La apertura de una licenciatura en Artes de la Escritura en una universidad argentina es el último paso que denota el creciente auge experimentado en los últimos años por los talleres y cursos de escritura creativa. Y surge de nuevo la inevitable pregunta: ¿realmente es posible enseñar a escribir? Los escritores Eloy Tizón, Ana Merino, Martín López-Vega y Samanta Schweblin opinan.

Este mismo mes de agosto da inicio en la Universidad Nacional de las Artes de Argentina un experimento que supone el paso definitivo para la consolidación de la escritura creativa como disciplina reglada en el ámbito hispanoamericano: su entrada en el mundo universitario. Desde hace varios años, el fenómeno de los talleres y cursos de escritura, impartidos en muchos casos por escritores de prestigio, se ha extendido como la pólvora generando paulatinamente másteres y posgrados orientados a complementar una formación universitaria más general. Pero esta Licenciatura en Artes de la Escritura es la primera carrera de grado pública específicamente creada para convertirse en escritor profesional.



La demanda de una iniciativa de esta índole queda de manifiesto si nos atenemos a los números: más de 1700 personas se inscribieron en la carrera que dirige el escritor Roque Larraquy, conocido en España por su novela La comemadre. Lógicamente no todos los interesados podrán ser alumnos. La criba de la ingente cantidad de candidatos comienza con un Curso de iniciación, nivelación y orientación que funciona como filtro y en el que un grupo de escritores, editores y críticos jóvenes evalúan las habilidades de los aspirantes. Requisitos imprescindibles que los futuros alumnos deben poseer son: conjugar verbos correctamente, no separar sujeto de predicado con coma ni abusar de los gerundios. Y es que es clave evitar las faltas de ortografía antes de embarcarse en temas como el análisis de la ideología del texto o de los pliegues de la argumentación, que se abordarán en el transcurso de una carrera que dura nada menos que cinco años.



Pero al igual que ocurre con los talleres y cursos, el realizar esta carrera no garantiza que alguien se vaya a convertir en escritor, como ocurre con la gente que recibe clases de piano o de pintura. Sin embargo sí puede ayudar a explotar el talento que cada uno tenga, como en el caso de la escritora Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), hoy una reconocida narradora, que comenzó dando sus primeros pasos en talleres de escritura. "Mis primeras experiencias de taller fueron a mis diecisiete, dieciocho años, y fueron absolutamente reveladoras". Por ello es de las que opina, avalada por su experiencia personal, que la literatura es una materia que se puede aprender y enseñar: "Por supuesto que hay mucho de oficio en la literatura, hay que desacralizar esa idea de escritor-genio, de saber intransferible. Creo que cualquier disciplina puede enseñarse, y también que en cualquier disciplina hay algo único, original, una mirada personal que es lo que no puede enseñarse, pero puede descubrirse mediante el aprendizaje del oficio".



Es por eso que celebra el que la enseñanza de la escritura creativa se haya disociado de las carreras más académicas, una vieja reivindicación general que acusaba un déficit en las carreras de letras, más orientadas hacia la crítica, la docencia o la investigación que hacia la creatividad. "Respeto mucho esas carreras, y creo que para algunos autores podría ser un recorrido interesante, pero no tienen nada que ver con la escritura creativa. Proponerse aprender a escribir en esos entornos sería como anotarse a la carrera agropecuaria de piscicultura para aprender a nadar. Todo sucede en el mismo territorio, pero los mundos son abismalmente diferentes".



Otro escritor que conoce desde dentro el mundo de la enseñanza de escritura creativa es Eloy Tizón (Madrid, 1964), que imparte clases de narrativa en los centros educativos Hotel Kafka y en Relee. En su opinión, está bien claro que los talleres ocupan un espacio que la universidad española está dejando vacío. "Es evidente que los talleres cubren una inquietud que la enseñanza institucional no acaba de satisfacer del todo. Los talleres existen porque hay personas interesadas que los necesitan y reclaman, y no al revés. Somos una creación de los lectores. Nosotros podemos encauzar el deseo, pero ese deseo tiene que estar, al menos latente, ya en el alumno".



