El filósofo francés Jean-Luc Nancy. Foto: Alberto Cuellar

Entre los últimos grandes nombres de la célebre, casi mítica, universidad francesa del postrer medio siglo tenemos, señaladamente, a Jean-Luc Nancy (1940). El autor de La comunidad desobrada (título que este año cumple los 30), llegó al final del curso de verano que la Universidad Complutense celebra en El Escorial titulado La idea de Europa. La filosofía ante el futuro de Europa (con el muy activo Instituto Francés y la editorial Avarigani como organizadores). Pasaron los profesores José Luis Villacañas, Davide Tarizzo, Marie Claire Caloz-Tschopp, José Luis Pardo, y Ottfried Höffe, entre otros, en referencia a ese relato o a esa idea, junto al Monasterio renacentista de San Lorenzo, macizo arcano de arcanos de Occidente. En este marco habló pues Nancy, natural de Caudéran, al oeste de Burdeos, en la Gironda. Hombre formado y empapado en Hegel, en Heidegger, en Bataille, y en su colega Jacques Derrida. Con él fundó la colección editorial La philosophie en effet en Ediciones Galilée, en los 70. Derrida le dedicó además un libro: El tocar, Jean-Luc Nancy. La participación del pensador en El Escorial se pareció bien poco a un ejercicio de clausura. Fue tejiendo Nancy una trama de inconclusiones, con un estilo muy personal, calmo y denso. Se fueron los Foucault, los Lacan, los Deleuze & Guattari, los Althusser, los Blanchot y los Levi-Strauss; también desaparecieron los amigos y colaboradores Lacoue-Labarthe, o el mentado Derrida... Con Nancy y con algún otro superviviente, se prolonga el prestigiado camino del pensamiento francés más allá del primer decenio del nuevo siglo incierto y de la vieja incierta Europa.



Pregunta.- ¿Cuál es su lugar dentro de la familia de la deconstrucción, de la filosofía francesa?

Respuesta.- Para mí, la deconstrucción es el sentido de la exigencia de algo que es, en efecto, más antiguo que la filosofía, que viene de antes de los conceptos, y los destituye en cada momento. Mi puesto ha sido nominado por Derrida. Él dijo que yo era post-deconstruccionista. A mí no me gustan los post. La partícula designa un intento de ser algo más allá del post, algo que está en camino de ser otra cosa más allá.



Rehuyendo sistemáticamente las nomenclaturas, como introduciéndose en las cesuras, con plena querencia hacia los bordes del concepto, Nancy habla con EL CULTURAL cuando aparecen en España traducciones inéditas de algunos libros suyos. A La ciudad a lo lejos (Manantial), La partición de las artes (Pre-textos), La partición de las voces (Avarigani), se sumará la publicación de La comparecencia, traducido este último para el sello Avarigani, por Jordi Massó y Cristina Rodríguez Marciel, presentes durante la entrevista. La editorial filosófica Arena tiene previsto igualmente publicar Lugares divinos. Se trata de una obra en marcha: Nancy continúa publicando libros que están aún por traducir.



P.- ¿Qué es para usted Europa?

R.- En realidad, no sabemos cuándo comenzó, ni cuándo termina Europa. No sabemos si proviene de la pérdida de un movimiento. Por ejemplo, ¿por qué Europa ha devenido capitalista? No se puede hablar de una voluntad, ni de un rol determinado en la constitución de Europa. Se habla siempre de Europa como de un proyecto. Pero hoy en día no sé si Europa es algo más que un proyecto. Si sólo es un proyecto no irá lejos. Hace falta, además, que sea una potencia, una impulsión de sí misma. Si es así, en el futuro Europa será otra cosa. -Frente a la idea de Europa, aparece, según Nancy, una sucesión de acontecimientos.- Hay algo de simple y de invisible en la construcción de Europa. La unión de impulsos que hace un pueblo, una lengua. Se trata de una mezcla de estéticas. ¿Por qué este pueblo dibuja de esta manera y otro lo hace de otra forma?



P.- ¿Cuál es el rol de los intelectuales para afrontar la cuestión europea?

R.- Los intelectuales son sólo los efectos, los reflejos de una realidad previa.



P.- Usted trabaja desde finales de los 90 en el proyecto ensayístico de la "deconstrucción del cristianismo". ¿Cómo entiende usted el cristianismo?

R.- El cristianismo es una respuesta, un reflejo de la inquietud general del mundo. Yo entiendo el cristianismo como producto, como un efecto. Como efecto de una insatisfacción. Por entonces, había una realidad romana y una realidad local que subsistía. El movimiento inicial es muy poderoso: en este caso fue la condenación terrible de la riqueza. No es la primera vez, Platón ya había condenado la idea del beneficio por el beneficio. -Sin perder de vista el ejemplo, expandimos la cuestión- Todos los ismos son siempre, sistemáticamente, una traición. Traición del impulso inicial, original. Una traición del movimiento. El cristianismo empieza… ¿cuándo? Nietzsche, que siempre es tan agudo, dice que no hay ningún cristiano más allá del que murió en la Cruz. Hace falta preguntarse qué hay detrás del cristianismo. Hay algo más profundo. Algo que estaba en la cultura mediterránea, y en la cultura agraria que vivía bajo los imperios. Y todo ismo es, en este sentido, similar.



