E.L. Doctorow. Foto: Victoria de la Torre

Traducción de I. Ferrer y C. Milla. Miscelánea, 2012. 302 pp. 19 euros.

En la Introducción de La letra escarlata establecía Nathaniel Hawthorne la distinción literaria entre el romance y la novela asegurando que lo que el lector tenía en sus manos era un romance. Implícitamente, E. L. Doctorow (Nueva York, 1931) emula al empleado de aduanas en Salem en el breve Prefacio de este volumen, Todo el tiempo del mundo, al teorizar sobre las diferencias entre novela y relato: "Una novela puede nacer en tu cabeza en forma de imagen evocadora, y por tanto el acto de escribir tiene carácter de exploración. Los relatos se imponen, se anuncian a sí mismos, su voz y sus circunstancias están ya decididos y son inmutables".



De forma más explícita volvemos a encontrarnos con Hawthorne en el primero de los doce relatos agrupados en esta colección, "Wakefield". En el cuento de Hawthorne el protagonista Wakefield abandona su casa para iniciar un viaje de un par de días, pero regresará tras veinte años; durante todo este tiempo estuvo viviendo en una casa al final de su misma calle. En el de Doctorow el narrador protagonista, también llamado Wakefield, decide, en un arranque espontáneo y tras haber discutido esa mañana con su esposa, comenzar una nueva vida, siempre oculto, en el desván encima del garaje de la casa. Como su predecesor, este moderno Wakefield aparecerá al cabo de los años. La tradición de "repentinamente desaparecidos" se remonta en la literatura norteamericana hasta el dormilón Rip Van Winkle de Washington Irving, cuya siesta coincidió con todo el periodo de transición de Estados Unidos de Colonia a Nación. Lo interesante en este tipo de relatos no son tanto los motivos de la huida como el desenlace tras el regreso. La breve conversación final con la esposa, en el relato de Hawthorne, confiere el sentido y fuerza a todo lo anterior - tal vez por ello afirmara Borges que era éste el cuento mejor construido en la historia de la literatura-. Doctorow, sin embargo, nos deja con la miel en los labios: "¿Hola?, grité. ¡Ya estoy en casa!", es la última frase. Y esta sensación de quedarnos a las puertas de algo trascendente nos acompaña en más de un relato de la colección. Así sucede en "El escritor de la familia" donde el narrador suplanta la figura de su padre ya muerto, quien supuestamente escribe cartas a su madre-abuela ocultándole de esta forma a la madre la prematura muerte de su hijo. Pero, qué fue de la anciana cuando en una postrera carta le comunica que le han diagnosticado una enfermedad mortal.



Obviando este extremo, las historias que se nos narran logran recrear el mismo espíritu, idéntico "zeitgeist" al que encontramos en sus novelas más emblemáticas como Ragtime (1975) o The Waterworks (1994), o la injustamente olvidada City of God (2000), con el "perfil urbano" de Nueva York a sus espaldas, como leemos en "El atraco". Y también, como en sus novelas, los tipos son singulares, literariamente atractivos, incitándonos siempre a la reflexión, a plantearnos interrogantes de índole existencial. ¿Por qué Wakefield ha decidido abandonar a su familia cuanto conformaba su vida? ¿Por qué la protagonista maestra de "El cazador" se empeña en reprimir sus impulsos negándose así la felicidad?



Todos los relatos parecen sugerir un universo de cuestiones a las que se enfrenta continuamente el lector y rezuman esa filosofía que alumbra y define a los antihéroes (¿o tal vez héroes?) de Doctorow. "Lo que cuenta -dice uno de ellos- es el momento presente y los momentos futuros que nos esperan."