Julián Casanova

En este 2017 se cumplen cien años desde que la Revolución bolchevique irrumpió violentamente en la historia de Occidente y, por extensión, de la humanidad. Cien años desde que Lenin, hasta entonces exiliado en Suiza, atravesó Europa en un tren sellado con el patrocinio de Alemania, que quería a Rusia fuera de la guerra, con la intención de ponerse al frente de una revuelta a gran escala para derrocar al zar. El Cultural aborda en este número aquella explosión revolucionaria, tan luminosa en origen como terrible en su aplicación, y entrevistamos al historiador Julián Casanova, que en abril publica La venganza de los siervos (Crítica).

Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) ha escrito su libro sobre la Revolución soviética en Budapest, donde desde hace seis años pasa la mitad del curso dando clase. El ensayo, que se publicará en marzo (La venganza de los siervos, Crítica), caerá en pleno centenario de aquellos días de 1917 que, como escribió John Reed, "estremecieron al mundo".



No es habitual que un español investigue Europa del Este. Pero, según Casanova, todos los grandes acontecimientos del siglo XX pasan de una forma u otra por esa parte del continente: "En el este es donde hace más daño Versalles, además de en Alemania. Es allí donde se decide la Segunda Guerra Mundial. Las grandes insurrecciones, como la del 56 en Hungría, pasan todas por el este, como las revoluciones de los 80. Y hoy mismo el reto fundamental que tiene Europa, además del de los refugiados, es la guerra continua entre Ucrania y Rusia".



Pregunta.- ¿Tiene alguna explicación esa falta de interés de los historiadores españoles por el este de Europa?

Respuesta.- Es una pregunta que conviene hacerse. La historiografía española ha avanzado mucho, pero está muy centrada en España. No solo faltan estudios sobre el este; tampoco tenemos un Preston que estudie Alemania o Italia. Esto nos limita porque cuando vamos al extranjero hablamos solo de lo nuestro. Por eso me interesó Rusia en cuanto me vi fuera de aquí. Mi libro iba a ser un estudio comparado entre dictaduras; quería ver hasta qué punto la dictadura de Franco se parecía a las dictaduras del este, como las de Horthy en Hungría o Pildsudski en Polonia. Pero finalmente decidí centrarme en la Revolución rusa.



P.- ¿No es extensible al resto de Europa occidental ese desconocimiento de lo que ocurre al este de Alemania? La Revolución rusa se ve a menudo como un fenómeno no del todo europeo.

R.- Sí, y es justo al revés: un fenómeno sin el que no se entiende Europa. En realidad lo que ocurrió entonces fue un proceso revolucionario a nivel continental: sucesivas revoluciones salpicadas de guerras civiles.



P.- ¿Qué cambios de enfoque historiográficos

Unir la tragedia rusa a su falta de tradición democrática tiene un problema: así no se explica por qué triunfó la revolución"

ha habido desde la caída del comunismo?

R.- Muchos. Antes nadie, salvo los historiadores más liberales y antisoviéticos, se planteaba el después del ascenso bolchevique. Nadie se preguntaba cómo derivó la revolución en dictadura. Ahora ya hay muchos estudios que sitúan el régimen bolchevique junto a los estados violentos surgidos de la Primera Guerra Mundial.



P.- Richard Pipes sostiene que la Revolución rusa fue promovida por una élite cuyo único objetivo era alcanzar el poder. ¿Está de acuerdo?

R.- El libro de Pipes, aunque es viejo, es interesante porque establece la clásica tesis liberal, muy antisoviética. Dice que la revolución bolchevique fue un clásico golpe de estado, y no una revolución. Y por supuesto, utiliza a Lenin para trazar una continuidad entre la autocracia zarista y la dictadura bolchevique. Orlando Figes, que ahonda más, también comparte algo de esa tesis de la continuidad. Figes cree, en efecto, que Lenin era como el antiguo zar; lo que pasa es que venía del pueblo, vestía como la gente de a pie y así, digamos, desde abajo, pudo imponer una dictadura sin mayores resistencias. Esta tesis ha sido también cuestionada en los últimos años.



Una dictadura de masas

P.- Sebag Montefiore sugería en Los Romanov que esa continuidad entre los zares y los bolcheviques llega hasta Putin. ¿La tradición caudillista rusa fue clave para el triunfo de la Revolución bolchevique?

R.- No me fío de esas visiones teleológicas. Si uno entra a fondo en un tema ve que esos esencialismos tienen matices. Figes también unió la falta de una tradición democrática con la tragedia del pueblo ruso, que habría sido incapaz de crear una alternativa democrática al autoritarismo, primero al del zar y después a uno muchísimo más brutal que engendró a Stalin. El problema es que esta teoría no explica por qué ocurrió la revolución, por qué despertó tantas expectativas, por qué hubo tantos soldados involucrados y por qué, en fin, terminó siendo una dictadura de masas con muchas similitudes -aunque también diferencias- con las dictaduras fascistas europeas de los años veinte y treinta.



P.- ¿Hubo un levantamiento popular entonces que buscaba más democracia?

R.- El de los soviets fue un movimiento popular importantísimo, sí. Desertaron casi un millón de personas entre febrero y octubre. Y entre ocho y nueve millones de mujeres participaron en las protestas de aquellos meses porque sus maridos estaban en el frente y ellas no recibían el estipendio que les habían prometido...



P.- ¿Y cuánto hubo de ajuste de cuentas con la clase dominante?

