Javier Espinosa y Mónica G. Prieto. Foto: Olmo Calvo.

El rencor del mundo árabe hacia occidente viene de largo. En el siglo XX hay hitos que lo avivaron. Como el tratado de Sykes-Picot, que maquinaron en secreto el Reino Unido y Francia para repartirse Oriente Próximo sin contar con la opinión de sus legítimos moradores. O el derrocamiento de Mossadeq en Irán, un líder empeñado en nacionalizar el petróleo en contra de los intereses de las grandes compañías extranjeras. La CIA y el MI6 se encargaron de quitarle de en medio. Pero es la invasión de Irak en 2002 la que ha disparado exponencialmente la rabia. Y la que ha dado origen a ese engendro sanguinario autodenominado Estado Islámico. Mónica G. Prieto y Javier Espinosa documentan minuciosamente cómo se fue envenenando el país en La semilla del odio. De la invasión de Irak al surgimiento del ISIS (Debate), voluminoso reportaje/ensayo de más 500 páginas que da cuenta de su labor en el antiguo feudo de Sadam Hussein. Un trabajo que llega a nuestras librerías justo un año después de la publicación por ambos de Siria, el país de las almas rotas.



"La invasión ilegal de Irak es la gota que colma un vaso que se había ido llenando durante décadas. La potencia ocupante además desatendió todas las necesidades básicas de la población ocupada. Ni garantizó los suministros ni la seguridad. Uno podía desaparecer de la noche a la mañana en una atmósfera de absoluta impunidad", denuncia Prieto en la sede de la editorial Debate en Madrid. "Además, antes de esta invasión no había nada parecido al ISIS. Estaba Al Qaeda que era un fenómeno de alcance mucho más limitado, anclado en Asia central y con muy poca capacidad operativa fuera de sus fronteras. El ISIS, surgido en Faluya en 2004, ha conseguido derribarlas todas, las físicas y las mentales. Y su semilla es la invasión urdida por tres dirigentes occidentales". Ya saben: Bush, Blair y Aznar, que se confabularon en su encuentro de las Azores.



Los tres esgrimieron como coartada del ataque la participación de Irak en los atentados del 11 septiembre y los arsenales de armas de destrucción masiva que presuntamente escondía Sadam. A día de hoy, siguen sin haberse probado ni lo uno ni lo otro. "Fue todo un gran mentira. Y, cuando comprobaron que era insostenible, empezaron a decir que el verdadero fin era derrocar una tiranía e implantar la democracia", apunta Espinosa. En La semilla del odio recuerdan un dato que revela que la decisión de intervenir no tenía marcha atrás. Y que tampoco respondía a la lógica que pretendían airear. No en vano, Sadam, cuando vio que era inminente, aparcó las bravuconadas y empezó a transigir con los dictados de instituciones como la Organización Internacional para la Energía Atómica (OEIA), hasta el punto de firmar de su puño y letra un decreto que prohibía la importación de cualquier sustancia que permitiera fabricar armas químicas o nucleares. Prieto también rememora cómo vio con sus propios ojos un criadero de champiñones en una vieja planta nuclear que los Estados Unidos citaba en sus informes como evidencia de las intenciones destructivas de Sadam. "Fue una situación surrealista", recuerda la reportera, que fue enviada por El Mundo en las semanas previas al bombardeo americano.



Como Siria, el país de las almas rotas, el libro es una sinfonía de testimonios muy esclarecedora y fundamentada. Demuestra que la mayoría de los iraquíes estaban hartos de Sadam, que los había desangrado en guerras absurdas como la librada contra Irán y la que originó su invasión de Kuwait. Los chiíes, sobre todo, se alegraron de su caída, ya que, aun siendo mayoría en el país, vivían bajo el dominio suní, grupo al que pertenecía Sadam. Pero la simpatía hacia las tropas occidentales mutó cuando comprobaron que no tenían intención de marcharse en breve plazo. "Los americanos pensaban que iban a llegar con su Coca-Cola y sus hamburguesas y nos iban a deslumbrar y no se dan cuenta de que esto es el principio de otra gran revolución islámica", le contaba a Prieto Abu al Hasam, un chaval de 29 años, poco después de la 'conquista'.



Los suníes, por su parte, fueron "criminalizados". Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de Coalición, desató una caza de brujas contra los miembros del Partido Baaz. Hay que tener en cuenta que este contaba con millones de afiliados, la mayoría suníes. Muchos se sumaban sin convicción, por meros intereses prácticos: encontrar un trabajo, por ejemplo, era complicado fuera de la red clientelar del partido. Así que está comunidad fue puesta en el punto de mira. "La desbaazificación no solo nos deja sin empleo: nos está matando", denunciaba un periodista suní en una entrevista con Prieto. La implacable persecución cebó las filas de la insurgencia, cada vez más virulenta contra las tropas ocupantes. La población suní sigue hoy sumida en una situación desesperada. Sus miembros son ciudadanos de segunda clase en un país controlado por los chiíes locales, 'manejados' a su vez por Irán. Yaroub, "guía y protector" de Prieto y Espinosa durante sus coberturas en el mundo árabe, detalla la actual hegemonía iraní sobre su viejo enemigo: "El ejército y la policía iraquí luce hoy simbología sectaria chií. Y también puede encontrarse en los edificios oficiales de los ministerios", explica este exiliado suní, radicado en la actualidad en Noruega, desde donde ha venido a España para acompañar a sus viejos cómplices de andanzas periodísticas.



"Tras la invasión -tercia Espinosa- la influencia política en Irak la ha conseguido Irán y la económica, China, que se ha quedado con los contratos petrolíferos. Para Estados Unidos ha sido un completo desastre. Supuso para su economía un tremendo agujero porque fue una orgía de corrupción de la que se lucraron las empresas afines a Bush". Aunque advierte que la existencia del Daesh hoy es una excusa perfecta para Trump: "Decir que se enfrenta al mal absoluto le faculta para desarrollar su política internacional salvaje".



Lo más probable es que en pocos meses el Estado Islámico pierda sus fortines de Mosul y Raqa. Dice Yaroub que a sus combatientes les importan poco los núcleos urbanos porque están acostumbrados a agazaparse en el desierto. Y Espinosa advierte que su odio se mantendrá candente mientras los musulmanes sigan viviendo "injusticias". "No vale predicar la democracia y los derechos fundamentales y luego hacer excepciones con Israel, Arabia... Hay que dar ejemplo de verdad. En Egipto ganaron democráticamente los Hermanos Musulmanes y nosotros alentamos un golpe contra ellos. En Palestina ganó Hamas en unas elecciones limpias y decretamos un embargo. Así, nuestro presunto ideal democrático no es arma válida contra el ISIS. Los árabes no se lo creen".



@albertoojeda77