John Ashbery

John Ashbery escribió: "Probé cada cosa. Solo algunas resultaron ser inmortales y libres". Inmortal y libre, su poesía nos mejora y agranda. Ashbery fue un poeta único, de esos que parecen no tener nada que ver con sus contemporáneos.

Es probable que ningún poeta contemporáneo haya suscitado tanta controversia como el norteamericano John Ashbery (1927-2017). Aclamado como maestro por muchos y rechazado por charlatán por otros tantos, aunque sospecho que de esto último tienen más culpa sus imitadores, al menos los malos, que él mismo. Ashbery fue un poeta único, de esos que parecen no tener nada que ver con sus contemporáneos, y lo fue gracias, sobre todo, a su capacidad para llevar al poema una multitud de voces que, pasadas del ruido informe de la realidad al coro afinado del poema, oponían a la muchas veces aburrida y monocorde poesía norteamericana contemporánea una muchedumbre de hablas que exigen una participación del lector mayor, y que le dan mucho más una vez que consigue ajustar su oído.



Ashbery escucha el mundo y transcribe lo que oye en la partitura de sus poemas, y a menudo intenta ser un mediador lo más automático posible, como si no quisiera interpretar y quisiera dejar eso al lector. Falso, claro. Su intervención da consistencia al coro y sobre todo transforma toda una serie de hablas, de acentos, de jergas, de tonos, en lenguaje poético, multiplicando por mil las posibilidades del lenguaje poético. La literatura hodierna sólo ha dado, me parece, otra técnica semejante, los diálogos telescópicos de Vargas Llosa. Su singularidad convierte a Ashbery en un poeta muy difícil de asimilar como influencia, del mismo modo que pasa con Borges o el heterónimo pessoano Álvaro de Campos: ¿cómo asimilar sus lecciones sin parecer borgiano, camposiano, ashberiano, es decir, sin caer en el pastiche? De momento, es posible que la herencia de Ashbery haya hecho más daño que otra cosa en los poetas más jóvenes que han intentado seguirle; pero eso no es culpa de unos ni de otros, sino de una lección enorme de un poeta que se adelantó al lenguaje de su tiempo y que ncesitará tiempo para ser asimilado por la tradición. A Ashbery le queda mucho tiempo en la vanguardia.



Quedan muchos poemas suyos, muchos libros; el fundamental, probablemente, Autorretrato en espejo convexo. El poema que da título al libro fue traducido por Javier Marías (no sé si todo el mundo sabe que es un espléndido traductor de poesía anglosajona) y publicado de forma exenta por Visor. El libro entero lo tradujo Julián Jiménez Heffernan para la difunta DVD ediciones. Muchos más libros de Ashbery han sido puestos en castellano; probablemente sea el poeta contemporáneo extranjero más traducido a nuestro idioma. También está en español Otras tradiciones, una colección de ensayos que nos animan a buscar la singularidad de Ashbery en su capacidad para leer a poetas a menudo orillados con una luz nueva, rescatándolos para su propia visión. En esto también se distingue a los grandes poetas, en su capacidad para ir más allá de lo obvio. También es justo decir que Ashbery fue inmenso hasta el final; no se repitió nunca, cada libro suyo adquiere un matiz nuevo, siempre exigiendo al lector, que al principio a veces piensa que por fin se encuentra, ahora sí, ante una tomadura de pelo, hasta que descubre la puerta de entrada al cerebro nuevo que late siempre en cada libro suyo.



A veces da uno en pensar cuáles serán los equivalentes, en poesía, de los nuevos géneros artísticos; es imposible que la aparición de géneros como la performance o el videoarte, que han dado nuevas posibilidades expresivas a los artistas, no haya tenido algún impacto en el lenguaje poético. Creo que la poesía de Ashbery, tan interesado en el arte contemporáneo, bebe mucho de todo eso, y, sin duda, y sobre todo, en una inteligencia poética superior. Hay quien rechaza todo aquello que sabe a nuevo, como los niños. Por eso muchos han tardado en aceptar la enormidad de Ashbery, tan nuevo y tan higiénico que leerle es como tomar un caramelo de eucalipto mental: refresca y limpia.



John Ashbery escribió: "Probé cada cosa. Solo algunas resultaron ser inmortales y libres". Inmortal y libre, su poesía nos mejora y agranda. En la hora de su muerte sólo piensa uno en darle las gracias y en la felicidad de que se empeñara en ser libre como esas pocas cosas cuya eternidad consuetudinaria sólo se revela en el poema.