En torno a la comunidad

En torno a la mentada familia de la deconstrucción se fraguan nociones repetidas y reelaboradas. A Nancy se le vincula con la idea de ‘comunidad', donde aparecen de lleno las referidas influencias. La "comunidad" aparece como el "mito más antiguo de Occidente", en relación a una pérdida original: una fraternidad, una familia natural. "La historia tendrá que ser pensada como un fondo de comunidad perdida", escribe en La comunidad desobrada (Arena). Nancy articula su discurso frente al individualismo de la modernidad y frente a la idea marxista del hombre como "productor de su propia esencia". El ser-con de Heidegger toma relevancia en esta exposición de la comunidad (tomado como término originario, de múltiples ecos) como comparecencia de seres finitos.



P.- ¿Cómo aparece, en su obra filosófica, la noción de ‘comunidad'?

R.- Es Jean Christophe Bailly quien hizo aparecer de nuevo la palabra comunidad, aunque ya estaba en Bataille. Había una urgencia a principios de los 80: volver a una palabra completamente olvidada, reservada a la comunidad religiosa. Y volver a lo que está detrás es del término ‘comunismo'. Comunismo es la palabra que ha llevado las esperanzas y el luto de una multitud: es la palabra que aparece como la portadora de las ilusiones. La comunidad no debe aparecer como su propia producción, no debe ser una autorreferencia. Roma es el único caso donde ha habido una ciudad que se constituye ella misma en su propio valor sagrado. Roma se consagró al culto de Roma. Su imagen ha jugado un rol permanente en la Historia de Europa: en la historia de la idea de Imperio, en la Roma eclesiástica… Para los revolucionarios franceses del XVIII el modelo romano fue muy importante. En el caso excepcional de Roma la sociedad, la comunidad, el derecho, la ciudad fueron la misma cosa.



Marxismo recuperado

P.- Ha habido un intento reciente de recuperación del marxismo, por ejemplo, de su compañero de generación Alain Badiou [ambos, Nancy y Badiou, intervinieron, por cierto, en el libro colectivo, Democracia, ¿en qué estado?, donde también participaron Giorgio Agamben y Slavoj Žižek].

R.- Badiou habla del renacimiento comunista y de una hipótesis comunista. Yo veo bien que se hable de comunismo, pero no es, precisamente, una hipótesis. Por otro lado, se trata de otro ismo. En el cristianismo y dentro del comunismo hay una idea de lo común. Engels relaciona a los primeros cristianos con los primeros comunistas.



P.- Su ensayo La comparecencia habla de la "cólera" como el sentimiento político por excelencia.

R.- La cólera es aquello que se piensa cuando se está delante de algo insoportable. La cólera muestra que la política no se puede soportar más. En cierto modo, la cólera supone el Derecho. Cuando no hay Derecho existe la posibilidad de la venganza. Si en el interior del Derecho veo que soy maltratado, entonces aparece la cólera.



Como en su ponencia, Nancy pondera una y otra vez, durante esta entrevista, el paradigma de la Antigua Roma.  "Se trata de la primera expansión de los límites del territorio europeo", dijo a los asistentes al curso. En el templo salomónico de Felipe II hay, precisamente, muestras de otro efecto de expansión. El Escorial evoca, de un modo concentrado, una expansión extrema. Dentro de la Galería de Paseo, se pueden admirar los 51 bellos mapas de Abraham Ortelius, cartógrafo oficial del rey: la llamada "ciencia de los lugares", en plena modernidad del último cuarto del XVI, requería una renovación de la vista cenital de los pájaros. Ahí asalta la idea de Europa, en fragmentos: tierras de Tubinga, las Galias, Austria y Polonia, se muestran en un estado matemático, absoluto, un territorio sin perspectiva. La precisión y el ansia de absoluto de un mapa pasa por la abolición de la idea de horizonte: que es la vista de los paisajistas, del mundo humanizado, en perspectiva. Nancy habla de la arealidad, pero no como un territorio. Sino un área de éxtasis, un horizonte donde comparece el otro, la singularidad.



"Toda sociedad que ha perdido sus puntos de referencia, tiene que dárselos. Habría que pensar Europa como algo móvil, como una formación de formas. Europa no tiene una idea, como tal". Un horizonte extinto de Europa queda en ese terruño junto a Guadarrama, como dejado de la mano de Dios y de los hombres. Allí habló lento y profundo este referente de la filosofía contemporánea, tan próximo en el tiempo que resulta difícil pegarle etiquetas. No acotó Nancy, en absoluto y desde arriba, como Ortelius: clausuró los cursos abriendo senda. Habla el oráculo: "La trayectoria de Europa siempre tiende a la imposibilidad de volver sobre su propio movimiento para darle una forma nueva, una forma que no haya aparecido antes en nuestra historia".