Image: Santiago Carrillo, el zorro rojo

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Letras

Santiago Carrillo, el zorro rojo

Paul Preston traza la biografía del fallecido líder comunista, una de las figuras fundamentales de la Guerra Civil y la Transición

16 abril, 2013 02:00

Santiago Carrillo en las Juventudes Socialistas

Santiago Carrillo murió el pasado 28 de octubre, tras 97 años en primera fila de la política. Hijo de un dirigente socialista, su primer recuerdo era visitar a su padre en la cárcel. Carrillo asumió desde muy joven un papel activo en la militancia, unifiando a las juventudes del PSOE y el PCE en vísperas de la Guerra Civil. Paul Preston retrata sus luces y sus sombras en 'El zorro rojo. La vida de Santiago Carrillo' (Debate), desde sus inicios en política hasta su exilio y su papel fundamental en la Transición, pasando por la matanza de Paracuellos, cuando era responsable de seguridad en Madrid, y el exilio, desde el cual mantuvo la dirección comunista con mano de hierro.


La creación de un revolucionario

1915-1934

Santiago Carrillo nació el 18 de enero de 1915 en Gijón, en el seno de una familia de clase trabajadora. Su abuelo, su padre, Wenceslao, y sus tíos se ganaban la vida como metalúrgicos en la fábrica Orueta. Antes de casarse, su madre, Rosalía Solares, era costurera. Wenceslao Carrillo era un destacado sindicalista y miembro del Partido Socialista que puso gran empeño en que su hijo siguiera sus pasos. Como secretario del sindicato metalúrgico asturiano, Wenceslao había sido encarcelado tras la huelga revolucionaria de agosto de 1917. De hecho, Santiago afirmaría más tarde que el recuerdo más temprano que guardaba de su padre era ver cómo la Guardia Civil se lo llevaba periódicamente de la casa familiar en Avilés. Fue allí, y después en Madrid, donde se crió en el seno de una familia cálida y afectuosa, impregnada también por un acusado sentido de la lucha de clases. Su infancia se desarrolló, según sus propias palabras, en una cálida familia numerosa. Ello explicaría la indestructible confianza en sí mismo que siempre habría de sustentar su carrera. En sus memorias asegura que la familia siempre fue tremendamente importante para él.1 Sin embargo, eso no explica la ferocidad con la que repudió a su padre en 1939. Por aquel entonces, como durante el resto de su vida, al menos hasta su retirada del Partido Comunista a mediados de los años ochenta, las lealtades y la ambición políticas contaban mucho más que la familia.

Santiago tenía seis hermanos, de los cuales dos murieron muy jóvenes. Su hermano Roberto falleció durante una epidemia de viruela en Gijón, de la cual Santiago salió indemne gracias a los desvelos de su abuela paterna, que dormía en la misma cama para impedir que se rascara las heridas. Su hermana menor, Margarita, murió de meningitis solo dos meses después de nacer. Al provenir de una familia de izquierdas, no escaseaban las tendencias rebeldes, que se vieron exacerbadas en una escuela primaria de signo católico. Para entonces, la familia se había trasladado a Avilés, veinte kilómetros al oeste de Gijón. Por una blasfemia involuntaria, fue obligado a pasarse una hora de rodillas y con los brazos en cruz mientras sostenía en cada mano un libro extremadamente pesado. Como respuesta al fanatismo de sus profesores, sus padres decidieron sacarlo del colegio.

Poco después, el Centro Obrero de Avilés inauguró en el desván de su sede central una pequeña escuela para hijos de sindicalistas. Encontrar un profesor no religioso resultó difícil, y la tarea recayó en un barrendero municipal jorobado, un tanto más cultivado que la mayoría de sus compañeros. Más tarde, Carrillo recordaría con arrepentimiento las crueles burlas a las que él y otros niños traviesos sometían al pobre hombre.

Poco después, a principios de 1924, Wenceslao ya era un alto cargo sindicalista empleado a tiempo completo en la Unión General de Trabajadores y colaborador de El Socialista, el periódico del PSOE, y la familia se trasladó a Madrid. Allí, con el exiguo salario que la UGT podía pagarle, pasaron por diversos barrios de clase trabajadora. Al principio se vieron obligados a vivir en condiciones atroces, y Santiago incluso recordaría más adelante haber sido testigo de suicidios y crímenes pasionales. En el barrio de Cuatro Caminos tuvo la fortuna de poder acceder a un colegio excelente, el Grupo Escolar Cervantes. Con el tiempo, atribuyó a sus comprometidos profesores y a sus jornadas lectivas de doce horas una enorme influencia en su desarrollo, sobre todo su indiscutible ética laboral. Entre las críticas que se pueden hacer a Carrillo no está la holgazanería. También lo curtieron las constantes peleas a puñetazos con varios matones del colegio.

