Ayanta Barilli. Foto: Arduino Vannucchi

La escritora, actriz y periodista presenta Un mar violeta oscuro, la novela finalista del Premio Planeta, en la que a través de las vidas de una saga de mujeres de su familia reconstruye las vidas, silencios y tabúes de varias generaciones.

"Hace muchos años estaba en el Premio Planeta sentada al lado de mi padre y, cuando le dieron el premio, un periodista me preguntó qué quería ser. Le dije que, por lo menos, finalista del Planeta". Así recuerda la escritora actriz y periodista Ayanta Barilli (Roma, 1969) la noche de 1992 en la que su padre, Fernando Sánchez Dragó, obtuvo el Premio Planeta. Sin embargo, para su primera novela, finalista de ese mismo galardón, la escritora no se ha fijado en su progenitor, "una constante inspiración", sino en su familia materna. En Un mar violeta oscuro Barilli narra la lucha, supervivencia y superación de tres generaciones de mujeres de una misma familia, bisabuela, abuela y madre, y de una cuarta, la propia escritora.



"Esta es la historia de cuatro generaciones de mujeres que vivieron en condiciones sociales difíciles con hombres que no las entendían. Yo soy la primera que decidí liberarme y no repetir la historia". Un arco temporal que comienza a mediados del siglo XIX y llega hasta el día de hoy, cuando la narradora trata de comprender su pasado para reconciliarse con su presente. Su incursión, hasta ahora única, en la literatura se produjo en 2013, cuando escribió junto a su padre Pacto de sangre: vidas cruzadas, un libro sobre las relaciones entre padres e hijos. Pero ya advierte de que ésta nueva novela no será la última. "Tengo varias ideas, aunque no me pondré a escribir hasta que acabe esta maravillosa aventura. Pero lo estoy deseando".



Pregunta.- Empieza a escarbar en esta historia familiar, pero ¿cómo y por qué siente la necesidad de novelarla, de convertirla en ficción?

Respuesta.- El libro responde a mi inquietud por entender realmente quien soy, por eso rebusco en mis orígenes familiares. Mi madre murió cuando era tan joven que no lo asimilé, no lo comprendía. En parte la novela nace de ese dolor, de esa ausencia. Y al escarbar, efectivamente, en la historia familiar no quería solo obtener la información, sino poder comunicarla por escrito y que quedara consignada. En un principio era para mis hijos, para que supieran realmente de dónde veníamos. Pero luego entendí de modo inmediato que ahí había una novela y que podía de algún modo manipular toda esa información que tenía y construir una gran historia.



P.- En este sentido, ¿los límites entre realidad y ficción son realmente sólidos o usted misma termina confundiéndolos?

R.- Se mezcla un poco todo hasta el punto de que en estos momentos tengo serias dudas de cuáles son las cosas de verdad y cuáles las ficticias. Entre otras cosas, porque vengo de una dinastía de mujeres absolutamente fantasiosas, creadoras de fábulas, y no puedo saber qué había de real en muchas de sus historias. Cada una contaba la versión a su manera, por lo que empecé a encontrar muchísimas incoherencias. Así que yo, como cuarta mujer, he elegido lo que me parecía más oportuno. He escrito una historia qua no sabría decir si es verdad o mentira, pero realmente no me interesa eso ya, porque al final todo es verdad en el sentido de que pertenece a estas mujeres.



Recuerdos tolerables

P.- Dice que esta es una versión de la historia que le gusta y que tolera, ¿qué ocurría cuando se encontraba algo que no le gustaba o que no casaba con su idea de algún personaje?

R.- Pues lo contaba de otra manera. Igual que mi abuela me contaba historias que al correr de los años descubrí que no tenían nada que ver con la realidad. Es como cuando le cuentas a un niño el cuento de Barba Azul, pero sin mencionar que mataba a las mujeres. Necesitaba volver a crear unos recuerdos que, aunque dolorosos, no lo fueran tanto. Una historia que me fuera tolerable y que además entendiera, porque todo esto nace también de una falta de comprensión por mi parte, de querer saber qué pasó. Intentar entender, imaginar, por qué actuaron como lo hicieron por qué tomaron esas decisiones.



