Julio Cortázar

No sé si Julio Cortázar hubiera publicado estas clases que dictó en la Universidad de Berkeley en 1980. Ya en 1969 había rehusado una invitación en la de Columbia. A mediados de los setenta, asegura Carles Álvarez Garriga, quien se ha ocupado de la edición, rechazó varias invitaciones a los EE.UU. y a partir de mediados de los setenta dictó conferencias o intervino en homenajes o simposios hasta que en 1980 aceptó enseñar en Berkeley. Básicamente trató de los géneros que había cultivado de forma muy general, pero habló, como era lo convenido, mucho de su obra y ahí es donde los cortazianos van a encontrar siempre el detalle de una confesión al vuelo, de una consideración original. Será en estos recodos donde admiraremos al gran escritor argentino. Ya al comienzo advierte a sus alumnos que: "Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy muy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones". Esta fórmula de trabajo es la habitual en él, aunque los conocimientos generales que se exponen sobre el cuento o la novela no son totalmente originales, sino el fruto de "millones de lecturas", como vendrá a decirnos irónicamente hacia el final del curso.



Estuvo en Berkeley junto a Carol Dunlop también por razones personales: "romper con algunas etapas de la vida es más penoso de lo que parece, y después de pensarlo mucho he comprendido que era la única manera de poder volver a mi territorio natural sin tener que enfrentar diariamente las secuelas de diez años de una vida en común que se resiste a aceptar que a lo hecho, pecho", confiesa en una carta al poeta Félix Grande. De hecho, "bajó el tiro", según confesó a Aurora Bernárdez porque los conocimientos de los alumnos no eran excesivamente altos. De ahí, esta zona media que nos ofrece el conjunto. Convendrá, pues, ir siguiendo lo que aporta sobre su oficio y sobre algunos de sus cuentos que lee y aquí sintetiza o se reproducen por entero y también sobre la elaboración y el significado de algunos personajes de Rayuela.



Conviene subrayar, por tanto, que el texto no fue escrito por Cortázar, sino dictado. Esto afecta, pese a su claridad expositiva, a ciertas reiteraciones o alusiones a datos que no se habían comunicado. Inicia el curso tras una sintética autobiografía con el análisis del cuento y sus fórmulas partiendo de la estructura: "el cine sería la novela y la fotografía, el cuento". Pero es una fotografía que se proyecta fuera de ella. A diferencia de las últimas clases, donde se mostrará más combativo políticamente, acepta el hecho de que la ideología del escritor pueda transparentarse, pero ello no debe afectar a su calidad. La grabación incluía las preguntas de los alumnos y las respuestas del escritor. El resultado es atractivo, aunque las preguntas resulten un tanto tópicas. La segunda clase versa sobre el cuento fantástico y en especial sobre el tiempo. Figuran algunos de los modelos que Cortázar asume y, fundamentalmente, aparece cada vez con mayor fuerza la conciencia de ser un escritor latinoamericano. Coincide, como escritor, con el principio de incertidumbre de Heisenberg y tampoco eludirá su vinculación por un tiempo al existencialismo. Analiza la fatalidad en el cuento fantástico. La titulación de las clases ya ofrece una idea general sobre el contenido y sus ejemplos personales son explícitos. Asume que no puede hacer una distinción clara entre fantasía y realidad. Y pone como ejemplo la situación dramática en la que se encontraba su país.



Antes de adentrarse en el cuento realista afirma lo que podría parecer desconcertante: "No soy un escritor autobiográfico", aunque más adelante expresa que "hay momentos, episodios, situaciones y personajes que vienen de la experiencia vivida..." De ello dará cuenta en alguna ocasión, así como de ciertas anécdotas. Rechaza la violencia, pero estima que hay que buscar sus orígenes, como en la serie de dictaduras argentinas. Entre las anécdotas que vale la pena mencionar es su visión, entre otros, del poeta salvadoreño Roque Dalton y su entrevista con Fidel Castro. Confiesa su admiración, ya conocida, por la música y el jazz y su admiración por el sentido del humor de Woody Allen. Menos extensión que a los cuentos dedicará a Rayuela, sobre la que merece mencionarse cuanto dice en las páginas 205, 207, 228 y 234. Su influencia surrealista describe su original método de composición, así como el sentido lúdico del mismo. Analiza, asimismo, Libro de Manuel y su significado y asegura que lo escribió contrarreloj, día a día, "como un trabajo periodístico". La última clase sobre "Erotismo y literatura" resulta, paradójicamente, menos brillante y como apéndice se reproduce una conferencia de largo título que resulta prescindible. Adentrarse en este curso es bucear en la concepción que tiene Cortázar de su propia creación. Ocasionalmente destaca su brillantez habitual, pero es imprescindible para cualquier cortaziano, se sienta o no cronopio.