Alfredo Bryce Echenique. Foto: MTSlanzi.



Cordial, extremadamente cortés, dueño de frases cortas y de un ingenio punzante que pronuncia con socarronería cobijándose tras una mirada inteligente y burlona, Alfredo Bryce Echenique (Lima, Perú, 1939), autor de títulos tan sonoros y aclamados como Un mundo para Julius o La vida exagerada de Martín Romaña, ha pasado por Barcelona a presentar su último libro, Dándole pena a la tristeza (Anagrama), una crónica de las familias de la oligarquía limeña entre las que se cuenta, naturalmente, la suya.



Pregunta.- El título de su última novela es tan ingenuo como guasón.

Respuesta.- En casa teníamos una nanny a la que queríamos mucho, y la llamábamos Mamá Rosa. Era indígena y crió a mi padre y luego a mis hermanos y a mí. En casa siempre fue una persona queridísima. Mis padres tenían un sentido muy cristiano y paternalista hacia el servicio. Los trabajadores de casa vivían como nosotros, tenían buenas habitaciones con buenos cuartos de baño, y se alimentaban igual que nosotros. Gozaban además de la misma atención médica que cualquier miembro de la familia, con los mismos medicamentos que nosotros, cosa que no ocurría en casi ninguna de las familias de la oligarquía limeña. Y cuando Mamá Rosa estaba ya muy viejecita mi padre le regaló una casita en el campo, donde ella se retiró al jubilarse. Allí íbamos a visitarla a menudo y, en una ocasión, al preguntarle yo cómo estaba me contestó: "Ya ves, dándole pena a la tristeza".



P.- ¿Se ha inspirado en su familia para escribir esta novela?

R.- En realidad me he inspirado en muchas que pertenecían a nuestra clase, y para ello he leído y estudiado libros y libros de historia. Y mi conclusión es que las empresas y los negocios duran exactamente tres generaciones, la primera crea, la segunda agranda y la tercera destruye. Una vez más, los tópicos tienen su parte de verdad.



P.- O sea que no es autobiográfica.

R.- No, no lo es. Yo no me he sentido concernido por lo que he contado en este libro. Lo que sí es verdad es que salen muchos personajes de mi familia, a los que he tratado con enorme libertad. Y esta libertad ha sido tanto inventarme rasgos de algunos como hablar de actos que no ocurrieron. Sí salen el palacete de mis abuelos y las casas de mis tías y de mis padres.



P.- Oficio, talento, pasión... ¿Qué es la escritura?

R.- Las tres cosas. Oficio desde luego, porque se requiere mucha disciplina y mucho rigor. Pasión también, porque uno disfruta en cantidad y corrige aún más, y realizar una buena corrección requiere mucha pasión por lo que se está haciendo. Y el talento es algo que se tiene o no se tiene, y cuando se tiene es bueno ejercitarlo y no dejar que se seque.



P.- En alguna ocasión le he oído decir que esa disciplina de la que tanto habla se la enseñó su padre.

R.- Sí, él era un hombre muy estricto, metódico y trabajador. Era callado y misterioso. Tuvo un pasado muy especial, del que nunca hablaba. Navegó durante décadas y nunca nos contaba por dónde, fue cantante de ópera con Caruso, vivió en la India y en España, donde fue torero. Pero en casa no contaba nada, vivía en un continuo silencio, dedicado a su trabajo en el banco y a su familia. Fue un hombre profundamente querido porque era realmente muy afectuoso. Los sábados por la tarde, una vez acabadas sus tareas en el banco, visitaba a sus familiares con un maletín lleno de herramientas y artilugios con los que arreglaba cualquier cosa que se hubiera estropeado en las casas. Por eso su visita siempre era muy celebrada. Cuando yo era adolescente le acompañé en un viaje por los Andes en el que apenas me dirigió la palabra pero durante el cual los dos fuimos extrañamente felices porque vimos y vivimos las mismas cosas.



P.- ¿Cómo se distingue la calidad en un texto literario?

R.- A base de haber leído mucho. Mis lecturas han sido sumamente desordenadas, mi biblioteca es un inmenso mejunje de títulos. Yo he sido muy poco respetuoso con los ejemplares que he tenido en mis casas. En cada mudanza me he deshecho sin compasión de quinientos libros porque no soy nada fetichista. Lo que cuenta es tener una buena historia que contar, ganas de ponerse a ello para sacarle jugo al tema y mucha disciplina. Sin esta última es imposible escribir bien porque la escritura es muy exigente con el tiempo de dedicación y pide muchas horas.



P.- ¿Y cuáles han sido sus referencias literarias?

R.- Muchas y muy diversas. Hemingway, Henry James, Dos Passos, Italo Calvino, Céline, Rabelais... a los que releo de tanto en tanto.



P.- ¿De qué parte para escribir una buena historia?

R.- Hay que tenerla en la cabeza y yo, particularmente, hasta que no tengo muy claro el título no empiezo a escribir. Pensar en eso puede llevarme mucho tiempo pero siempre se va llenando de contenido, de manera que cuando uno empieza a escribir bajo ese título ya salen las cosas bastante hechas.



Con respecto a las acusaciones de plagio, Bryce se muestra de nuevo tajante: "Eso no va conmigo, así es que allá que se maten los que me acusan. Yo gané ese premio y se acabó, no lo fui a buscar. ¿Qué se supone que tendría qué hacer, matar al emisario? Me lo otorgó un buen jurado y me lo entregaron en una emocionante ceremonia muy íntima y muy bonita".



P.- Los perdedores le inspiran mucho.

R.- Sí, dan más para la creación literaria. Fíjese, durante un partido de fútbol el interesante no es el jugador que mete el gol sino el portero al que se lo han colado. De ese siempre puede extraerse más material.



P.- ¿El humor es una buena manera de aproximarse a las cosas serias y trascendentes?

R.- Para mí es la única y la mejor.



P.- ¿Y qué me dice de reírse de uno mismo?

R.- Es lo primero que hay que hacer, como la caridad, que ha de empezar por uno mismo.



P.- ¿Neurosis y escritura van de la mano?

R.- No, el único escritor que conozco cercano a la neurosis es Pepe Donoso.



P.- ¿Le gusta su vida en Perú?

R.- Yo he tenido dos reencuentros con mi patria. El primero, en 1999, correspondió con el final del régimen de Fujimori. No guardo buenos recuerdos de esa época. Me volví a Europa y regresé de nuevo en 2008 y ese sí ha sido un reencuentro feliz. Vivo en el barrio de San Isidro, dónde nací, y llevo una vida apacible. He recuperado a mis viejas amistades, escribo y mi existencia está muy llena.



P.- ¿Con qué nos va a sorprender próximamente?

R.- Con otra novela y un volumen de memorias.