Rodrigo Hasbún

En 2010 publicó la novela El lugar del cuerpo (Alfaguara, Bolivia), en la que indagaba, a través de los recuerdos de una vieja escritora, en el drama de los abusos sexuales. Los libros de cuentos Cinco (2006), Los días más felices (Duomo, 2011) y Cuatro (2014) completan la bibliografía de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981), que viene ahora con lo mejor de su narrativa breve: Nueve, editado por Demipage, contiene relatos de los tres libros anteriores; es decir, relatos escritos a lo largo de los últimos ocho años. La familia, los amigos o, con más amplitud, la infelicidad, la soledad y la tragedia atraviesan estas nueve historias interiores: "Me interesa guardarle lealtad a las emociones más que a los hechos -dice el escritor-. Pensándolo así, mis cuentos sí tienen una fuerte carga autobiográfica, y están invariablemente atravesados por algunas necesidades comunes. La de buscarle un sentido a las cosas en medio de su caos diario y la de capturar apenas lo que luego desaparecerá. La de revivir a los muertos, al menos por un rato. La de intentar volver adonde ya no se puede".



Pregunta.- En Nueve recupera cuentos de libros anteriores. Al releerlos juntos -o al pensarlos, en el caso de que no los relea-, ¿siente que ha experimentado una evolución como escritor?

Respuesta.- Los cuentos de Nueve aparecieron a lo largo de la última década, y a medida que volvían a publicarse (en nuevas ediciones o en antologías o donde sea) seguí ajustándolos, algo que también hice ahora para el volumen de Demipage. En todo este tiempo mis preocupaciones sin duda mutaron, y el estilo responde a ellas directamente, pero la revisión constante ha limado las diferencias más visibles, las ha suavizado. Más allá de esto, me gustaría creer que Nueve es una condensación o un resumen posible de la aventura intensa e inquietante que hasta ahora ha significado para mí escribir cuentos.



P.- Tengo entendido que aún tiene varios inéditos que no se decide a publicar y en los que lleva trabajando varios años. Esto, creo, muestra que somete a los textos a un gran proceso de corrección. Cuénteme como es su proceso de escritura. ¿Aplica el consejo de Ana María Matute: "Escribe rápido, corrige lento"?

R.- Sí, escribo rápido y corrijo lento, pero además funciono con la lógica del cineasta o del fotógrafo, que saben desde el principio que es necesario fallar mucho para acertar alguna vez. El truco, claro, consiste en desechar luego aquello que no sirve. Entre eso que no sirve, tengo archivados un par de novelas inéditas además de algunos otros manuscritos, pero ya he aceptado que ninguna corrección podrá salvarlos, quizá porque nacieron muertos. En cualquier caso, los asumo como el mejor aprendizaje.



P.- Vive en Nueva York desde hace años. ¿De qué manera se traduce en su obra su condición de emigrante? ¿Le ayuda la distancia a escribir sobre Bolivia?

R.- La distancia siempre estuvo ahí, aún antes de que me fuera. Creo que es una distancia que en mayor o menor medida experimentan todos los escritores, una extranjería irremediable no solo en relación al país, sino a todo. La escritura te sitúa a cierta distancia de aquello sobre lo que escribes. Pasas a ocupar el lugar del testigo, un testigo que no siempre entiende lo que ve pero que debajo de ciertas imágenes o movimientos encuentra insinuados los contornos de algo importante.



P.- Al menos aquí en España, nos llegan cuentistas latinoamericanos, de países muy distintos, pero con cierto parentesco en cuanto a temas y estilo. ¿Se siente parte de alguna generación?

R.- Hay escritores de más o menos mi edad a los que admiro y leo con atención. Se suele decir que un escritor sin novelas está condenado a la invisibilidad, pero en mi generación varios de los escritores más llamativos por ahora solo han cultivado las formas breves. Estoy pensando en Carlos Yushimito, Inés Bortagaray o Federico Falco, por dar algunos ejemplos. ¿En qué pienso cuando pienso en escritores como ellos? Sobre todo en la recurrencia de algunas preguntas y tonos, y en una exploración muy rigurosa del idioma.



P.- ¿Cree que la narrativa corta está experimentando un auge entre los escritores latinoamericanos?

R.- La tradición del cuento siempre se ha mantenido viva en Latinoamérica, pero es cierto que este parecería ser un momento especialmente auspicioso. Es un fenómeno que puede obedecer a distintos impulsos: una sintonía con los tiempos (que privilegian lo breve), el auge de revistas y editoriales dispuestas a apostar en serio por el género, o la revalorización y reedición de varios autores un poco olvidados que lo practicaron con maestría.



P.- Varios cuentos sitúan a los personajes en lugares de vacaciones, en un resort o pasando una noche de reencuentro con los amigos. ¿Qué le atrae, a la hora de hacer ficción, de esos momentos en que no existe la rutina?

R.- Justamente eso: ver qué sucede fuera de lo usual, qué son los personajes en circunstancias que ponen a prueba lo que creen ser.



P.- La identidad sexual -y el sexo- es otro de sus temas. ¿Cómo es en Bolivia la situación de los homosexuales?

R.- Bolivia es un país donde hasta el presidente se burla públicamente de los homosexuales. A partir de eso puedes hacerte una idea de cuán retrógrado es el pensamiento en términos de género y sexualidad. Relacionado a esto, leí hace poco que el 87% de las mujeres bolivianas ha sufrido algún tipo de violencia familiar. Es una cifra espantosa, difícil de concebir, pero ahí está.



P.- El carácter interior de algunos de sus cuentos recuerda a Carver o a Cheever. ¿Tiene alguna referencia más -si es que estos que he citado efectivamente lo son? ¿Quiénes son sus escritores de cuentos predilectos? ¿Y cuáles sus relatos de cabecera, aquellos que lee y relee?

R.- Son muchos los cuentistas a los que admiro incondicionalmente, entre ellos sin duda Carver y Cheever (que comparten estante con Chéjov, al que ambos deben tanto). Algunos cuentos de Onetti y Rulfo me parecen insuperables, algunos de Flannery O'Connor también. Los de Lorrie Moore y Grace Paley y los de Roberto Bolaño me divierten mucho, a menudo el mejor Fogwill se encuentra en sus cuentos. Me gustan el lirismo y la fiereza de Rubem Fonseca y Joy Williams, la nostalgia enferma de Tim O'Brien, la acidez de Kjell Askildsen, la extrañeza de Kafka. Podría seguir largo rato. Felizmente, es una lista interminable.