Image: Yo contengo multitudes

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Letras

Yo contengo multitudes

Ed Yong

13 octubre, 2017 02:00

Bacterias coliformes en una boca humana

Traducción de Joaquín Chamorro. Debate. Barcelona, 2017. 416 páginas. 23,90€. Ebook: 12,99€

Lector: mientras lee estas líneas, billones de microbios y trillones de virus se multiplican en su cara, sus manos, y en las oscuras profundidades de su intestino. Cada vez que respira, cada vez que se mueve, está emitiendo al aire, al ritmo de unos 37 millones por hora, las bacterias que forman su aura invisible, su personal nube microbiana. Y, con cada gramo de alimento que toma, ingiere alrededor de un millón de microbios más.

Según los últimos cálculos, más o menos la mitad de sus células no son humanas, una proporción suficiente para que se pregunte de qué habla cuando dice "yo". Sus células humanas proceden de un único óvulo fertilizado que contiene el ADN de su madre y de su padre. Los microbios empezaron a mezclarse con ellas incluso antes de su primer aliento, del primer beso de su madre, de su primer sorbo de leche. Esas células no podrían haber formado un cuerpo saludable sin la estrecha colaboración de los billones de microbios inmigrantes que constituyen su otra mitad.

"Soy grande, contengo multitudes", declara Walt Whitman en "Canto a mí mismo". Pero, ¿qué es ese "yo mismo"? Damos por hecho que el sistema inmunitario nos protege detectando y rechazando cualquier presencia en nuestro cuerpo que no sea "yo". Y, sin embargo, el sistema está formado en parte, e incluso gobernado en parte, por microbios. "Nunca estamos solos. Ni siquiera cuando lo estamos", dice Ed Yong en su excelente y vívida introducción a nuestra microbiota -o microbioma-, el reino de nuestros microbios que todo lo abarca. "Cuando comemos, ellos comen con nosotros. Cuando viajamos, nos acompañan. Cuando morimos, nos consumen".

Yo contengo multitudes tiene una espectacular historia que contar. A lo largo del último cuarto de siglo, los microbiólogos han indagado en una nueva visión de la vida fascinante y llena de contradicciones internas. Su trabajo plantea cuestiones extrañas e interesantes acerca de nuestro origen y evolución, sobre la salud y la enfermedad, sobre la simbiosis y el riesgo.

Según los últimos cálculos, más o menos la mitad de sus células no son humanas, una proporción suficiente para que se pregunte de qué habla cuando dice "yo"

Se trata de uno de los avances más interesantes de la biología actual. Va desde la escala personal a la escala planetaria y cambia nuestra visión del cuerpo humano, de los pájaros a las briznas de hierba. Como todas las visiones nuevas, es difícil de admitir, aunque difícilmente podemos prescindir de ella.

En cierto sentido, explica Yong, la ciencia del microbioma tuvo dos arranques en falso. Primero, el comerciante de tejidos y constructor de microscopios holandés Anton van Leeuwenhoek descubrió que los microbios, a los que denominó "animálculos", están en todas partes: en la piel, en la madera, en el pelaje, en los ojos. En 1683, raspó un poco de placa de su propia dentadura y la examinó al microscopio. Vio enormes cantidades de organismos vivos "que se mueven con enorme gracia". Van Leeuwenhoek calculó, acertadamente, que en su boca nadaban más animálculos que habitantes tenía Holanda. Por desgracia, sus sensacionales descubrimientos resultaron difíciles de reproducir porque nadie más pudo ver los microorganismos con tanta claridad como él. Van Leeuwenhoek tenía tal maestría al microscopio que se podría decir que su mirada alcanzó el futuro lejano. Doscientos años después, en la segunda mitad del siglo XIX, la vida de los microbios causó sensación por segunda vez. Louis Pasteur, Robert Koch y Joseph Lister, entre otros, llamaron la atención del mundo sobre la capacidad de provocar enfermedades de estos microorganismos. La "teoría de los gérmenes" se convirtió en la lente principal a través de la cual el mundo los observó. En esa época, como recuerda Yong, los naturalistas intentaban asimilar la teoría de la vida de Darwin. La teoría de los gérmenes concordaba con la lucha por la existencia, con la supervivencia de los mejor adaptados. La naturaleza es cruenta, y el peligro acecha entre nuestros dientes.

