En 'Canción errónea' (Tusquets), Antonio Gamoneda, Premio Nacional de Literatura y Premio Cervantes, se sumerge en la inexistencia, en la certeza de que la vida no es sino lapsus de tiempo antes de la muerte. "Definitivamente, me he sentado a esperar a la muerte como quien espera noticias ya sabidas", escribe. Un fin asumido, sin hacer preguntas, algo que ya había impregnado su poesía anterior. A continuación pueden leer algunos de los poemas publicados en 'Canción errónea', que este miércoles se presenta en el Instituto Cervantes.

HABÍA vértigo y luz en las arterias del relámpago,

fuego, semillas y una germinación desesperada.



Yo desgarraba la imposibilidad,

oía silbar a la máquina del llanto y me perdía en la espesura

[vaginal. También

entraba en urnas policiales. Así

olvidaba los ojos blancos de mi madre.

Vivía.



Parece ser.

Vivía.



Ahora mismo atiendo distraído a mi estertor. No hay en mí

[memoria ni olvido; única y simplemente lucidez.



Han desaparecido los significados y nada estorba ya a la

[indiferencia.



Definitivamente, me he sentado

a esperar a la muerte

como quien espera noticias ya sabidas.

HUBO un tiempo en que tus párpados se cerraban sobre mis

[ojos.

Vi a la pobreza ocultarse en tu hígado, la multitud de los

[viernes y tu locura ardiendo en el hospital de Nerva.



Qué luminosa era tu locura y cuánto pesas aún en mí.



Tú, ahora, no estás en ti mismo. Pienso, demencialmente

[pienso

que duermes en los brazos de tu madre.



Bien. En todo caso,

tú y yo vamos a reunirnos y a ignorarnos.



ya no vas a pesar en mi corazón.

MIRO los vertederos. Gime un motor lejano. Espero

pisadas negras en la nieve. Pongo

mi frente azul en los cristales fríos.



Jorge

entra despacio. Canta.



Oigo su voz cargada de sombra

y al chamariz oculto en la armonía.



Arde

la nieve en el territorio dibujado por la pobreza.

Cesa

de gemir el metal.

La noche, ahora,

se resuelve en presagios.

Tengo miedo otra vez.

Pongo

mi frente azul en los cristales fríos.

«ABUELO, respiras como un pájaro viejo y hueles como las

[flores corrompidas. ¿Por qué

conservas en ti tantas lágrimas?»



Cecilia no me habla así con su lengua rosada, tan parecida

[a la de las viborillas azules que inoculan un insomnio

[feliz.



Cecilia me piensa levemente; ignora que yo he entrado en

[su pensamiento y hasta lo precedo,

pero Cecilia tiene razón: yo soy, sin duda,

un pájaro cansado.



Sí, estoy cansado y desconozco o desprecio cuanto pueda

[ser luminoso a no ser sus miradas.



Cuando se acabe mi cansancio, Cecilia dejará de advertir

el olor de las flores corrompidas.