Mark Z. Danielewski cosiendo. Foto: Michelle Reverte

Lleva puesto su sombrero de la Visibilidad. Es un sombrero de paja, rodeado por una cinta roja, negra y blanca. Dice que es su sombrero de la Visibilidad porque sin él no es Mark Z. Danielewski, sin él es un tipo cualquiera. "Es divertido. Todo el mundo me asocia con este sombrero. Puedo colarme entre la gente en mis propias lecturas sin que nadie me vea si no lo llevo. Pero no se lo cuentes a nadie. Es un secreto", dice. Está sentado a una mesa roja, bajo una sombrilla rosa, ante una taza de café. El cielo está nublado. La ciudad es Barcelona. Sobre la mesa, además de la taza de café, hay un ejemplar de su novela monstruo, La Casa de Hojas (Alpha Decay/Pálido Fuego), y un maltratado cuaderno negro en el que no hace otra cosa que dibujar gatos.



De hecho, todo lo que hay en su camiseta es un gato. Está algo así como obsesionado con los gatos. ¿Por qué? Se encoge de hombros. "Recuerdo cuando leí La vida de los animales de Coetzee. Me fascinó. Considero, como se defiende en el libro, que no está bien que hablemos de perros, gatos y delfines, como si fueran un todo, porque cada ser vivo tiene su propia personalidad", contesta. Carl, el gato blanco con el que llevaba viviendo 27 años, murió en diciembre. "Aún estoy muy triste", confiesa. "Era como un amigo. Solía pasar el rato en mi mesa. Yo escribía, él simplemente estaba ahí, conmigo, haciéndome compañía. A veces se establecía entre ambos una especie de conversación telepática. No sé, era algo extraño, algo poderosamente humano", dice. Lo echa de menos, especialmente cuando escribe. Y escribe muchísimo. Puede escribir durante diez horas diarias. A veces, durante 12. Ya ha acabado diez de los 27 libros que compondrán The Familiar, su mastodóntico próximo artefacto literario, una novela en 27 entregas que simula ser una serie de televisión de cinco temporadas y, sí, 27 episodios. ¿El argumento? "Lo que les ocurre a una niña de 12 años y a su gatito", contesta. Sonríe. "Uh, es un tema peliagudo. Pero creo que 27 libros serán suficientes", dice. ¿En qué consisten exactamente sus aventuras? "Aún son un secreto", contesta. Sobre la mesa, además de la taza de café, la libreta y el libro, hay cuatro rotuladores. Rojo, azul, lila y naranja.



Pregunta.- A La Casa de Hojas le siguió una 'road-novel' con aspecto de espejo llamada Only Revolutions y a ésta, la 'nouvelle' que alterna páginas en blanco con páginas escritas The Fifty Year Sword, de próxima publicación en España, vía Alpha Decay, ¿qué tienen en común todas ellas? ¿Qué tienen en común con The Familiar?

Respuesta.- Algo que yo llamo 'sig.ni.conic' (algo así como 'sig.ni.conismo') y que tiene que ver con la mezcla de imagen y lenguaje. Considero que mi literatura es 'sig.ni.cónica' porque no sólo se basa únicamente en palabras, también tiene muy en cuenta la imagen. La construcción de una forma, un continente icónico para el contenido.



P.- En La Casa de Hojas la construcción es puramente cinematográfica...

R.- Exacto, mientras que en The Fifty Year Sword tomo como punto de partida la fábula de tradición oral. La historia es la de una mujer que acaba de divorciarse pero en cierto momento de la trama un tipo que se dispone a contar un cuento la noche de Halloween toma la palabra y ahí cambia todo.



P.- ¿Y en el caso de Only Revolutions?

