Adela Cortina. Foto: Benito Pajares.

La filósofa demuestra los beneficios prácticos (económicos incluso) del comportamiento sujeto al rigor ético en '¿Para qué sirve la ética? 'y 'Neurofilosofía práctica'

La rapiña durante los años de bonanza fue una constante. No es cuestión para aprovechar ahora y hacer populismo, diciendo que políticos y empresarios, conchabados en infinitos chanchullos, nos han abocado al desastre. De todos los estratos de la sociedad, desde la cúspide hasta a la base, se apoderó un materialismo rampante y una voracidad sin freno. Pero, claro, las decisiones de los de arriba, los que ostentan (o detentan, según el caso) más resortes de poder, tienen un impacto muy superior. Y como queda demostrado en estas fechas, en la que los escándalos de corrupción (EREs, sobres bajo cuerda, uso inmoral e ¿ilícito? de los galones reales...) salpican en oleadas los juzgados, la ética estuvo muy desplazada de la conciencia de buena parte de los individuos más influyentes del país. Y lo estamos pagando bien caro.



La catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia Adela Cortina (Valencia, 1947) denuncia serenamente esa deriva en su último libro, ¿Para qué sirve la ética?' (Paidós). "No me atrevo a decir que si nos hubiéramos comportado conforme a unos parámetros éticos habríamos evitado la crisis. Las consecuencias del comportamiento humano dependen en muchos casos del azar. Pero sí me subleva esa teoría fatalista que esgrimen algunos economistas según la cual las crisis económicas son una maldición inevitable", explica la filósofa a El Cultural en la sede de su editorial. Cortina sostiene que el hombre tiene un amplio margen de libertad para encarrilar su destino a su criterio. "Si hubiéramos actuado más éticamente nos habríamos ahorrado mucho dinero y mucho sufrimiento. Todo ese dinero que se ha escurrido por las alcantarillas de la corrupción ahora podría servir para no tener que cerrar hospitales, ni líneas ferroviarias, ni recortar las ayudas a las personas dependientes o a la cooperación al desarrollo".



-A ella le gusta emplear el término 'fecunda' para referirse a las bondades prácticas de la ética. No obstante, conviene poner sobre la mesa otro adjetivo que entienden de una manera más directa los abducidos por el becerro de oro: ¿Es la ética 'rentable'?

-Pues en el 91 creamos una fundación [Etnor] de ética en los negocios. Y el mensaje con el que nos acercábamos a las clases empresariales era: 'La ética es rentable para los negocios'. Si hubiéramos dicho que es positiva por sí misma, no nos hubieran hecho mucho caso, por eso utilizamos esa estrategia. No era un cuento, creemos firmemente en ello: una empresa preocupada por todos sus grupos de interés (clientes, accionistas, trabajadores...) está mucho más preparada para alcanzar el éxito. La crisis lo ha demostrado muy claramente. Las gestiones que se olvidaban de los intereses comunes y se concentraban en los de cuatro ejecutivos han supuesto fracasos económicos nefastos.



-Entonces a los empresarios la ética se la inculcamos enunciando como un mantra la palabra 'rentabilidad' pero a los jóvenes ¿cómo se la grabamos en su cabeza?

-El modelo educativo es fundamental. Por este motivo lamento mucho que en el borrador de la LONCE la ética no se sea ya una asignatura común que deben cursar todos los alumnos. Ahora es alternativa a la religión.



-¿Y la asignatura de Educación para la ciudadanía era necesaria?

-Pues yo la veía algo redundante con respecto a la de ética pero la polémica que provocó fue muy exagerada y demostró que todo en España acaba enmarañado en la lucha de los partidos. No creo que hiciese daño a nadie ni que fuera adoctrinamiento, como decían los que la criticaban. ¿Qué problema hay en enseñar el ideal de justicia, de igualdad, de solidaridad, de respeto a la dignidad de los demás...? Hay que distinguir entre la felicidad de las personas y la justicia de las instituciones. La primera queda protegida por la esfera íntima y cada uno puede buscarla por su cuenta. Pero la segunda es de exigencia obligatoria. Y una asignatura como Ciudadanía debía centrarse en este campo. Los valores cívicos de una sociedad democrática deben enseñarse en la escuela.



Por el contrario, la ética en regímenes tiránicos es despreciada. Lo importante es sobrevivir y mantener el poder. Los fines justifican los medios. Pero incluso en contextos así puede abrirse paso una autoexigencia de moralidad bajo, si se producen descubrimientos afortunados. Adela Cortina cita el ejemplo de La vida de los otros, la magistral película de Florian Henckel en la que radiografió la reducción de las personas a meros instrumentos al servicio del Estado en la antigua República Democrática Alemana. El arte y el amor ("sobre todo este") tienen la capacidad de propiciar cambios radicales en las perspectivas de un ciudadano. El protagonista pasa de espiar a una pareja de disidentes a protegerlos. "Es una historia en la que queda patente la importancia de abrirse a otras referencias. Y cómo el individuo tiene en última instancia la opción de elegir y forjar su propio carácter".



Adela Cortina entiende el carácter como "el aspecto duradero de nuestra experiencia emocional". Pero a pesar de la libertad de la que gozamos a su juicio para ir configurándolo a lo largo de la vida, la pensadora valenciana piensa que ese objetivo está cada vez más difícil de conseguir, por el cortoplacismo que impera en la sociedad capitalista. "Vamos improvisando sin llegar a fijar criterios definidos de actuación. Es una gran equivocación. Lo que ocurre es que si un político tiene que ganar unas elecciones y un empresario debe demostrar beneficios rápidamente todo lo demás pasa un plano secundario". Y así lo que produce esta sociedad son individuos despiertos en el bote pronto pero sin demasiado fuste a la hora de afrontar los dilemas sustanciales de la condición humana. Ahí es donde se rajan o no están a la altura.



Aun así, Cortina no cae en el pesimismo. En el libro Neurofilosofía práctica (Comares), publicado también recientemente y en el que recoge una serie de textos de diversos autores que ofrecen un panorama esclarecedor de las investigaciones en neuroética, se pone de manifiesto la "vocación natural del hombre hacia la ética". "Somos seres sociales, predispuestos a la cooperación con nuestros congéneres. Es cierto que nacemos con un instinto de adaptación y supervivencia muy marcado pero también con uno altruista", advierte. Y cree que la indignación del 15M no ha caído en saco roto: "Yo veo mucha gente que ha pasado de la protesta a la construcción y está proponiendo, a partir de informes y estudios muy elaborados, alternativas a los modelos e inercias que han resultado tan nocivas". Ese es el camino, porque, remacha, "la libertad se conquista solidariamente".