Martin Amis. Foto: Antonio Moreno

Desmond Pepperdine es un adolescente que vive en un sórdido suburbio londinense al cuidado de su abuela; su madre ha muerto y nadie sabe a ciencia cierta quién es su padre. En la misma casa vive también su tío, Lionel Asbo, un delincuente de poca monta que ejerce de mentor e imparte a Desmond valiosas lecciones: desde instruirlo en las delicias del porno por Internet a explicarle cómo alimentar a sus dos pitbulls con una dieta a base de Tabasco. Pero Desmond es un adolescente sensible, amante de la lectura, que aspira a enamorarse de una mujer cariñosa y real en lugar de fantasear con tías buenas en webs porno. El chico está decidido a dejar atrás esa barriada inmunda por medio de la educación, mientras que las aspiraciones de Lionel se limitan a pasar su vida entre trabajillos de matón y trapicheos con objetos robados, y periódicas estancias en la cárcel como consecuencia de estas actividades.



Visceral, salvaje, provocadora, esta sátira sobre el desmoronamiento de la vieja Inglaterra en manos de hooligans y de tabloides tiene un fondo de crónica social al modo dickensiano, pero también conecta con el humor británico más transgresor, ese que provoca la carcajada arreando una bofetada en plena cara. El resultado es una mirada certera sobre realidades incómodas, una novela incisiva y descacharrante.



Aquí puede leer el primer capítulo de Lionel Asbo. El estado de Inglaterra (Anagrama).




Primera parte

¿Quién dejó entrar a los perros?

... Ésta, nos tememos, va a ser la cuestión.

¿Quién dejó entrar a los perros?

¿Quién dejó entrar a los perros?

¿Quién?

¿Quién?



2006: Desmond Pepperdine, chico del Renacimiento.

Querida Jennaveieve:

Estoy teniendo una aventura con una mujer mayor. Es una dama de cierta sofisticación, lo cual supone un cambio con respecto a las quinceañeras que conozco (Alektra, por ejemplo, o Chanel.) El sexo es fantástico y creo que estoy enamorado. Pero hay una complicación grave y es la siguiente; ¡es mi abuela!




Desmond Pepperdine (Desmond, Des, Desi), autor de esta misiva, tenía quince años y medio. Y su letra, actualmente, era tímidamente elegante; las letras se le inclinaban hacia atrás, pero él, con paciencia, las fue enderezando hacia delante, y cuando todo alcanzó una suave armonía empezó a añadirle pequeñas florituras (la e, claramente ornada, era como una w acostada hacia un lado). Al utilizar el ordenador que ahora compartía con su tío, Des se había dado a sí mismo un curso de caligrafía, entre otros varios.



En el lado positivo, la diferencia de edad es sorprendentemente.



Tachó esto último, y siguió escribiendo:

Todo empezó hace quince días, cuando mi abuela llamó a la puerta y dijo cariño, tengo otra vez problemas con la fontanería. Y yo le dije ¿abuela? Iré ahora mismo. Vive en un pequeño apartamento en los bajos de una casa que está a un kilómetro y medio de la mía, y siempre tiene problemas con las tuberías. Yo no soy fontanero, pero aprendí un poco con el tío George, que se dedica a eso. Le arreglé la avería, y me dijo por qué no te quedas a tomar unas copitas.



Caligrafía (y sociología, y antropología, y psicología), pero aún no había llegado a la puntuación. Manejaba bien la ortografía, pero sabía bien lo flojo que estaba en puntuación porque acababa de empezar un curso sobre la materia. Y la puntuación, intuía (bastante acertadamente), era casi un arte.



Así que nos tomamos unos Dubonnet, algo que yo no estoy acostumbrado a beber, y ella no paraba de echarme esas miradas raras. Siempre tenía puestos a los Beatles y ahora estaban sonando todas las canciones lentas, como Golden Slumber's, Yesterday y She's Leaving Home. Y entonces mi abuela dijo qué calor y me voy a poner el camisón. ¡Y volvió con un picardías!



