El escritor Paul Theroux. Foto: E. C.



Mientras el mundo entero asiste a una de las carreras electorales más ajustadas de la historia de Estados Unidos, mientras los americanos guardan cola para depositar sus votos, mientras transcurre, en fin, el primer martes después del primer lunes de noviembre, el ciudadano Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) disfruta al otro lado del Océano. Se pierde en la Puerta del Sol, regresa al Museo del Prado, pide una tortilla de patatas. Y, además, no escribe sobre ello. El autor, una de las autoridades mundiales indiscutibles de la literatura de viajes, está en España y no en su país (votó con antelación, eso sí) para participar en la conferencia internacional Literatura y Automóvil, que organizan las fundaciones Eduardo Barreiros y Mapfre y por la que también pasan estos días Bryce Echenique, James Ellroy, Eduardo Mendoza, Enrique Vila Matas... y Cees Nooteboom, colega con el que, mientras se va esclareciendo quién presidirá Estados Unidos, disertará sobre la materia literaria y romántica de los coches.



A horas de la conferencia que moderará Juan Cruz, Theroux adelanta a El Cultural algunas de las claves que echará a volar en la charla. Por ejemplo, el poder liberador que ha tenido el automóvil en las novelas y en los libros de viajes, géneros que ha combinado con maestría. "Si eres un viajero y tienes que coger un tren, un autobús o un avión, estás condenado a adaptarte a un horario, es algo muy esclavo, poco creativo. El coche, en cambio, es puro romanticismo, te permite ir a cualquier sitio a cualquier hora, por eso ha jugado un papel clave en la literatura de los últimos cien años. Kipling, Henry James, Scott Fitzgerald... todos viajaron en coche y escribieron sobre ello. Muchos autores hemos podido escribir porque hemos conducido, por eso estoy tan orgulloso de asistir a esta conferencia. Yo, que amo la carretera. Y no tengo un coche muy caro, pero sí uno bueno que me ha permitido ser libre", comienza el autor de En el Gallo de Hierro.



A Nooteboom, a quien conoció a mediados de los 80 y al que considera "un autor fascinante", le preguntará por sus viajes automovilísticos. Son dos autores muy distintos, qué duda cabe, pero ambos coinciden, destaca el norteamericano, en su terrible deseo de viajar, en el amor por el viaje en sí, por conocer gente y ver nuevos paisajes y en emplear luego los recursos de la prosa literaria tanto en ficción como en no ficción para recrearlos. Aunque, distingue Theroux, la suya es una literatura basada en la sencillez. Es verdad, la amenidad es la clave de sus obras, una cercanía que no está reñida con la inteligencia de su discurso, hilvanado a la perfección para llevar al lector, casi de la mano, como a un amigo, justo donde él quiere. Y a pesar de que en persona -tras los tatuajes grabados sabe dios en qué salón de qué parte del mundo y tras las gafas, un poco más bohemias, quizás, que la media- se le adivina un puntito pedante y hasta snob, el escritor ha sabido despojarse en sus letras de toda autoreferencialidad para engendrar una literatura sencilla y transparente. ¿Cómo lo logra?



- Es cierto, lo intento a conciencia. Supongo que lo consigo sólo a través del deseo de que otros vean lo que yo he visto. Es algo que también sucede en la ficción, cuando eres un escritor de viajes, tienes que crear o recrear un paisaje o a la gente de un lugar, no puedes poner nada gratuitamente, no puedes envolver al lector en caminos enrevesados. Esto no es ficción experimental en la que desafiar a quien te lee. Lo que quiero es mostrarlo de la forma más sencilla posible, que vean de forma diáfana lo que yo veo. Es algo muy difícil de lograr, te exige escribir de la forma más precisa posible. Es muy difícil escribir bien, pero cuando lo consigues, logras involucrar al lector.



Él lo ha hecho, su trayectoria, que le ha llevado a escribir sobre zonas tan dispares como Francia, Estambul, Bangalore, Hanoi, Tokio, Bangkok... goza de excelentes críticas y mejores lectores. Y no se cansa, encuentra el impulso para seguir recorriendo el mundo en el mismo descontento que le llevó a colgarse la mochila por primera vez, cuando tenía 21 años:



- Eso es un viajero, alguien descontento con la idea de estar en casa, alguien descontento en general, alguien que vive esperando encontrar algo destacable, increíble. Es un trabajo muy egoísta si lo piensas. Y hay dos formas de desempeñarlo. La primera, en aquellos lugares del mundo en los que pasas desapercibido, como me ocurre a mí en Madrid, porque aquí puedo pasar por un español y perderme como uno más entre la multitud. La segunda, en países en los que eres diferente a todos, como los africanos, donde todo el mundo te identifica. Las dos ofrecen distintas posibilidades de escritura.



