Imagen familiar de la librería Quera de Barcelona en 1922

Este viernes se celebra la VII edición del Día de las Librerías, una fecha para reivindicar la importancia de estos espacio y de sus dueños, los libreros, prescriptores culturales desde hace generaciones. Recorremos algunas de las librerías más longevas de nuestro país y charlamos con sus responsables, auténticos guardianes de la palabra.

Desde hace siglos las librerías son lugares de conocimiento, puntos de prescripción, además de lugares de venta, que constituyen un puntal clave de la vitalidad y el dinamismo cultural de un país. En muchos casos, son templos donde el saber se transmite de generación en generación, pasando de padres a hijos a través del tiempo todos los secretos que entraña la profesión de librero, un oficio muy necesario que una vez más reivindica este año, junto al propio papel de los establecimientos, la VII edición del Día de las Librerías, organizado por el Ministerio de Cultura. Bajo el lema Deja que te cuenten, se destaca el papel de las librerías como "un lugar físico de gestión cultural que, además de fomentar la lectura, "genera cercanía y relaciones. Un espacio donde además la figura del librero es un mediador con capacidad de recomendación".



Repartidas por nuestra geografía se encuentran muchas librerías que encarnan estas virtudes desde hace décadas, regentadas siempre por miembros de una misma familia que conservan con el correr de los años la pureza del oficio y el sentido original que dio pie a la fundación de los establecimientos: alentar la cultura y la lectura. Comenzamos nuestra ruta en la que es a día de hoy la librería más antigua de España, Hijos de Santiago Rodríguez, fundada en Burgos en 1850, lo que la convierte también en una de las más longevas de Europa. Su logotipo, Minerva, diosa de la sabiduría, las artes, el pensamiento y símbolo del progreso intelectual, y su lema "La escuela redime y civiliza" son la mejor explicación y resumen de la filosofía de su fundador.



Compromiso que han asumido los que han venido detrás. Le siguió al frente del negocio su hijo Mariano, gran prohombre burgalés al estilo del siglo XIX, y después vinieron sus nietos y los hijos de este, hasta llegar a la actual quinta generación, Mercedes Rodríguez Plaza, tataranieta del fundador, que también trabaja junto a sus hijas. "Santiago y luego su hijo Mariano fueron unos auténticos emprendedores, porque era muy difícil mantener una librería en una época en la que la mitad de la población era analfabeta" asegura Sol Alonso Rodríguez, hija de Mercedes. Para esta librera de larga estirpe, la cultura en general siempre está desprotegida, por lo que seguir subsistiendo resulta, en ocasiones, un milagro. "Tenemos un gobierno que no cuida ni protege ni el libro ni la cultura en general. Y así es todo mucho más complicado". Complicado, pero no imposible para la ya sexta generación de una librería que lleva tres siglos con las puertas abiertas.



Interior de la librería Hijos de Santiago Rodríguez de Burgos

Subimos más al norte hasta Oviedo para recalar en la Librería Cervantes, fundada en 1921 por Alfredo Quirós. Su hija Concha, a la que ya se ha unido el nieto del fundador, también Alfredo, ha seguido manteniendo vivo el sueño de su padre, que también es el suyo. "Crecí en este lugar y aquí se encuentran todos mis recuerdos. De niña volvía del colegio a la librería y me ponía a revolver entre los libros", recuerda la librera, que asegura que no es capaz de imaginarse una vida distinta a la que lleva. Sobre los cambios ocurridos en todos estos años, Concha asegura que "todo era muy diferente. Yo salí adelante como autodidacta, a base de leer, viajar mucho para conocer otras librerías, leer, pero hoy hay que tener una preparación específica". Sin embargo, más allá de estos detalles, considera que la esencia de ser librero se resume básicamente en "amar mucho los libros y en hacer sentir a los clientes que están en su casa, que podemos ayudarles y conseguir que salgan con una sonrisa y una buena lectura".