R.- En ese caso es la música. Y, por supuesto, en el de The Familiar, la series de televisión. Una cosa curiosa es que esa, llamémosle, construcción, adopta también distinta formas, en función de, incluso, fuerzas concretas. Por ejemplo, en el caso de La Casa de Hojas, la forma en que se narra la historia ejerce una fuerza centrípeta y dirige al lector hacia dentro, lo encierra en el laberinto, mientras que en Only Revolutions pasa justo lo contrario: una especie de fuerza centrífuga expulsa al lector hacia fuera, hacia el mundo que nos rodea, el mundo real.



P.- ¿Surge primero la idea y luego la forma?

R.- (Niega con la cabeza) No. Es algo distinto. No tengo una idea. Siento algo. Siento que algo trata de abrirse camino a través de mí y simplemente lo dejo salir. Una vez fuera, le pongo orden de la mejor de las maneras. Las historias pasan a través de mí, no surgen de mí, surgen de una especie de oscuridad interior y me atraviesan. Yo sólo soy un médium.



P.- Un médium que trata de experimentar con los géneros establecidos...

R.- Sí. Puede decirse que el éxito de La Casa de Hojas me dio libertad para hacer lo que he estado haciendo desde entonces: experimentar. A veces me siento como debió sentirse Stanley Kubrick, o como se sienten los hermanos Coen, experimentando con distintos géneros, pero siempre con la idea en la cabeza de tratar de establecer un equilibrio entre la imagen y la palabra, entre lo que cuento y el cómo lo cuento.



P.- ¿Es cierto que hay un equipo trabajando en The Familiar? ¿Un equipo como el que tendría una serie de televisión real, cuando es en realidad una novela?

R.- Muy cierto. Hay un equipo de 20 personas trabajando conmigo. Se dedican a hacer realidad todo lo que yo imagino a nivel de diseño del libro. Yo lo hago con el lápiz, ellos buscan el software que permite hacerlo realidad.



P.- ¿Por qué todo esto? ¿Ha sido capaz de detectar en todo este tiempo de dónde puede proceder esa necesidad de crear algo que vaya siempre más allá de la novela?

R.- (Lo piensa un rato. Al cabo, sonríe). Hubo una primera lectura. Debía tener seis o siete años. Era la época que pasamos en España. Recuerdo que vi una película que me encantó y que se titulaba Charlotte's Web. Estaba basada en un cuento infantil de E.B. White. Mi madre me dijo que si tanto me había gustado la película podía leer el cuento en el que se basaba. Así que lo leí. La experiencia resultó fascinante. El cuento iba mucho más allá en todos los sentidos que la película. Descubrí entonces que las palabras podían construir una realidad más perfecta, pero que la imagen era igualmente importante, igualmente poderosa. A veces cuando trato de explicarme por qué hago lo que hago, me digo que quizá todo empezó ahí. Y que lo único que intento hacer es unir esas dos experiencias para que el resultado sea aún más intenso.



Ha apurado su taza de café. Dice que, narrativamente, en el transcurso de la charla, podrían haber pasado 20 años. Y todo podría haber cambiado en el espacio que rodea la mesa roja ante la que se sienta. Como en su novela, dice, "más pura", aquella en la que empezó a ser consciente de que había hecho algo único, algo que no se parecía a nada que hubiese leído hasta entonces, Only Revolutions, el viaje de dos chicos en coche, un viaje que dura cuatro meses para ellos pero que para el lector dura más de dos siglos. "Todas mis obras son, a su manera, un crisol de todo lo que he leído, y he leído muchísimo", confiesa. Desde Borges a Virginia Woolf, pasando por Cervantes, Vonnegut, Nietzsche, Pynchon y Shakespeare, cuya obra leyó, de forma cronológica, a los 22. Últimamente no puede dejar de leer a Bolaño. Siente por el chileno una predilección especial. "A veces me pregunto qué le hubiese parecido La Casa de Hojas y fantaseo con la idea de que podría haberle gustado", dice el escritor, el incansable y encantador arquitecto de la casa mutante, la casa del pasillo interminable, la casa monstruo que habitan los Navidson, el primer (y terrorífico) clásico de la literatura del futuro.