Aunque paulatinamente se va avanzando hacia la institucionalización de la enseñanza de la escritura, ésta todavía sufre un prejuicio del que escapan otras artes. "Siempre se ha pensado que la creación literaria no se podía enseñar, como si todo dependiera del genio. Lo cual es un sinsentido si pensamos por ejemplo en las carreras de bellas artes", afirma el poeta y traductor Martín López-Vega (Poo de Llanes, Asturias, 1975), actualmente profesor de portugués en la Universidad de Iowa (Estados Unidos). Precisamente Estados Unidos es paradigma mundial de este tipo de formación, donde ya es algo completamente naturalizado y asumido a nivel social, e incluso está perfectamente integrado en el mercado editorial. "En Estados Unidos los programas de escritura creativa son el vivero del mercado, hay estudiantes que salen del programa con un contrato millonario firmado. No sé si eso podría llegar a darse en España, porque no hay esa tradición. De estos programas salen más best sellers que obras maestras, y centenares de poemas ramplones que parecen cortados por el mismo patrón".



Ante esta defensa de que el planteamiento estadounidense es puramente mercantil, la poeta y profesora Ana Merino (Madrid, 1971), directora del MFA de escritura creativa en español en la Universidad de Iowa, señala que en este asunto nuestra visión suele estar polarizada: "La creatividad no se opone a la vocación profesional. El mundo anglosajón entendió claramente que se puede ayudar a la creatividad literaria de forma reglada en las universidades". Algo que en nuestro se ha cultivado de forma más restringida. "En España ha habido siempre escuelas de bellas artes o conservatorios para formar técnicamente a la gente con vocación creativa en materia de pintura, escultura o música. Las tertulias literarias, tan características en España desde el siglo XVI hicieron las veces de talleres improvisados".



En este aspecto coincide Tizón, que asegura que la literatura es un aprendizaje y que además dura toda la vida. "Si algo se puede aprender, no hay razón para que no se pueda enseñar. Tal vez nunca haya habido escritores autodidactas. Todos hemos asistido a talleres de escritura, de una manera u otra, dentro o fuera de casa, y nuestros profesores se han llamado y se siguen llamando Anna Karenina, Madame Bovary, o Pedro Páramo". En ese sentido señala que la institucionalización de la enseñanza de la escritura es mayor en Estado Unidos por una "simple cuestión de tiempo y confianza. Aquí al principio, los talleres eran una rareza recibida con recelo, como todo lo nuevo. Después de varias décadas de práctica, la situación ya se ha normalizado. Dentro de poco (o ya mismo), apenas habrá escritores que no hayan asistido a algún taller".



A tenor de las opiniones de los expertos, el futuro de la escritura creativa como disciplina parece imparable, aunque a la hora de alabar la iniciativa de que se transforme en una carrera las opiniones divergen. López-Vega asegura que el saber nunca está de más "Si está bien diseñada, una carrera así debería dar sobre todo un conocimiento amplio de la tradición, herramientas críticas, un conocimiento cabal de lo que ahora se hace... Y sobre todo enseñaría que nunca se sabe bastante, ni se ha leído bastante, ni se ha roto bastante de lo que uno escribe". Merino opina que el formato máster de dos años que ella dirige en Iowa es suficiente y aporta elementos que no se pueden dar en un grado universitario. "Para nosotros el tallerismo comunitario es clave, y creemos en un tipo de escritor comprometido capaz de disfrutar con muchos registros. Hay otros programas con otros tiempos y otros objetivos".



Por su parte, Tizón cree que tanto tiempo podría ser incluso perjudicial para el alumno"Cinco años son muchos. Soy partidario de los cursos más breves, por encima de aquellos otros en que el alumno corre el peligro de amoldarse a una rutina en que termina aprendiendo a escribir para complacer al profesor, cuando no se trata de eso, sino de descubrir su propio camino y seguir su propia voz". En cualquier caso, y a pesar de la tendencia, nada hace presagiar inminentes cambios en las universidades españolas y es seguro que todavía tendremos que esperar para ver algo así en nuestro país.