Siendo vivencias familiares, en algunos casos vividas por ella misma, Barilli reconoce que no ha tenido ninguna distancia con su texto. "A mi bisabuela no la conocí. A mi abuela la recuerdo como una abuelita, no como una mujer que vivió dos guerras mundiales y le pasó de todo. Y mi madre murió siendo muy pequeña, por lo que tengo de ella una percepción sensorial y afectiva pero no real", explica la escritora, que reconoce que según se va avanzando en los años, la novela se pega mucho más a la realidad. "La parte de mi madre la escribí ya absolutamente deshecha. Fue como sacarme el corazón y ponerlo en una bandeja. He escrito de un modo apasionado, sin plantearme cómo. Ha sido una guerra, por un lado, entusiasmante, y por otro absolutamente agotador. He vivido en una obsesión absoluta durante cinco años. No pensaba en otra cosa".



P.- Reconoce que llegó al punto de acabar manteniendo diálogos con estas mujeres.

R.- Sí, entiendo que esto dicho así parece totalmente una locura, pero es cierto. Desde pequeña charlaba sólo con mi madre, y volcaba en esa charla todo lo que me faltó en esa relación madre/hija. Pero después, se fueron colando más personajes que realmente vivían dentro de mí y me contaban cosas. Todos estos muertos estaban allí y me acompañaban. Me apetecía charlar con ellos, entenderlos. Durante todos estos años han estado vivos y ahora ya seguirán viviendo en estas páginas.



El pasado como guía

P.- Pone el peso en usted, la narradora actual, ¿es un deber del presente recuperar el pasado y darle forma?

R.- Me interesa mucho este tipo de literatura de la recuperación, algo que he heredado de mi padre. La capacidad de contar historias que tengan un poder transformador. Al final, es cierto que todo está encerrado en nuestro pasado y muchas veces no le hacemos caso, cuando en el pasado está todo escrito. Esta es una historia que tiene muchos elementos en común con la de miles de familias. Las historias familiares siempre me han fascinado, porque me parece que ahí está todo lo que llevamos dentro. Me interesan muchísimo esos mundos que generalmente son cerrados y muy originales. Creo que convertir estas pequeñas historias personales en algo universal es la esencia de la literatura.



P.- La novela incluye una importante parte documental de sus antepasadas, ¿en qué consiste?

R.- He tenido la fortuna increíble de que estas mujeres han dejado mucho escrito. Diarios, notas, cartas... Mi madre escribió un diario de miles de páginas, desde sus 10 años hasta poco antes de su muerte. Mi abuela escribió también una novela donde contaba parte de su vida. Además, como en la época el medio de expresión era el papel y la gente estaba separada por distancias enormes, hay un epistolario increíble. Están las cartas de amor y desamor entre mi padre y mi madre, que ayudan a entender toda la historia... Todo esto me ha servido para entender mejor a estas mujeres, y añadir algunas piezas de este material escrito como testimonio directo de lo que todos fueron. El resultado es una novela absolutamente polifónica.



P.- En medio de sus recuerdos, subyace la evolución del papel social de la mujer desde el siglo XIX, pero apunta que hay ciertos errores que se repiten a lo largo de la historia , ¿cuáles son y por qué ocurre esto?

R.- Uno de los objetivos de la novela es crear un libro conciliador, en ningún caso establecer una frontera en la que los hombres son los malos y las mujeres las víctimas de cualquier situación. Es verdad que las mujeres han tenido una situación histórica extremadamente difícil, pero mi intención era relatar los porqués de esas situaciones que ahora mismo me resultan absolutamente implanteables. Entender por qué esas mujeres toman esas decisiones, qué relaciones había, que les enseñó la sociedad... ¿Qué pasa cuando la sociedad evoluciona, pero la educación repite patrones aprendidos, por ejemplo, a vivir con hombres que no las aman? Esto sucedió en mi familia. A mediados del siglo XIX, las mujeres eran víctimas de una sociedad donde existía el acoso, pero el tiempo ha pasado y muchas mujeres siguen perpetuando esa situación porque es lo que han vivido, en lo que han sido criadas. Las mujeres debemos romper los patrones heredados. Esto es un exorcismo sanador, una forma de parar esta repetición, este destino trágico perpetuado a lo largo de los siglos, porque no somos personajes griegos. Ha llegado el momento, o estamos cada vez más cerca, de establecer unas relaciones de paridad, de igualdad y honestidad los unos con los otros.