R.- Yo creo que los factores externos superan en importancia a los internos. Lo definitivo es la Primera Guerra Mundial. Cuando estalla la revolución hay soldados armados por todas partes.
Con un ejército del zar organizado, se habría acabado pronto en una guerra civil, y no en lo que fue: una conquista del poder"


Rusia era un imperio multiétnico muy grande en disputa con los imperios centrales. Lo que acaba con la autocracia zarista no es solo la movilización interior, el hambre o la incapacidad absoluta del zar: es la guerra y la disolución del imperio. Desde ese punto de vista las revoluciones de 1917 ya no son políticas o ideológicas o de clase, sino que incluyen también elementos nacionales o, si se quiere, nacionalistas.



P.- ¿Nunca el ejército del zar tuvo posibilidades de ganar?

R.- La contrarrevolución se demostró incapaz. No hubo un proyecto disponible contrarrevolucionario como no fuera el golpe fallido de Kornílov. Si hubiera habido un ejército del zar preparado y no desorganizado y en desbandada, dispuesto a defender el orden de los propietarios y los terratenientes, la conquista bolchevique habría acabado pronto en guerra civil, en vez de lo que fue: una conquista del poder.



P.- ¿Cómo se adaptó el modelo soviético para implantarse después en países tan dispares como Polonia, Checoslovaquia o Hungría?

R.- Es interesantísimo un aspecto, si me permite: por qué la revolución no triunfa a finales de los años diez salvo el paréntesis de Bela Kun en Hungría. No triunfa en Alemania, ni en Italia, y lo que viene después, en vez de revoluciones, son fascismos. El último intento de propagarse fue octubre de 1934, pero por lo general los intentos revolucionarios fracasan y los sistemas de coerción de los estados se mantienen intactos y con capacidad para reprimirlos.



P.- En Alemania, en 1918, ¿tampoco tuvo opciones?

R.- Hay una gran diferencia con Rusia. En Alemania, tras la caída del imperio, el gobierno provisional busca un armisticio y para la guerra.

La gran protesta rusa empezó con las mujeres que se quejaban porque tenían que esperar horas para conseguir pan"

Eso no ocurre en Rusia, en donde los grandes problemas siguen tras la muerte del zar. Y tampoco hay mecanismos de coerción tan potentes como los Freikorps o los Arditi italianos, ni una burguesía capaz de financiar la contrarrevolución. Y otro punto, importantísimo, es que el campesinado, salvo en algunas partes del norte italiano y del sur español, en el resto de Europa ya no era revolucionario porque había accedido a la tierra. Es más, ese campesinado formado por pequeños y medianos propietarios acabaría siendo la base social de todas las reacciones contrarrevolucionarias y de los fascismos, desde Franco a Hitler.



P.- ¿Fue importante la apertura de archivos posterior a la Perestroika para investigar la revolución rusa?

R.- Fue mucho más importante para investigar el estalinismo porque a los archivos sobre el periodo de la revolución, salvo en algunos detalles menores, ya se podía acceder.



Comunismo gulash

P.- ¿Cómo sobrevive el sistema dictatorial soviético a la muerte de Stalin?

R.- Cambiando. Aunque muchos de esos cambios vinieron de fuera. La Revolución de 1956 de Hungría fue importante, y dividió su historia entre el comunismo muy duro de los primeros años y el comunismo gulash a partir del 56, más llevadero. Esa división se puede trasladar de alguna manera a todo el bloque. Ahora esos países están haciendo un uso político de ese periodo. Posiblemente en Rusia el centenario de la Revolución se conmemore con poco entusiasmo, comparado, no sé, con el bicentenario de la Revolución francesa. En Hungría se conmemora el 56 con una fiesta nacional, pero ahora Orban lo ve solo como la revolución del pueblo húngaro frente al invasor exterior. Es decir, se está recomponiendo el relato...



P.- No se suele reparar en el papel de las mujeres en la Revolución rusa, pero usted les otorga uno central.

R.- Porque lo fue. La gran protesta en Rusia comienza en febrero, con las mujeres que se quejan en la fila del pan. Cuando la revolución de febrero estalla las mujeres llevaban ya más de un mes en Petrogrado, en medio del frío, haciendo colas de cinco horas diarias, a veces de toda la noche, para conseguir pan. También fueron importantísimas las protestas de las mujeres de los soldados. Y un movimiento dentro de los partidos, no solo del bolchevique, de mujeres que intentaban no sólo ser parte de la organización sino montar organizaciones específicas femeninas. Aunque no lo consiguieron.



P.- Da la impresión de que, desde un punto de vista cultural, Rusia sigue siendo la Rusia previa al bolchevismo. ¿Hasta dónde llega la huella cultural de la URSS?

R.- El problema es que Stalin se ocupó de congelar y domesticar la cultura. El gran tema cultural, de todas formas, tiene que ver con esa tensión entre los que se creyeron la construcción de un mundo diferente y los que se situaron en el lado de la disidencia, aunque fuera tarde.



P.- ¿Y fuera de Rusia cómo fue esa adhesión?

R.- Enorme. Hubo una fascinación generalizada, aunque no se supiera lo que pasaba. Cuando llegó el nazismo, además, ser antisoviético entre los intelectuales era un signo de que no entendías el mundo. Hasta el 56, con lo de Hungría, ese afecto por la URSS en el mundo intelectual, occidental de izquierdas, se mantuvo. Otra historia ya fueron los sesenta, tras la muerte de Stalin.



@albertogordom