Karl Ove Knausgard. Foto: Efe

No puede negar sus orígenes. Es fácil imaginarse a este hombre de físico poderoso y aspecto rudo faenando a bordo de una embarcación en los fiordos noruegos, su país natal, desafiando las inclemencias del tiempo, arriando velas y recogiendo cabos con unas manos enormes, descomunales, que parecen diseñadas para trabajar al aire libre y no para recorrer velozmente el teclado de un sofisticado Mac. Alto, corpulento, con una melena despeinada que oscila entre el rubio gastado y el gris desteñido, este vikingo al que se conoce como el Marcel Proust de nuestros días nació en 1968.



A los treinta años publicó su primera novela, Fuera del mundo, que se convirtió en un rotundo éxito de crítica y ventas y se hizo con el Premio de los Críticos de Noruega. Seis años más tarde arrasó de nuevo con Un tiempo para todo. Pero fue en otoño de 2009 cuando decidió embarcarse en una aventura literaria que iba a convertirse en una auténtica catarsis. "Acababa de cumplir cuarenta años, estaba casado, tenía dos niños pequeños y una carrera literaria prometedora. Pero me sentía profundamente infeliz (explica) de modo que decidí hablar conmigo mismo sin pudor, desnudándome y mirando hacia mi interior con una lucidez total".



Su padre había muerto unos años antes, después de haberse emborrachado hasta el paroxismo. Su relación había sido conflictiva y, tras su desaparición, afloran todos los fantasmas y las dudas existenciales. Es entonces cuando Knausgard se propone hacer un trabajo de introspección masivo y utilizarse a sí mismo como materia prima. Durante dos años escribe sin parar, obsesivamente, hasta culminar una obra monumental a la que llamará Mi lucha y que consta de seis novelas autobiográficas que pueden leerse de modo independiente y que han sido acogidas con gran éxito de crítica y ventas, obteniendo varios galardones en su país y con quince traducciones que ya han arrancado. En España han aparecido hasta la fecha los dos primeros tomos, publicados ambos por Anagrama: La muerte del padre y Un hombre enamorado, que presentó este lunes en Barcelona.



"La literatura es enormemente protectora (reconoce), porque te permite decir lo que sea, sin inhibiciones de ningún tipo. Es el vehículo perfecto para hablar de todo de la manera más cruda o más poética. En ese universo sólo existen lector y escritor, y entre ellos todo está permitido. Pero luego te encuentras con el hecho de que el libro ha gustado, lo han leído infinidad de personas, los medios de comunicación se interesan por él y por ti, empiezan a hacerte preguntas y eso es terriblemente incómodo. A mí me causa muchísimo apuro porque en el papel me he sincerado, he hablado de todo y de una manera muy honesta. Pero otra cosa es verte envuelto en una sucesión de preguntas de gente que en principio no te conoce pero resulta que a través de mis libros ha llegado a saber muy bien quién y cómo soy".



Con una sinceridad estremecedora, el autor se embarca en un viaje a las profundidades de su alma y de su vida cotidiana, narrando en un estilo hiperrealista y muy cercano hechos intrascendentes de su día a día que se mezclan con reflexiones muy profundas sobre la vida, la muerte y la angustia existencial. "Mientras duraba el proceso de escritura pensaba que nadie estaría demasiado interesado en estas páginas puesto que son demasiado personales (confiesa). Pero resulta que ha ocurrido todo lo contrario: hablo de cosas tan íntimas que mi vida se ha fundido con la de mis lectores. Lo he comprobado en el hecho de que cada vez que alguien me habla de alguno de mis libros cita una frase mía y a continuación empieza a hablarme de su propia vida. Ese es el gran poder evocador de la literatura: leer y escribir es un poco lo mismo y tiene que ver con la mirada hacia el interior para contar lo que se ve".



Después de este esfuerzo titánico Knausgard confiesa sentirse tan agotado y aburrido de sí mismo como liberado. "Hacer esta labor introspectiva de una manera tan solitaria es realmente agotador (explica), además nunca sabes dónde va a llevarte. Hay gente que me pregunta si no he acabado harto de mí y la verdad es que sí. Desde que empecé el primer libro sabía cuál iba a ser la última frase del último volumen: Nunca más en mi vida volveré a hablar de mí mismo. Y sigo pensándolo, hoy por hoy ya no me queda nada más que decir sobre mi persona lo cual de alguna manera es autodestructivo y podría interpretarse como un suicidio literario. Pero también es verdad que mientras lo hice fue un ejercicio liberador. De alguna forma todavía lo echo de menos".