Evidentemente, eso es lo que la mayoría de nosotros seguimos pensando de las bacterias hoy. Nuestra visión del mundo es adversa a esos seres. Ahí están. Hay que tirar a matar, construir una muralla. Lo cual es de lo más coherente cuando se trata del ínfimo porcentaje de microbios que provocan las enfermedades, pero pasa por alto la enorme mayoría que nos hacen lo que somos. "Si las ignoramos", advierte Yong, "estamos mirando nuestra vida a través del ojo de una cerradura".

Esta perspectiva se amplió a finales del siglo XX, cuando la vanguardia de la microbiología empezó a explorar el microcosmos aplicando las nuevas tecnologías de la secuenciación del ADN y la genómica.

Sirviéndose de estas herramientas, descubrieron que podían secuenciar cada uno de los genes contenidos en una muestra procedente del cauce de un arroyo, una escama de piel o un frotis de la mejilla. Eso les proporcionó una visión inmediata y superior de infinidad de microbios al mismo tiempo, la mayoría de los cuales eran desconocidos para la ciencia. De repente, los investigadores estaban añadiendo nuevas ramas y ramitas al árbol de la vida prácticamente allá donde mirasen. "Desde el primer momento", cuenta Normal Pace, uno de los pioneros, a Yong, "abrimos de golpe las puertas del mundo microbiano natural. Quiero que ese sea mi epitafio. Fue una sensación maravillosa, y continúa siéndolo".

En 1999, por ejemplo, el microbiólogo David Relman descubrió un sorprendente número de nuevas cepas bacterianas en la placa de los dientes -a pesar de que, por entonces, la boca humana era el lugar mejor estudiado por la biología-, y en 2005 halló casi 400 especies de bacterias en el intestino humano. La mayoría tampoco se había visto nunca.

Nuestra visión del mundo es adversa a las bacterias. Pero si las ignoramos, advierte Yong, "estaremos mirando nuestras vidas por el ojo de una cerradura"
El zoológico que puebla el primer tramo del intestino delgado es diferente de las micropoblaciones que habitan el ano. Diferentes criaturas viven encima y debajo de las encías. Solamente una sexta parte de los bichitos de la palma de la mano derecha pertenecen a las mismas especies que los de la mano izquierda. Los amantes del vino saben que las uvas del viñedo de una ladera pueden ser diferentes de las de la ladera de enfrente. De la misma manera, para los microbios, el terreno de su axila izquierda es diferente del de la derecha, y en cada uno de ellos crecen diferentes especies y variedades.

Las células humanas y las células microbianas son increíblemente interdependientes porque hemos evolucionado juntos. Nosotros les proporcionamos el hábitat y ellas nos proporcionan la mano de obra. En realidad, dice Yong, "son más gestoras que trabajadoras". El genoma humano está formado por unos 25.000 genes, pero los genomas combinados de nuestros compañeros de viaje (algunos microbiólogos los llaman nuestros "viejos amigos") son alrededor de 500 veces más numerosos. Desde una perspectiva bioquímica, son mucho más hábiles y versátiles que nosotros. Nuestros cuerpos, dice Yong, "se forman y transforman por obra de las bacterias que hay en nuestro interior. Esta clase de profunda simbiosis probablemente funciona desde la evolución de los primeros animales pluricelulares. "Quizá", sugiere el autor, "no es tanto que contengamos multitudes como que somos multitudes".

Ed Yong es un escritor científico de talento, redactor de The Atlantic y autor de Not Exactly Rocket Science, un maravilloso blog alojado por National Geographic. Yo contengo multitudes, su primer libro, abarca una extensión inmensa de territorio microscópico con un estilo claro, potente, a menudo ingenioso y telegráfico.

Yong posee una altísima formación en biología y está muy bien informado. Incluye descripciones de numerosos estudios aún inéditos, e incluso unas cuantas ideas originales para nuevos experimentos. Siente un entusiasmo contagioso por los microbios y habla de ellos con elocuencia. La larva de un Hydroides elegans parece "un taco con ojos". Un coanoflagelado se asemeja "a un espermatozoide con falda". Incluso las notas finales del libro están repletas de interesantes digresiones que bullen de atractiva información adicional en un rebosante universo microbiano.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW