Eduardo Halfon. Foto: Adriana Bianchedi

El escritor guatemalteco publica Signor Hoffman (Libros del Asteroide), un volumen de relatos en donde regresa a algunos de sus temas: el judaísmo, la identidad, las fronteras...

Eduardo Halfon nació en Guatemala en 1971 y diez años después, el día de su cumpleaños, su familia hizo las maletas y se fueron todos a Estados Unidos. Vivió en Norteamérica hasta los veintidós años y el inglés, recuerda ahora, reemplazó poco a poco al español hasta convertirse en su primera lengua. Todavía hoy escribe en su idioma materno, pero las palabras llegan a su cabeza en inglés. "No sé cómo explicarlo, ni cómo funciona, pero me funciona. Escribo desde dos lenguas, aunque siempre añorando desesperadamente las palabras de mi infancia". Toda la obra de Halfon surge de su autobiografía. Es ficción, dice, solo que parte de él, de sus raíces, de lo que es y de donde viene: un niño judío criado en un país católico cuyos antepasados proceden de Beirut, Alepo, Alejandría y Lodz, en el caso de sus abuelos; y de Ucrania, Egipto, Palestina y España, en el de sus bisabuelos. "No conozco otro sentimiento que el desarraigo. Así crecí, y así fui educado, y así de nómada ha sido siempre mi familia. No sé cómo se siente una persona o un personaje ligado a un pedazo de tierra. Podría decir que mi único pedazo de tierra es la literatura, pero eso tampoco es cierto".



En los cuentos que publica ahora (Signor Hoffman, Libros del Asteroide) reaparecen temas que resultarán familiares a sus lectores, temas ya presentes en libros como Monasterio o El boxeador polaco; las mismas búsquedas pero puestas al servicio de historias distintas: "Yo estoy escribiendo sólo una historia, mi historia, y la escribo infinitamente en cada libro", dice el autor guatemalteco, que interrumpe una mudanza en Brooklyn para atender a El Cultural.



Pregunta.- Varios relatos transcurren en territorios fronterizos; entre Belice y Guatemala, o entre EE UU y Guatemala. ¿Por qué?

Respuesta.- Siempre me han interesado los puntos fronterizos, las líneas que intentan dividir o separar una cosa de otra, una gente de otra, y que ineludiblemente fracasan.



P.- ¿Se considera un escritor ligado al viaje?

R.- Aunque viajo mucho, viajo mal. Me mareo en aviones, duermo mal en hoteles, cuento los días para volver al trabajo y a la comodidad de mi rutina. Pero me he dado cuenta de que siempre viajo buscando encontrar una ciudad donde quedarme, echar raíces, colgar una hamaca. Mientras tanto, voy por el mundo dejando páginas escritas detrás de mí en el camino como si fueran migas de pan, acaso para no perderme.



P.- ¿Y surge cada historia al tiempo que conoce el sitio en donde transcurrirá?

R.- No existe una historia sin su telón de fondo. Desde el inicio, la idea de una historia siempre se me presenta ya delante de ese telón, de esa ciudad o ese país donde transcurrirá. Incluso a veces veo el telón sin saber qué historia transcurrirá delante de él. Como si yo también fuese un espectador sentado en una butaca, esperando a que se apaguen las luces y comience el teatro.



P.- ¿Cómo es su visión de Guatemala desde fuera? ¿Le ayuda estar fuera a escribir sobre su país?

R.- Es que siempre he estado fuera de mi país. O siempre lo he visto desde afuera, con mirada de extranjero, incluso de niño, cuando vivía ahí. Eso es lo que le pasa a un niño judío en un país profundamente católico. Todas las costumbres, los feriados, las comidas, los rituales y las fiestas de mis amigos giraban en torno a una religión que no era la mía. Podía ver el país, ver el partido, pero no jugar.



P.- "Han vuelto las aves" trata sobre la explotación, y hay otras historias en las que hay una clara conciencia de ciertas injusticias. ¿Concibe su obra como un vehículo propicio para denunciar lo que no funciona en el mundo?

R.- La literatura no es vehículo de nada más que de sí misma. En ella se pueden reflejar muchas cosas, como la belleza, o la nostalgia, o la bondad, o la injusticia, o la opresión. Pero éstas sólo se reflejan en la literatura al igual que los lunares de un rostro se reflejan en un espejo.