A los catorce años, su ambición era ser ingeniero. Sin embargo, ni la escuela ni su familia podían costearle las pruebas de acceso para cada una de las seis asignaturas del bachillerato. Al no poder seguir adelante con los estudios, abandonó el colegio con una profunda sensación de injusticia social. No obstante, gracias a su padre, pronto emprendería una meteórica carrera en el movimiento socialista.

Wenceslao le consiguió un trabajo en la Gráfica Socialista, el taller de imprenta del periódico del PSOE. Ello requería que se afiliara a la UGT y a la Federación de Juventudes Socialistas (FJS). En noviembre de 1929, el ambicioso Santiago, que todavía no había cumplido los quince años, publicó sus primeros artículos en el semanario ovetense La Aurora Social, donde pedía la creación de una sección estudiantil en la FJS. Merced a la posición de su padre, ascendió increíblemente rápido en la Federación, y fue admitido por votación en el comité ejecutivo casi de inmediato. En este sentido, tuvo una importancia crucial el hecho de que Wenceslao Carrillo fuera amigo personal de Francisco Largo Caballero, un líder sindical de gran influencia, al que llamaban afectuosamente «Don Paco» en casa de los Carrillo. Cada semana, ambas familias solían celebrar comidas campestres en Dehesa de la Villa, a las afueras de Madrid. Al parecer, además de la comida y el vino, solían llevar un organillo, que utilizaban para acompañar a Don Paco y su esposa, Concha, cuando demostraban sus habilidades con el chotis, el baile madrileño típico. Este vínculo había de suponer un enorme espaldarazo para la carrera de Santiago en las filas del PSOE. De hecho, el veterano líder había dado a menudo el biberón al pequeño Santiago, con lo que se estableció una actitud de paternalismo hacia Santiago que duró hasta la Guerra Civil. Cuando tuvo edad suficiente para entender las cosas, Santiago escucharía con avidez las conversaciones que mantenían su padre y Largo Caballero acerca de las disputas internas de la UGT y el PSOE. No cabe duda de que la postura absolutamente pragmática de esos dos curtidos burócratas sindicalistas ejercería una gran influencia en el desarrollo político de Santiago. El modo en que los conflictos tendían a personalizarse también quedaría reflejado en su gestión de las polémicas tanto en el Partido Socialista como en el Comunista en estadios posteriores de su vida.

Pronto empezó a publicar con regularidad en Renovación, el semanario de la FJS. Gracias a ello mantenía frecuentes contactos con la célebre y prodigiosa intelectual Hildegart Rodríguez, que había nacido un año después que él y que de adolescente ya ofrecía conferencias y escribía artículos sobre política sexual y eugenesia. A los ocho años de edad, Rodríguez hablaba seis idiomas, y obtuvo una licenciatura en Derecho a los diecisiete. Justo cuando empezaba a cobrar protagonismo dentro de las Juventudes Socialistas, fue abatida a disparos por su madre, Aurora, celosa de su creciente independencia. A principios de 1930, el director de El Socialista, Andrés Saborit, brindó a Santiago la posibilidad de abandonar la maquinaria de la imprenta para trabajar a tiempo completo en la redacción del periódico. Un ascenso en el que parece que pudieron influir su padre y Don Paco. Empezó de manera bastante modesta, cortando y pegando artículos de agencia y redactando titulares para estos. No obstante, pronto se convirtió en periodista en prácticas y obtuvo el puesto de informador municipal.

A finales de enero de 1930 se produjo la salida de España del dictador Miguel Primo de Rivera. Entre este momento y la instauración de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, hubo una considerable agitación en las filas del movimiento socialista. Desde luego, se apreciaban todavía pocos indicios de la radicalización que se desarrollaría a partir de 1933 y que catapultaría a Santiago Carrillo a una considerable prominencia en el movimiento izquierdista. Los problemas en aquellos días giraban en torno a la validez y el valor de la colaboración socialista con el Gobierno. A finales de los años veinte, justo cuando Santiago Carrillo empezaba a involucrarse en las Juventudes Socialistas, existían básicamente tres facciones dentro de la Unión General de Trabajadores y el PSOE. La más moderada de las tres, aunque en apariencia la más radical por su adhesión a la rígida teoría marxista, era la liderada por el presidente del partido y del sindicato, Julián Besteiro, catedrático de Lógica en la Universidad deMadrid. En el centro, aunque en aquel momento era la más realista y, paradójicamente, en el contexto de su época, la más radical, estaba el grupo asociado con Indalecio Prieto, propietario del influyente periódico bilbaíno El Liberal. La tercera facción, a la que estaba vinculado Wenceslao, el padre de Carrillo, era la de Largo Caballero, vicepresidente del PSOE y secretario general de la UGT.