Intentaba darse a sí mismo una educación -no en Squeers Free, del que hacía poco había leído en la Diston Gazette que era el peor colegio de Inglaterra-. Pero su comprensión del planeta y del universo tenía lagunas inconcebibles. Una y otra vez se asombraba de la ingente cantidad de cosas que no sabía.



Así que tomamos unas copitas más, y yo empezaba a darme cuenta de lo bien que se conservaba mi abuela. Se cuida mucho, y está francamente en forma si tenemos en cuenta la vida que ha llevado. Así que al cabo de unas copitas más me preguntó ¿no te estás asando con este blazer? ¡Ven aquí, guapo, y dame un abrazo! ¿Qué podía hacer yo? Me puso la mano en el muslo y la fue subiendo pantalones arriba. Bueno, soy humano, ¿no? En el equipo de música sonaba I Should've Known Better, pero entre una cosa y la otra... ¡fue alucinante!



Por ejemplo, el único periódico nacional que Des habíaleído en su vida era el Morning Lark. Y Jennaveieve, la persona a quien escribía, era la «tía del sufrimiento» de ese periódico, o, mejor, la «tía del éxtasis».1 En la página que dirigía le relataban amoríos acaso totalmente imaginarios, y sus respuestas eran juegos de palabras lascivas precedidas y rematadas por sendos signos de admiración. La aventura de Desmond no era imaginaria.



Ahora bien, créame que todo esto no es nada «propio de nosotros». ¡No tendría que haber sucedido nunca! Muy bien, vivimos en Diston, y allí ese tipo de cosas no estarían demasiado mal vistas. Y, muy bien, mi abuela tuvo una juventud traviesa. Pero es una mujer respetable. El caso es que mi abuela va a celebrar un cumpleaños muy importante y supongo que eso ha hecho que se le vaya un poco la cabeza. Y en lo que a mí respecta, mi educación es estrictamente cristiana al menos por parte de padre (es pentecostalista). Y verá, Jennaveieve, he sido muy infeliz desde que mi madre, Cilla, murió hace tres años. No encuentro palabras. Necesitaba ternura. Y cuando mi abuela me tocó de esa forma. Bueno.



Des no tenía intención de enviar realmente esta carta a Jennaveieve (cuyo cuerpo parcialmente desnudo adornaba la página en cuyo encabezamiento, en lugar de «tía del sufrimiento», se leía «ángel del sufrimiento»). La escribía sencillamente para aplacar sus pensamientos. Imaginaba su respuesta fiable y en absoluto juzgadora. Algo como: ¡Al menos estás disfrutando de los viejos tiempos de tu abuela! Des siguió escribiendo.



Aparte de la cuestión de si es ilegal o no que me está poniendo enfermo, hay otro problema grandísimo. Su hijo, Lionel, es mi tío, y cuando no está en la cárcel es como un padre para mí. Tenga en cuenta que es un criminal terriblemente violento y si descubre que me estoy acostando con su madre me mata. Joder. ¡Literalmente!



Podría argumentarse que ello suponía subestimar gravemente las ideas de Lionel sobre la transgresión y la venganza... El objetivo inmediato, para Des, era dominar el apóstrofo. Y después de eso, los arcanos de los dos puntos y el punto y coma, el guión, la raya, la barra oblicua.



En el lado positivo, la diferencia de edad no es tan grande. Tenga en cuenta que mi abuela Grace empezó muy pronto, y se quedó embarazada cuando tenía doce años, lo mismo que mi m.



Oyó los sordos ruidos metálicos de los cerrojos, se miró con horror el reloj, trató de ponerse de pie sobre sus piernas entumecidas, y de pronto Lionel estaba allí.



2

Lionel estaba allí: una forma enorme y blanca, apoyada en la puerta abierta, con la frente pegada a la muñeca levantada, jadeando ásperamente, despidiendo un tenue vapor gris a través de la camiseta morada (el ascensor se estaba portando mal, y el apartamento estaba en el piso treinta y tres, pero Lionel podía despedir vapor mientras dormitaba en la cama en una tarde tranquila). Bajo su otro brazo llevaba un cargamento de lager. Dos docenas, dentro de una envoltura de plástico. Marca: Cobra.



