Lumen, 2013. 328 páginas, 17 euros, ebook: 10'44 e.

Hay algo en común entre esta primera novela de Lara Moreno y aquella otra, también ópera prima, de Jesús Carrasco, Intemperie. Ambas cuentan historias descarnadas de personajes que han decidido alejarse de la sociedad y emprender una búsqueda hacia lo esencial. Si la de Carrasco llegó a las librerías aureolada de éxitos, la de Moreno arranca con una distinción: la de haber valido a su autora la elección como Joven Talento de la cadena de librerías Fnac. Podríamos extraer optimistas conclusiones de que novelas como éstas, tan alejadas de la comercialidad imperante, sean tan positivamente valoradas. ¿Acaso, como les ocurre a los protagonistas de estos libros -cabe suponer que también a los autores- hay muchos lectores en busca de una literatura que ponga el acento en la tesis, en el lenguaje, en lo menos fácil y obvio? Si es así, debemos aplaudir con entusiasmo la llegada de novelas que no sólo nos descubren a autores con mucho que decir, sino que muestran lo vivo y diversificado de nuestro panorama literario.



Lara Moreno (Sevilla, 1978) llega a esta novela con una trayectoria notable como cuentista y poeta. Ambas condiciones se dejan entrever en estas páginas. La primera, en la construcción de la historia desde las diferentes focalizaciones de los personajes y en la brevedad de los capítulos, que en ocasiones recuerdan a la arquitectura de los cuentos. La segunda, en el uso precioso, minucioso del lenguaje. Moreno escribe con austeridad de relojero: da la impresión que su prosa llega al lector después de mil pulidos en que la funcionalidad de cada palabra ha sido meticulosamente analizada.



La historia que nos cuenta es la de una pareja de urbanitas treintañeros, Martín y Nadia, artista ella, investigador él, que deciden romper con su estilo de vida e instalarse en un remoto pueblo habitado sólo por tres personas. "Lo que está claro es que van a quedarse. Si no, […] se habrían montado otra vez en el coche para deshacer el camino...", afirma uno de los personajes de la novela, y tal vez en estas palabras esté la clave de todo. Martín y Nadia no piensan deshacer el camino, en ningún sentido.



La historia se estructura en dos partes: Invierno y Verano. Nada de tibiezas ni de etapas de transición; en este relato, aunque no lo parezca, todo es extremo: la enfermedad, el amor, el sexo, las convicciones. Un recorrido intimista hacia el interior, hacia el valor de la existencia desprovista de cualquier disfraz. Una novela que nos invita a reflexionar y zarandea nuestro estilo de vida y nuestras convicciones.