Al hilo del descontento con el hogar del que, según cuenta, emana su fuerza motora para seguir surcando el mundo a los 71 años, se le pregunta al escritor por su ausencia en Estados Unidos el día de las elecciones. Recuerda que ya votó antes de venir a España, pero también reconoce que está aprendiendo más aquí de los comicios que allí. Y así, con todo:



- Es fascinante vivir las elecciones desde aquí, a través de los ojos de los españoles, que también están muy interesados en ellas. Resulta muy revelador y me hace pensar, me da perspectiva. Venir a España, reencontrarme con Cees Nooteboom, ir al Prado, pedir un bocata de calamares... lo que sea, es un placer. Y lo es, además, porque no escribiré sobre ello. Tú también escribes, cuando acabes esta entrevista tendrás que sentarte a ponerla en orden, seguramente ahora estés un poco inquieta por plantearme la siguiente pregunta. Te irás de aquí y tendrás que resolver este problema, un problema de escritura. Pero viajar y no tener que escribir resulta muy, muy interesante, es como dejarse llevar, es muy agradable.



Se pierde el autor en las bondades de las vacaciones (como si no las recordáramos), así que se le pide que vuelva al hecho de entender las elecciones de su país a través de las preguntas y reflexiones de los españoles. Señor Theroux, ¿Ha aprendido muchas cosas de Estados Unidos estando fuera de allí?



- Muchas más de las que sabría habiéndome quedado. A lo largo de estos años, en mis viajes, me han preguntado por la guerra, el presidente, la economía, el éxito... lo que sea. Son cuestiones en las que probablemente no pensarías de estar en tu país. Te obligan a preguntarte cosas sobre él, a justificarlo a veces. Y puedes extraer conclusiones muy interesantes.



Como interesante es la conclusión a la que llega después de haber cruzado el mundo de cabo a rabo. Los mejores países para viajar, los mejores lugares sobre los que escribir, asegura, son los cálidos. No hay un lugar en el mundo para él, hay zonas y se miden por la temperatura:



- Me siento atraído por los países cálidos, aquellos en los que gente está fuera de su casa, pasea, se encuentra en la calle y habla. Es mucho más sencillo conocerlos. Los países más duros para viajar son los fríos. Rusia, Suecia, Canadá, Alaska, Japón... la gente allí vive de puertas para dentro. Si quieres concerlos, tendrás que llamar a sus puertas, quedar con ellos en un bar, casi siempre concertar citas. Mis países son los calientes o tropicales. El sur de España, el de Italia, el de Turquía... Suramérica, África, Australia, Tailandia, India... Es el mundo templado el que me atrae.



- ¿Y viajar a la vejez? ¿Cambia el viaje cuando envejece el hombre?

- Los países cambian, yo lo he visto. Unos mejoran, otros entran en decadencia. Cuando envejeces, también mutas, te conviertes en una persona diferente. Empecé a viajar a los 21 años y ha pasado bastante tiempo de eso. Soy otro ahora, tengo más confianza, dinero y tiempo, además de menos responsabilidades. Cuando era más joven no tenía dinero en absoluto, tenía muy poca seguridad en mí mismo y un montón de responsabilidades, como criar a mis niños. Es muy diferente ahora, lo prefiero, ¡prefiero ser viejo! Incluso para escribir, porque tengo mucha más experiencia y ahora sé distinguir un buen párrafo de uno malo, no estoy tan condicionado ni arrebatado.



Entre esas metamorfosis del mundo que también ha ido anotando en sus cuadernos y reuniendo en libros figuran dos muy relacionadas con la literatura de viajes. La primera, la irrupción del turismo a lugares exóticos, el hecho de que hoy (al menos hasta antes de la crisis), todo el mundo pueda coger un vuelo barato a un lugar remoto o que tradicionalmente ha sido exótico. La segunda contrarresta la anterior, y es el hecho de que el viaje, a pesar de la lacra del turismo, sea hoy parte de la educación en el mundo desarrollado. Atendiendo a estos dos factores, ¿en qué situación se encuentra la literatura de viajes hoy, que potencia romántica puede tener todavía? Después de reflexionar unos segundos, Theroux escoge ir por la tangente:



- En realidad estamos en el mismo punto. Por ejemplo, hoy es muy complicado viajar a un montón de países. En cambio, yo viajé a Afganistán en 1973 y volví en 1984. Lo encontré un país fascinante. Ahora, si fuera allí, me asesinarían. Algunos países están más cerrados ahora, otros abiertos. Nunca ha sido sencillo viajar al Congo pero hoy es imposible, no hay caminos, es peligroso, la gente lleva armas por la calle y está hambrienta, hay soldados por todas partes... Cuando la gente piensa que esto es un solo mundo y que, en cuanto a tal, es sencillo viajar, se equivocan. Un turista puede ir a Bután y a Paraguay hoy en día, pero en cambio tiene vetados otros lugares, como los tienen los viajeros.



Este tema del turismo masivo lleva por la vía directa a una pregunta muy habitual para las personas que han dedicado su vida al viaje. Al final del camino, ¿podría decirnos qué parte de verdad hay en el tópico que afirma que viajar elimina prejuicios?



- Creo que el viaje cura algunos prejuicios e incrementa otros. También me ha pasado a mí, probablemente. Trato de no llevar conmigo ideas preconcebidas. Pero, en fin, es algo que está en la naturaleza humana.