Image: Omar Robert Hamilton: La revolución egipcia todavía está viva en la sociedad

Image: Omar Robert Hamilton: "La revolución egipcia todavía está viva en la sociedad"

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Omar Robert Hamilton: "La revolución egipcia todavía está viva en la sociedad"

29 junio, 2018 02:00

Omar Robert Hamilton. Foto: Sam Waxman

El pasado marzo, el general Abdelfatá al Sisi fue reelegido presidente de Egipto en unas elecciones fraudulentas. Ese es el malogrado legado de una revolución que comenzó en 2011 y de la que el cineasta angloegipcio Omar Robert Hamilton fue testigo y actor. Sus recuerdos de aquellos meses de efervescencia y desilusión componen su impactante debut novelístico, La ciudad siempre gana (Sexto Piso).

Mariam y Khalil son dos jóvenes activistas que se conocen en la Plaza Tahrir entre protestas, lanzamiento de piedras y asistencia a los heridos. Ambos trabajan para un colectivo de medios llamado Caos que disemina información sobre la represión y la revolución por medio de tuits, podcasts y videos de Youtube. A su lado, asistimos al auge y caída de la revolución egipcia, desde su triunfante inicio en 2011, donde la victoria y el cambio parecían posibles, hasta el amargo final con el golpe militar de 2013, que instauró una férrea represión que continúa hasta hoy. Y es que La ciudad siempre gana (Sexto Piso), la incisiva primera incursión narrativa del cineasta Omar Robert Hamilton (Londres, 1984), es una historia de derrota, sueños frustrados y persistencia de la esperanza.

Hijo del crítico literario y poeta Ian Hamilton y de la escritora y activista egipcia Ahdaf Soueif, educado en Oxford y nominado al Premio del Cine Europeo al Mejor Cortometraje, Hamilton se encontraba en Estados Unidos cuando los jóvenes egipcios tomaron la Plaza Tahrir iniciando las protestas. Cuatro días después estaba en las calles de El Cairo, uniéndose a un levantamiento de 18 días que dejaría casi 900 muertos y más de 6.000 heridos. Pero la renuncia del dictador Hosni Mubarak no puso fin a las protestas ni a la carnicería. Ante la escalada de violencia, Hamilton fundó junto a otros compañeros el colectivo Mosireen con el objetivo de documentar la revolución, crear un archivo de reportajes y testimonios para que las luchas, violaciones y abusos policiales no pudieran ser negados y las víctimas no pudieran desaparecer. De esa experiencia nace esta incisiva crónica que explora las desilusiones de quienes creyeron en el cambio, a la vez que demuestra que la verdadera revolución todavía no ha terminado.

Pregunta- ¿Por qué es ahora el momento de contar esta historia?
Respuesta.- La contrarrevolución ha sido larga e implacable. Era esencial tener cierta distancia para comenzar a escribir, pero la proximidad también era importante. Escribir se basaba en parte en el procesamiento, pero también se trataba de permanecer comprometido. Comencé la historia en 2014 y era urgente porque sentía que mis recuerdos ya empezaban a desvanecerse. Durante el proceso, sentí que podía darme el espacio para asimilar y reflexionar.

P.- Usted es cineasta, ¿cuándo le quedo claro que no estaba escribiendo un guión?
R.- En realidad casi desde el principio, porque la novela me aportaba algo fundamental, la maleabilidad. Una novela puede ser profundamente psicológica y ampliamente histórica al mismo tiempo. Puede poner a dialogar elementos como descripciones poéticas, titulares de prensa, tuits, fragmentos de discursos, monólogos... Además permite moverse entre la conciencia de varios personajes. No había otra forma que pudiera contener los impulsos y energías que necesitaba para tratar de capturar esos años.

La novela es el género perfecto para capturar todos los impulsos y energías de una revolución"

P.- ¿Cuánto hay de autobiográfico, de sus experiencias durante la revolución?
R.- Es bastante autobiográfica, pero por supuesto tuve que darle a las cosas una forma dramática que quizás la vida real no tenga. No hay paralelismos directos, pero no hay nada en la novela que no se base en la realidad. A nivel personal estoy en cierto modo dividido entre Khalil y Mariam. Lo que sale a la luz en su relación son las diferencias políticas de los revolucionarios, las tensiones y las divergencias. Y también traté de plasmar ese punto electrizante. Las revoluciones están destinadas a ser emocionantes, tiene que haber una atracción, de lo contrario, la gente no se uniría a ellas. Tiene que ser tan emocionante que los peligros pierdan importancia.

P.- Se ha hablado mucho del papel de las redes sociales y de internet en la revolución, ¿qué significaron realmente las nuevas tecnologías?
R.- Permitieron que las personas se organizaran con una velocidad y eficiencia que nunca antes habían tenido y, por lo tanto, hubo un uso táctico para ellas. Pero, al final, las herramientas digitales solo son útiles en la medida en que influyen en el mundo físico. Uno de los problemas con los que a menudo luchamos es que se llamó una "revolución de Facebook". Si bien las redes sociales juegan un papel esencial, deben ir acompañadas de acciones en el mundo físico. Difundir información no es un fin útil en sí mismo, tienes que hacer algo con esa información.