-Has vuelto pronto, tío Li.

Lionel levantó una mano callosa. Ambos aguardaron.



En su apariencia externa Lionel era brutalmente genérico: el cuerpo tipo losa, el bulto lleno de la cara, la coronilla bien rapada y con el vello incipiente leonado. Fuera, en aquella gran ciudad del mundo, había centenares de miles de hombres jóvenes que se parecían mucho a Lionel Asbo. A cierta luz y en ciertos entornos, se parecía, según algunos, al portentoso delantero del Manchester United y de la selección de Inglaterra Wayne Rooney: no excepcionalmente alto y no obeso, pero excepcionalmente ancho y excepcionalmente profundo (Des veía a su tío todos los días, y todos los días le parecía una talla más grande de lo esperado). Incluso tenía los dientes separados, como Rooney. Bien, los incisivos superiores los tenía muy separados, pero Lionel raras veces sonreía. Sólo se los veías cuando se le dibujaba la sonrisa burlona.



-¿Qué estás haciendo con ese boli? ¿Qué estás escribiendo? Me lo imagino.

Des pensó con rapidez.

-Oh, cosas de poesía, tío Li.

-¿Poesía? -dijo Lionel, reculando.

-Sí. Un poema titulado «La reina de las hadas».

-¿La qué? A veces pienso que no tienes remedio, Des. ¿Por qué no estás rompiendo cristales de ventanas? Eso no es sano. Oh, sí, escucha lo que te digo. ¿Sabes el tipo ese al que le partí la cabeza el viernes en el pub? ¿El tal señor Ross Knowles? Me ha denunciado. Se ha chivado. ¿Te lo puedes creer? Desmond sabía muy bien lo que podía sentir Lionel en relación con tal asunto. El año pasado Lionel llegó una noche a casa y encontró a Des repantigado inocentemente en el sofá negro de polipiel viendo Crimewatch. El resultado fue una de las zurras más largas y ruidosas que recibió en su vida de manos de su tío. Piden al público, dijo Lionel, de pie y en jarras delante de la pantalla gigante del televisor, que fisgue a sus vecinos. Crimewatch... es como... como un programa para pedófilos, eso es lo que es. Me da asco. Esta vez Des dijo:



-¿Te ha puesto una denuncia? Jo... Eso es... de lo bajo lo más bajo. Eso es lo que es. ¿Qué vas a hacer, tío Li?

-Bueno, he estado preguntando por ahí y resulta que el tipo es un solitario. Vive en un cuarto alquilado. Así que no hay nadie al que yo pueda ir a aterrorizar. Excepto a él.

-Pero sigue en el hospital.

-¿Y? Voy a llevarle un racimo de uvas. ¿Has dado de comer a los perros?

-Sí. Pero no queda Tabasco.

Los perros, Joe y Jeff, eran los dos pitbulls psicópatas de Lionel. Su dominio era el balcón estrecho de la cocina, donde los dos animales gruñían, iban de un lado para otro y giraban en redondo, mientras llevaban adelante su guerra de ladridos con el montón de rottweilers de la azotea del edificio de pisos contiguo al de ellos.

-No me mientas, Desmond -dijo Lionel con voz quieta-. No me mientas nunca.

-¡No te miento!

-Me has dicho que les habías dado de comer. ¡Y no les has dado Tabasco! -¡Tío Li, no me llegaba el dinero! ¡Sólo tenían las botellitas grandes, y cuestan cinco noventa y cinco!

-Ésa no es excusa. Tendrías que haber birlado una. Te gastas treinta libras, treinta libras, en un puto diccionario y no puedes gastarte un par de chelines en los perros.

-¡Nunca me he gastado treinta libras! Me lo dio la abuela. Lo ganó con un crucigrama. El crucigrama con premio.

-Joe y Jeff... no son mascotas, Desmond Pepperdine. Son herramientas de mi negocio.