Gracias a su puesto de aprendiz en la plantilla editorial de El Socialista, donde mantenía contacto diario con Andrés Saborit, el colaborador más próximo a Besteiro, y a los vínculos con Largo Caballero a través de su padre, a Santiago Carrillo le resultaba fácil seguir las polémicas internas, aunque, para proteger su trabajo, todavía no tomaba partido públicamente.

El movimiento socialista español era fundamentalmente reformista y, a excepción de Besteiro, carecía de una tradición de marxismo teórico. En ese sentido, era fiel a sus orígenes entre los impresores, la aristocracia de la clase trabajadora en el Madrid de finales del siglo xix. A su fundador, el austero Pablo Iglesias Posse, siempre le interesó más sanear la política que la lucha de clases. Julián Besteiro, su sucesor como líder del partido, también creía que un aislacionismo político marcadamente moral era la única opción viable en el corrupto sistema de la monarquía constitucional. Por el contrario, y en un tono en general más realista, Indalecio Prieto, una persona inusual, puesto que no tenía un sindicato detrás, creía que el movimiento socialista debía hacer cuanto fuera necesario para defender los intereses de los trabajadores. Sus experiencias en la política bilbaína lo habían convencido de la necesidad previa de instaurar la democracia liberal. Sus primeras alianzas con republicanos locales de clase media lo llevaron a defender una coalición republicano-socialista como un paso necesario para obtener el poder. Ello ocasionó conflictos con Largo Caballero, que desconfiaba de los políticos burgueses y creía que la actividad apropiada para el movimiento obrero era la acción huelguista. La hostilidad que mostró Largo Caballero hacia Prieto durante toda su vida sería asumida en parte por Santiago Carrillo y, desde 1934, formaría parte de su carácter político. No obstante, el conflicto subyacente entre Prieto y Largo Caballero tuvo escasas repercusiones antes de 1914. Esto obedecía en gran medida a que en las dos décadas previas al estallido de la Gran Guerra, los precios y los salarios habían sido relativamente estables en España, aunque los primeros figuraban entre los más elevados y los segundos entre los más bajos de Europa. De resultas de ello, apenas se mantuvieron debates relevantes sobre el ascenso al poder por medios electorales o a través de huelgas revolucionarias. En 1914, esas circunstancias empezaron a cambiar. Como país no beligerante, España podía suministrar comida, uniformes, material militar y transporte a ambos bandos. El auge industrial vertiginoso, acompañado de una temible inflación, alcanzó su punto álgido en 1916. En respuesta a un dramático deterioro de las condiciones sociales, el PSOE y la UGT participaron en una huelga general convocada en todo el país a mediados de agosto de 1917. Incluso entonces, los principales objetivos de los socialistas eran cualquier cosa menos revolucionarios, y no iban más allá de los llamamientos a la instauración de un Gobierno provisional, a unas elecciones a las Cortes Constituyentes y a unas medidas enérgicas para combatir la inflación. La huelga iniciada el 10 de agosto de 1917 fue fácilmente aplastada, y pese a su carácter pacífico desató una salvaje represión en Asturias y el País Vasco, dos de los principales bastiones socialistas, además de Madrid.

En Asturias, provincia natal de la familia Carrillo, el general Ricardo Burguete y Lana, gobernador militar de la región, declaró el estado de guerra el 13 de agosto, y acusó a los organizadores de la huelga de ser mercenarios al servicio de potencias extranjeras. Tras anunciar que daría caza a los huelguistas «como bestias salvajes», envió columnas de tropas regulares y guardias civiles a las cuencas mineras, en las que emprendieron una orgía de violaciones, saqueos, palizas y torturas. Con ochenta muertos, ciento cincuenta heridos y dos mil detenidos, el fracaso de la huelga estaba garantizado.9 Manuel Llaneza, líder moderado del sindicato de mineros de Asturias, escribió en aquel momento sobre el «odio africano» durante una acción en la que una de las columnas de Burguete se encontraba al mando del joven comandante Francisco Franco.10 Como veterano sindicalista que había experimentado la huelga y la severidad de la posterior represión en Asturias,Wenceslao Carrillo destacó en adelante por su cautela a la hora de tomar cualquier decisión que pudiera desencadenar un conflicto peligroso con el Estado.