Jaime Bayly.

Juan Balaguer presenta uno de los programas televisivos más exitosos de Perú, tiene dinero, visibilidad y hasta ahora se ha ido manejando bien, con soltura, entre la supervivencia laboral y la indecencia informativa. Pero un día, una llamada telefónica revienta su apacible y derecho camino al triunfo. Al otro lado, una voz adolescente: "Si de verdad eres un buen periodista, invítame a tu programa". La voz corresponde a Soraya Tudela, y lo que dice parece el sueño de todo periodista ávido de información exclusiva: la niña dice ser la hija no reconocida del próximo presidente de Perú. Ahora toca ver qué hará Balaguer y qué le dejarán elegir sus superiores: la profesionalidad (el rating, la exclusiva) o la sumisión y el abrazo del candidato y más que probable presidente futuro del país. Mientras tanto, comprobamos con qué maniobras intentará el político desactivar a una joven que le reclama paternidades en directo y hasta qué punto depende un medio de su favor, del favor de un candidato que necesita apoyo mediático y a la vez tendrá, si las urnas lo aúpan a la presidencia, el poder de aplastar con su puño a todo aquel que no le haya ayudado en el ascenso.



Como casi siempre, Jaime Bayly estira la realidad para construir su novela, y se inspira, para La lluvia del tiempo (Alfaguara), en la aparición real de la hija no reconocida del presidente Alejandro Toledo, llamado aquí, sin demasiado disimulo, Alcides Tudela. "El personaje de Alcides Tudela -dice el escritor- es un santo, un beato, comparado con el crápula de Toledo". Juan Balaguer (trasunto del propio Bayly) es el único personaje que no sale escurriendo de esta sátira feroz sobre las inciertas y siempre sospechosas correspondencias entre el poder y la televisión.



-Ha dicho alguna vez que la televisión es como un burdel. Pero en esta novela, además de parecer un burdel, se acerca peligrosamente a ser una especie almacén de residuos tóxicos...

-Sí, alguna vez dije que la televisión es un burdel. Pero fui injusto con los burdeles. Por lo general los burdeles son lugares respetables, bien organizados. Se encuentra gente más decente y confiable en un burdel que en un canal de televisión, eso seguro.



-¿Habría que distinguir entre el poder de la prensa y el poder de la televisión?

-La prensa escrita es una vieja costumbre que sobrevive a duras penas gracias a que los señores mayores que la leemos no terminamos de morirnos. Pero la prensa escrita ya no tiene poder. El poder lo tiene la televisión. Las elecciones se ganan y se pierden en la televisión.



-¿No palía Internet, de algún modo, el enorme poder de las grandes cadenas de televisión?

-No creo. Lo que ocurre es que Internet sirve como caja de resonancia de lo que sucede en televisión. Pero los políticos no zanjan sus querellas en Facebook o en Twitter, se enfrentan en debates en la televisión y luego Internet reproduce los momentos más morbosos. Curiosamente, en los países pobres la televisión tiene todavía más poder que en los ricos porque los televidentes tienen una relación de adoración mágica con esa pantalla que les explica el mundo y a menudo ven a los políticos como chamanes, como curanderos, como hechiceros. Por eso no es infrecuente, en Latinoamérica, que los escritores, para mantenerse vigentes, estén todo el día dando la lata con la política y haciendo el papel de sumos sacerdotes.



-El periodismo, según usted lo retrata, es de todo menos libre. ¿Es esto peligroso para la democracia?

-Sin periodismo libre no hay democracia, eso seguro. Pero a menudo hay democracias que se las ingenian para acallar al periodismo libre. Y sus presidentes van muy henchidos como demócratas y sin embargo no toleran una caricatura y meten preso al humorista o cierran el periódico o le clavan mil juicios que acaban por hundirlo. Muy a menudo, los periodistas terminan siendo jefes de prensa de los poderosos, secretarios y ujieres de los presidentes mandones, porque tienen pánico de caer en desgracia con el poder y ser despedidos. El periodista solo es libre cuando se libera del temor de perder su empleo. Y para eso tiene que estar un poco loco.



-¿Está peor el periodismo en Lima ahora que cuando usted empezó a trabajar, en los ochenta?

