La escultora Marga Gil Roesset

Hay historias que resultan desgarradoras, de un profundo dramatismo que hiela el alma al pensar que la hipersensibilidad puede llevar al ser humano hasta límites que creemos imposibles. Vivencias conmovedoras que se mantienen ocultas durante años, que se vuelven tema tabú para las familias, que apesadumbradas por la pérdida, prefieren no escuchar la cruda realidad de sus antepasados más cercanos. Es el caso de Marga Gil Röesset, la artista que se suicidó por su amor no correspondido hacia Juan Ramón Jiménez. La Fundación José Manuel Lara, con la colaboración de la sobrina de la artista, Marga Clark, y la representante de los herederos del poeta, Carmen Hernández-Pinzón, han presentado este martes Marga, el diario que ella misma confeccionó y sirvió de carta de despedida aquel fatídico 30 de julio de 1932.



Son "sentimientos en bruto ligados a la muerte de una manera directa y bella", explica Ignacio Garmendia de la Fundación Lara. Una narración que no deja indiferente, que te atrapa las entrañas y que, durante mucho tiempo, "ha sido un tema tabú" para la familia de Marga, apunta Marga Clark. Corría el año 1997 cuando Blanca Berasátegui, entonces directora del ABC Cultural, publicó un artículo en el que se destapaba el secreto que había permanecido oculto desde entonces. "Me entusiasmó la idea porque muestra la vida y la obra de Marga en su armonía y complejidad, sus luces y sombras, con una dimensión humana", declara Clark.



Se trata de reivindicar y dar a conocer a una artista que ha estado fuera de los márgenes como ocurrió con Silvia Plath y Virginia Woolf, quienes también dejaron un íntimo diario. Por su parte, Carmen Hernández-Pinzón ha visto "cumplido el deseo de Zenobia y Juan Ramón". No obstante, el viaje y el proceso ha sido largo. Cuenta cómo su padre, (Francisco Hernández-Pinzón, quien se encargó de gestionar la obra del escritor a su muerte) que era sobrino carnal y heredero directo del premio Nobel, conoció a Consuelo Gil, la hermana de Marga, que nunca quiso verle para hablar del trágico diario. Pero un día, ella misma, Carmen, se puso en contacto con Consuelo y esta abrió las puertas de su casa y su corazón para ofrecerle "una tremenda narración". Fue entonces cuando le habló de la carpeta amarilla que Juan Ramón Jiménez guardaba con los manuscritos del diario configurados tal y como él quería que fueran publicados. Aquella misma carpeta que Marga dejó encima del escritorio de él la noche en la que decidió perder su último aliento.



Cuenta, emocionada, la representante de los herederos de Juan Ramón Jiménez que, en aquella conversación que duró horas, Consuelo confesaba un pesar, algo que aún en ese momento le reconcomía. Y es que Marga le hablaba de un viaje. Ella siempre pensó que se trababa de París, de un viaje de formación artística que le habían recomendado Zenobia y Juan Ramón. Decía que se iba a matar y nunca la creyó, lo entendió como una llamada de atención ya que siempre fue el patito feo mientras que Consuelo era la guapa de las dos hermanas (el punto fuerte de Marga era una personalidad atractiva que ganaba la simpatía de la gente). Nunca creyó que aquel viaje era un viaje para "libertar de esta carne a mi alma", como escribía Juan Ramón Jiménez en una de sus Arias tristes.



Muchos pueden pensar que Marga sufría depresión. Pero en los años 30 "no hay diagnosis de tal hecho", aclara su sobrina que, por otro lado, no lo descarta pero apunta que es cierto que su tía "tenía un sentido trágico de la vida". El día de su muerte destruyó parte de su obra pero quedaron piezas que han podido ser rescatadas para reivindicar su figura como artista miscelánea. Por otro lado, no hay que olvidar que este diario conforma tan solo ocho meses de vida. Queda mucho por saber sobre esta figura apesadumbraba de gran sensibilidad, "autodidacta y adelantada a su tiempo".



Una casualidad unió a estas tres personas en un triángulo sin retorno. En el año 1920 Marga hizo las ilustraciones de la obra El niño de oro que dejó en la portería de la casa del premio Nobel. En una cena, tras un concierto, Consuelo conoció a Zenobia y esta le habló de su hermana. Ambos quedaron en que visitarían la obra de su hermana y de aquella cita llegaron al acuerdo de que ella sería quien hiciera el busto de Zenobia. Este proyecto pondría en contacto a Marga con Juan Ramón Jiménez y este abrió las puertas de su casa para que la joven artista trabajara. Dulces o amargas, ¿qué sería de la vida sin las casualidades?. Como escribía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, "solo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje, lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Solo la casualidad nos habla".



Y la casualidad habló para dejar mudos a muchos. Ahora, Marga vuelve a entrar en la casa de Juan Ramón Jiménez con su diario bajo el brazo. Se reviven aquellos últimos minutos que la joven pasó en casa del escritor pero, esta vez, de la mano de su sobrina. Y la escultora, que tantas veces suspiró por amor, nos llega en forma de libro. Un diario lleno de puntos suspensivos, que se vuelven eternos, que llenan de vida y, a la vez, matan. Y es que ya lo decía Góngora... "los puntos suspensivos son suspiros a destiempo".