P.- En los cuentos de Signor Hoffman vuelve a mencionar la boda de su hermana, aparece el Saab color zafiro, el gabán rosa, el boxeador polaco... da la sensación de que no le interesa cerrar las historias, como en sus libros anteriores.

R.- Pienso mi literatura como un solo libro, el cual voy escribiendo por partes, y publicando por entregas. Evidencia de ello es que las traducciones de mi obra han ido saliendo así. La versión norteamericana de El boxeador polaco incluye La pirueta, por ejemplo, al igual que la alemana. La versión japonesa de El boxeador polaco incluirá La pirueta y Monasterio. Y ahora mismo estamos armando la edición croata, que quizás incluya también Signor Hoffman. Es decir, cuatro libros breves -por ahora- que en realidad son un solo libro.



P.- Y no hay finales sorpresivos, ni giros; más bien lo importante, el meollo está en el centro, como pedía Chéjov: que el relato, al terminarlo, funcione igual si le quitas los primeros párrafos y los últimos.

R.- Algunos lectores tienden a reprocharme que mis historias no terminan. Ellos se quedan esperando la boda en Israel, o al pianista en Serbia, o el hallazgo monumental en Polonia. Y yo siempre les respondo lo mismo. Mis historias nunca terminan al final; su final está en otra parte. Mis historias no terminan sin la complicidad del lector.



P.- Hay quien dice que los temas de un escritor son fruto de un trabajo consciente, pero en su caso no lo parece; parece más bien que hay ciertas obsesiones a las que no puede escapar como autor.

R.- Pero creo que eso es así con cualquier escritor. De hecho, es así con cualquier persona. Todos tenemos nuestras obsesiones. Todos acarreamos nuestras obsesiones por la vida en una bonita caja de madera y concha nácar. Pero un escritor decide abrir su cajita y hacer públicas sus obsesiones, una y otra vez. En mi obra hay poco deliberado. Mis temas han ido surgiendo ante mí, imponiéndose cada vez que me siento a escribir. Y tampoco son una conquista. No los supero. Ni los domino. Ni los llego a entender del todo. Ni me han ayudado en nada. Escribir no es una terapia.



P.- Sé que es un tema ampliamente tratado en sus libros, pero ¿en qué medida se siente identificado con el judaísmo?

R.- El único judaísmo que me interesa es el literario. O sea, el judaísmo como narrativa, como historia. O te lo digo de otro modo. El judaísmo sólo me empezó a interesar cuando empecé a escribir.



P.- En España hemos visto hace poco cómo una organización de Boicot a Israel intentaba vetar la participación de un cantante judío, Matisyahu, en un festival de música al que había sido invitado. Ha habido quienes han dicho que esto demuestra que el antisemitismo nunca ha abandonado Europa, y que el asunto con Palestina solo hace resurgir viejos odios que nunca estuvieron enterrados. ¿Usted qué opina?

R.- Aún hay mucho antisemitismo en España, muchos vestigios de una historia nacional antisemita. Hace apenas un año, por ejemplo, y después de mucha presión internacional, el pueblo Castrillo Matajudíos aceptó cambiar su nombre. Personalmente, muchos españoles me dicen con orgullo que sus familias tienen raíces judías, y luego, medio en broma, o a veces no, me dicen alguna estupidez antisemita. Lo de Matisyahu fue, en el mejor de los casos, un desliz político; y en el peor, una muestra más del antisemitismo español.



P.- El narrador de Monasterio dice que el discurso del judaísmo llevado en la sangre, del judaísmo que no precisa ni siquiera creer en Dios, le recuerda al discurso de Hitler. ¿Cree que el judaísmo ha explotado históricamente esa especie de diferencia cultural?

R.- Creo que el ser humano en general ha sido un experto en querer resaltar y explotar las diferencias culturales que lo distinguen del otro. El español. El alemán. El estadounidense. El musulmán. El cristiano. El judío. Cualquier grupo -religioso, étnico, nacional, nacionalista- sabe no sólo trazar esas fronteras que lo dividen del otro, sino explotarlas. Realzar su cultura, su bandera, su lengua, su cosmovisión como la única o la mejor. A mí más me interesa borrar esas fronteras y buscar aquello que nos une. Yo soy judío y árabe. Yo soy musulmán y cristiano. Yo soy guatemalteco y español. Yo soy tú.