-Está peor, mucho peor. En los ochenta, cuando yo comencé, los periódicos serios tenían una preocupación por las ideas, por el honor. Eso se ha envilecido, se ha corrompido, se ha ido al carajo. Ahora prevalece la frivolidad, el puterío. Cuando veo la prensa de Lima, me quedo espantado. Los periódicos que van de serios exhiben en sus portadas a mujeres mostrando las nalgas. Y los temas de los que hablan en sus titulares esperpénticos ya no los entiendo, porque son del mundo policial, patibulario, son reyertas entre jefes del hampa que van de líderes políticos. Cuando leo ciertos periódicos peruanos me parece que estoy leyendo el cuaderno de partes de una comisaría.



-¿Por qué decidió sustituir el periodismo por la literatura?

-El periodista está jodido porque si se limita a contar la realidad a secas terminará siendo aburrido y entonces el buen periodista es el que, a partir de la realidad, fabula un poco, colorea, maquilla, introduce el chisme venenoso, la insidia, el rumor no verificado, con lo cual acaba enriqueciendo la chatura de la realidad y mejorando la noticia y haciéndola más entretenida. Entonces el buen periodista no es el que informa con rigor sino el que entretiene con imaginación, y el que entretiene a menudo es, sin darse cuenta, un chismoso, un mitómano, un intrigante de mala leche. Pero esos son los que tienen éxito en estos tiempos.



-Periodismo contra Política. Cuando se da una lucha de poderes como la que vemos en La lluvia del tiempo, ¿quién tiene más posibilidades de ganar?

-El que gana, casi siempre, es el que tiene la plata. Rara vez es el político quien tiene la plata. Por lo general la plata la tienen los grandes empresarios, los dueños de las corporaciones mediáticas. Ellos ponen y quitan, ellos deciden quién gana y quién pierde, ellos son los grandes electores. Los políticos que aspiran a trepar, a escalar, a llegar a la cima tienen que entenderse con los que giran los cheques. De otro modo no llegarán muy lejos.



-Sus novelas parten siempre de situaciones reales. ¿Es este un vicio de periodista?

-Yo soy escritor como consecuencia de ser periodista. No hubiera sido nunca un escritor de ficciones si mi madre no me hubiese obligado a trabajar como reportero en un diario conservador a los quince años. Y creo que, esencialmente, antes que escritor o novelista, sigo siendo un periodista, pero uno con licencia para mentir.



-¿No ha tratado, entonces, de ser preciso, escrupuloso con los hechos, aunque se inventara situaciones más concretas?

-Casi todo en la novela es inventado. Gustavo Parker está inspirado en un legendario capitán de la televisión peruana que no fue parte del escándalo pero que yo quise entreverar en la trama de la novela porque me parecía que sus desmesuras y picardías poseían una textura literaria. Pero el ochenta por ciento o más de lo que cuento es una exageración maliciosa de lo que realmente ocurrió. Ahora bien, hecha esa salvedad, que la novela recrea perversamente y sin apego a la verdad aquel escándalo político, hay ciertos hechos que ocurrieron en la realidad y que se mantienen en la ficción: los tramposos y embusteros ganan las elecciones, el periodista es despedido y tiene que irse al exilio, el cinismo triunfa, la hija negada sigue siendo negada y a la gente le importa un carajo porque les parece que un político que tiene hijos regados por aquí y por allá es un pija loca que merece respeto, cuando no admiración.



-¿Qué cree que pensarán las personas que inspiran su novela cuando la lean?

-Espero que se rían. Pero ni siquiera creo que lean la novela. En estos tiempos ni los aludidos leen novelas. A nadie le importa lo que dice una novela.



-Han pasado más de diez años desde el caso de la niña no reconocida por Toledo. ¿Por qué dejó pasar todo este tiempo para escribir esta historia? ¿La tenía en mente desde el principio?

-Cuando viví todo ese escándalo, pensé que allí había una buena novela. Pero en ese momento todo estaba muy revuelto, me tiraban huevos, tomates, pintura amarilla en la cara, los matones de Toledo me emboscaban y agredían y la prensa a su servicio festejaba esos hechos pintorescos que daban colorido a la campaña y muy pocos le pedíamos que reconociera a su hija. Yo siempre he escrito novelas a partir de unas historias que el azar me ha impuesto y que me han obsesionado, que no he podido olvidar, que me perturban y atormentan y me dejan el sabor de que en la vida misma perdí como un miserable y que solo escribiendo ficciones podré redimirme de esas derrotas.