Vista aérea de las protestas en la Plaza Tahrir durante 2011



Esta visión sintetiza una de las claves de la novela, el drama que paulatinamente se instala en la vida de los activistas al comprender, una vez que las fuerzas del Estado se movilizan plenamente, la imposibilidad de ganar. Khalil tiene una copia manida de La era de la revolución, la historia pesimista de la Revolución francesa de Eric Hobsbawm que va minando su confianza. "Tal vez Hobsbawm tiene razón. Hemos estado haciendo lo mismo durante cientos de años. Marchar, pelear, cantar, morir...", reflexiona. Sin embargo, Hamilton no se muestra tan negativo. "Es un error pensar en la revolución como un fenómeno finalizado. Es parte de un largo proceso histórico en el que estas luchas fueron un evento más. Se dice que nunca ha habido una revolución exitosa, pero a la larga todas cambian el curso de las cosas, y no sabremos cuál será su resultado durante mucho tiempo".

P.- Más allá del mundo árabe, las revueltas de 2011 se propagaron a Occidente. ¿Han cambiado algo? ¿Qué unió a esa generación?
R.- Han cambiado cosas en sentido negativo. La consolidación de la riqueza y el poder entre la élite global es todavía mayor que antes y las tradiciones democráticas han sido socavadas aún más. La Primavera Árabe fue una revuelta contra un proceso que está envolviendo al mundo. Creo que la llamada en Egipto "generación Tahrir" es planetaria. Lo que vimos en 2011, cuando tuvimos la sensación de que la Primavera Árabe se extendía por la región, y luego a las protestas de Atenas, Madrid y Londres, continúa. Lo que une a esta gente es que no sabe cómo construir un futuro, que no se siente involucrada en el sistema político. Es una generación que no ve normal vivir, por primera vez en décadas, en un mundo en retroceso.

En Egipto, la revolución ha alterado el curso de la historia. Fue el punto de partida de la sociedad contemporánea"

P.- ¿Qué queda hoy en día de la revolución, cómo se manifiesta el espíritu de 2011 en el Egipto contemporáneo?
R.- Por un lado, es obvio que la revolución no ganó. Pero, por otro, sido testigos de un evento que ha alterado el curso de la historia, incluso si aún no sabemos cómo. Lo importante es que la conciencia de toda una generación ha cambiado y eso nunca se revertirá. La psique de la sociedad ha sido transformada, para bien o para mal. La revolución se manifiesta en la disidencia, en el humor, en la nueva mitología de la región, en nuestro lenguaje, en las relaciones formadas. En Egipto, la memoria, el espíritu, el sabor de la revolución transcurre a través de la cultura. Egipto es un país posrevolucionario: la revolución fue el evento fundador de la sociedad contemporánea. Está en todo, es realmente una parte integral del tejido de la cultura contemporánea. Además, la revolución todavía está en la sociedad también gracias a la fortaleza de la contrarrevolución. La represión es tan terrible que el recuerdo de la revolución se vuelve crucial. La paranoia del Estado demuestra que sus líderes saben que lo que están haciendo no puede durar, y que claramente no es justo, que ni siquiera es sensato. Es solo un comportamiento de pánico a corto plazo. Algo debe cambiar, la única pregunta es cuánto tiempo tomará y cuán violento será el cambio.

Sin embargo, los cambios en Egipto parecen lejanos. El 28 de marzo, el general Abdelfatá al Sisi, líder del golpe de Estado de 2013 fue reelegido presidente. Eso sí, solo tenía un oponente legal y la participación, a pesar de las duras amenazas y los incentivos de las autoridades, apenas alcanzó el 40%. Sus métodos inspiran el miedo a una larga dictadura y fomentan el descontento de gran parte de la población que ve en la abstención electoral un arma y en una nueva revolución la salida ante el freno a la transición política impuesto por el régimen.

P.- Tras la reelección de Al Sisi, ¿cuál es el futuro que el espera a Egipto?
R.- La situación es seria. La represión del régimen es bastante sistemática y la policía actúa con impunidad, practica la tortura y la gente muere detenida. Al mismo tiempo, hay ataques contra los medios, todos los canales privados han sido comprados de modo que nada, en la televisión, difiere políticamente de la opinión del Estado. Los periódicos vuelven a estar en las filas, los sitios web están bloqueados. Esa es la situación hoy, mucho peor que antes de 2011. En cuanto a la votación, no fue una elección, fue una obra de teatro. Es un insulto llamar elecciones a esta farsa, un insulto a la sangre de los que murieron por el cambio y a la historia de este país. El futuro de Egipto es el mismo que el de todos. O encontraremos un sistema político-económico que nos permita vivir de manera justa y sostenible o tendremos guerras interminables sobre recursos, identidad, fronteras y capital.