Con la voluntad de alcanzar cifras de longevidad tan espectaculares, la Librería Gil de Santander celebra este mismo año medio siglo desde que el matrimonio formado por Florentina Soto y Ángel Gil abrieron las puertas de un establecimiento que regentaron hasta su jubilación en 1994. Hoy en día son sus cuatro hijos quienes prolongan el oficio en cuatro centros diferentes, tres librerías y un centro distribuidor en la capital cántabra. "Partiendo de aquella primera y pequeña librería en la que comenzó nuestra madre, de apenas 30 m², queremos mantener el espíritu de aquel principio", aseguran. "Para ella lo más importante era y es leer, leer mucho para poder recomendar. Escuchar y compartir, servir de transmores de conocimiento entre los lectores. Y nosotros, como antes, continuamos leyendo, recomendando, hablando, escuchando, buscando… el libro. Pensamos que con ello damos forma y formamos parte del oficio de libreros".



Con cien años recién cumplidos en 2016 se encuentra la Librería Quera, la tercera más antigua de Barcelona que con este aniversario ha pasado a formar parte de la identidad de la ciudad condal. En manos ahora de Raimon Quera, orgulloso de ser la cuarta generación al frente del timón, la librería que comenzó su andadura especializada en libros teatrales y ahora los está en excursionismo y montañismo, se ha mantenido abierta gracias "a mucho trabajo y constancia y a pocos excesos. Nuestra filosofía siempre ha sido 'menjar poc i pair bé'", que trasladado al refranero español podría ser algo así como 'despacito y buena letra'. En cuanto a los cambios operados en el negocio, Raimon siempre ha procurado estar al día, desde que en 1997 estrenó su primera página web. "Surgieron nuevas y revolucionarias herramientas para orientarse en la montaña y nos adaptamos vendiendo productos complementarios a los mapas y a las guías como GPS". Aún así ni de broma se plantea renovar algo del local, cuyas paredes y estantes testimonian la historia de la librería. "La imagen de la tienda es del todo intocable, es nuestro patrimonio", concluye.



Luis Bardón Mesa y su hija Belén en su librería madrileña

En Madrid también existen varios ejemplos de estos legados de palabras. Uno de los ejemplos clásicos es la librería Bardón, uno de los templos del libro antiguo en la capital, que en la actualidad está en manos de Alicia y Belén Bardón, hijas de Luis Bardón Mesa y nietas de Luis Bardón López, quien fundó la librería que lleva su apellido en 1947. "Crecimos entre libros. Nuestro padre conocía todas las historias que guardaban los libros y las reproducía logrando que te trasladaras, que participaras en el relato". Con nostalgia mira también hacia el pasado Miguel Miranda, hijo del fundador de la librería homónima a ambos que su padre inauguró en 1949. "Cuando yo empecé en esto, en 1972, las librerías eran lugares para reuniones, digamos algo secretas, donde se hablaba de política además de literatura. Esa magia ya no existe", afirma. Para Miguel, el librero es "un vendedor de pensamiento impreso. Leyendo puedes contactar con el pensamiento de un autor de cualquier época, y eso solo lo dan los libros".



A todos estos lugares emblemáticos podemos añadir otros que han ido desapareciendo poco a poco, presas de los vaivenes del tiempo y de la esquiva fortuna, como la mítica librería Almirall, fundada en 1733 en Barcelona, cuyo local ocupa hoy una panadería, y que echó el cierre en 2014. También cerró sus puertas hace poco otra emblemática enseña de la bibliofilia barcelonesa, La Formiga d'Or, segunda más longeva de la ciudad, cuyo establecimeinto tradicional (llegó a tener varios por la ciudad) deja sus sitio a una ampliación de la tienda Mango. En 2010 decía adiós la librería más antigua de Málaga, la librería Cervantes, referente de las letras de la ciudad desde 1939. Las nietas del fundador se vieron obligadas a bajar la persiana debido a la imposibilidad de pagar un alquiler ampliamente inflado por la céntrica situación del inmueble. También es historia la librería más antigua de La Coruña, la librería Molist, que el abuelo de Mercedes fundó en los años 40. "Cuando una librería desaparece algo importante dentro de un pueblo muere, un vaso comunicante con la cultura", se lamentaba la propietaria ante la imposibilidad de evitar el cierre del local.



Estos son simplemente algunos ejemplos de la pérdida de un patrimonio vivo, enclaves de sabiduría que aunque desaparezcan físicamente tardarán mucho en irse de la memoria de aquellos que disfrutaron su magia. Por fortuna, todavía resisten muchos otros, librerías donde tradición, oficio y experiencia se funden para prolongar durante el mayor tiempo posible una manera de entender la cultura y la vida que no debemos permitir que sea olvidada.