cuáles son los pilares para defender la Constitución y la España que ésta ha creado?

R. Tenemos que apoyarnos en varias verdades incontestables. Por ejemplo, el espíritu de la reconciliación nacional. La España del 78 es la que acaba con las dos Españas y las funde en un texto que ambas defienden, y esto es un valor que no podemos dilapidar. También está el extraordinario avance en todos los terrenos que se ha producido en las últimas décadas, con gobiernos estables, una democracia de calidad y muy exitosas políticas sociales. Lo que es, en definitiva, la puesta en práctica de la Constitución, que no es solo un papel sino un esqueleto jurídico que se ha llenado de músculo político, social, económico y cultural. Por eso, en cualquier ámbito que se mire, estamos mejor que nunca.