Amélie Nothomb. Foto: Santi Cogolludo

La escritora belga publica Barba Azul (Anagrama), una revisión del cuento clásico

Barba Azul es la última novela de la escritora belga Amélie Nothomb (Kobe, 1967) y su número veintiuno. Cada septiembre desde hace más de veinte años, sus más fieles lectores esperan con impaciencia una nueva entrega de la saga de sorprendentes historias, que la autora publica como un reloj, en más de 40 países.



Sus novelas se estrechan cada año, explica Amélie Nothomb, y solo elige una de las varias que descansan en el cajón. Nothomb, que detesta los ordenadores, escribe todo lo que "inventa" a mano. Sus personajes, excéntricos, inteligentes y entrañables, son como su autora. Nothomb nos ha dejado novelas memorables, desde Higiene del asesino, a Estupor y temblores, Gran Premio de la Academia Francesa, Ácido sulfúrico, Diario de una golondrina, Ni de Eva ni de Adán, y un largo etcetera.



Por primera vez, la escritora se acerca a un cuento de hadas, Barba Azul de Charles Perrault, su preferido, dice. Pero cuando uno "reescribe" un cuento de hadas, es porque hay partes o personajes que no nos han gustado y que necesitamos cambiar. "A mí no me gustaban nada los personajes", explica Nothomb. "La historia me parecía genial. Apoyar el argumento sobre 'la protección del secreto' es un tema que adoro pero tanto el detonante del secreto como las captadoras del secreto me parecían nulos".



"Charles Perrault no nos da una versión justa de estos personajes", opina la escritora belga. "Nos presenta a Barba Azul como un monstruo, sin ninguna explicación. Ni siquiera el lector entiende porque ha matado a la primera mujer. Sobre las otras, no queda claro si las mata porque han descubierto el cadáver de la anterior esposa. ¿Pero, qué hay de la primera? ¿Por qué la mata? No hay la menor explicación psicológica que valga. Es, por tanto, un monstruo gratuito. Jamás se nos hace entender que quizá tenga una buena razón para guardar su secreto. Y, enfrente de este monstruo grosero, nos colocan a mujeres, cada cual más estúpida, que caen todas en la misma trampa a pesar de que habían sido avisadas y, una vez que han caído, no son capaces de defenderse por sí mismas. La última, si se salva, no es por ella misma, sino porque su hermano -un hombre- ha corrido a socorrerla".



"A mí todo esto no me parecía nada justo", putualiza la escritora. "Un hombre que tiene un secreto, es un hombre atractivo. Por tanto quería a un Barba Azul seductor, digno, y por eso creé un personaje de quien uno pudiera enamorarse. Enfrente de este personaje, necesitaba a una mujer que tuviera el mismo peso, inteligente, y que supiera defenderse".



- Y creó a la increíble Saturnine, una especie de mujer ideal, fuerte, segura de sí misma y más lista que el hambre, que en realidad tiene mucho de Amélie Nothomb.

- ¡La realidad es más grave! Es cierto que creé a una especie de Amélie Nothomb en mucho mejor que yo, para ser el contrapeso de Barba Azul. ¡Pero también me proyecté en el personaje mismo de Barba Azul! Eso es menos evidente, pero tengo muchísimos puntos en común con este personaje. En los hechos, obviamente, no tenemos nada que ver. Pero me apasionaría vivir encerrada en una especie de palacio en el barrio VII de París. Tengo como él, una verdadera pasión por los huevos. Soy los dos personajes a la vez y el lector asiste a una escena de seducción entre yo y yo, lo que es, francamente, muy muy grave.



- ¿Por qué Barba Azul es español?

- En el verdadero Barba Azul, Charles Perrault se inspiró de Enrique VIII de Inglaterra, Enrique Tudor, que era un hombre espantoso, desagradable, vulgar y de ahí la extrema vulgaridad del personaje de su cuento. Yo me quería desmarcar de este tipo de influencia y me pregunté qué podía ser lo opuesto a un ingles, y pensé en un español.



- Y qué ha pasado con el color azul de la barba, no aparece ni en la tapa del libro.

- En realidad, le confesaré un secreto: ese azul es inexistente. Representa el color de las barbas nacientes en los hombres del Midi francés. El azul es una metáfora.



- Y en su cuento, por eso lo transforma en amarillo.

- Sí. El amarillo es el color del oro, el color de la luz.



- Esa transformación viene de la alquimia, un tema común a varias de sus novelas como Ácido Sulfúrico.

- Es cierto, pero Barba Azul es mi gran novela sobre la alquimia. Por eso, la heroína se llama Saturnine. Saturno es el planeta que está relacionado con el plomo y una de las primeras preocupaciones de la alquimia es la transformación del plomo en oro. El plomo, ese elemento pesado que uno busca convertir en oro, representa, en realidad, a uno mismo. La persona quiere proyectarse en la excelencia. Mi novela cuenta la historia de una operación alquimista de éxito ya que, al final, Saturnine se transforma en oro.



- Esa transformación se realiza en parte gracias al champán.

- Ese es mi procedimiento de alquimista. Beber cantidad de champán todos los días.



- ¿Y lo consigue?

- A la larga espero que funcione.



- ¿Si no hubiera sido escritora, Amélie Nothomb hubiera sido alquimista?

- Por supuesto, si hubiera vivido en otra época. Lo que es formidable en la alquimia es que es una búsqueda filosófica concreta. Se parte de un estado material, para alcanzar la filosofía. Y eso es algo fascinante. Nada que ver con la filosofía platónica que me enerva a más no poder. El mundo de las ideas no conduce a ninguna parte, me encanta el lado materialista de los alquimistas.



- Para seguir con la alquimia, la transformación de las mujeres ha sido milagrosa en el siglo XXI, como lo demuestra su personaje de Saturnine. Pasa de ser un personaje frágil e incapaz de valerse por si misma en el cuento de Perrault, a una mujer que mueve las cartas de la historia.

- ¿Por qué no? No lo había pensado pero a veces uno pone sentidos en sus obras sin darse cuenta. Es cierto que las mujeres frágiles me irritan. Incluso hoy en día, hay mujeres que se apoyan en esa fragilidad para conseguir lo que quieren. No digo que yo no sea frágil, por supuesto que hay muchísima fragilidad en mí, pero hay un muro de diferencia entre ser frágil y jugar la carta de la fragilidad en público. Ser frágil es inevitable. Jugar a eso es irritante.